En México la desigualdad económica es más que una brecha: es un abismo social. Por un lado, están los que sobreviven, muchas veces, ganando apenas el salario mínimo de ocho mil 364 pesos; por el otro, una élite que posee lujos casi obscenos —grandes apartamentos, inversiones, acceso a servicios privados— en una metrópoli inmensa donde las diferencias estructurales se hacen















