Testimonio de la jefa de terapia intensiva del Gea: ‘Perdimos en la lucha a mucha gente’
Foto: Graciela López / Cuartoscuro
No solo desde la primera línea de batalla, como se dice, sino atendiendo a los pacientes más graves de covid-19 durante 16 meses, la jefa de terapia intensiva del Hospital Gea González comparte en este relato su dramática experiencia.
POR JORDANA LEMUS SANDOVAL
Las plagas en efecto son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo pestes y guerras toman a la gente siempre desprevenida. Albert Camus (La peste).
Recuerdo que desde adolescente tenía claro que de grande quería estudiar medicina. Así que inicié en ese camino que hasta la fecha me ha llevado a la atención de pacientes. Llevo ya varios años no solo practicando medicina critica desde el punto de vista clínico sino también administrativo, así que me ha tocado presenciar y atender dos pandemias; la de influenza primero (2009) y la de covid-19 (2020) después. Estas pestes modernas aparecieron estando yo coordinando equipos de terapia intensiva en diferentes hospitales de nuestra ciudad, pero en esta ocasión me permitiré enfocar mi relato en la pandemia actual.
Por la naturaleza de la epidemia tuve nuevamente, junto con mis compañeros (médicos, enfermeras, inhalo terapeutas, camilleros, intendentes), el desafío de atender a los pacientes más graves: Desde armar los planes de trabajo asistencial para los pacientes hasta las estrategias para intentar evitar el contagio del personal. Así mismo fui y sigo siendo un apoyo emocional tanto de mis compañeros como de los familiares de los pacientes y así, casi sin darme cuenta, han pasado 16 meses desde que inició el brote mundial. Son 16 meses en que tanto yo como el equipo de trabajo que tengo el honor de dirigir hemos pasado por muchas experiencias, tan dolorosas unas como reconfortantes otras.
Recuerdo que en los primeros días algunos de mis médicos y yo misma no soportábamos el equipo de protección personal porque nos daba la sensación de ahogo. Se nos empañaban los lentes de protección y no podíamos tocarnos la cara, mientras invadía el sentimiento de que si te equivocabas al desvestirte podrías contagiarte. Era realmente aterrador.
¿Cómo olvidar la sensación de desconcierto cuando al estar asistiendo a una paciente con covid grave, conectada a un ventilador mecánico para que pudiera respirar, y voltear para pedir la asistencia de la enfermera que me ayudaba, me di cuenta que le quedaba grande el equipo de protección? Cuando le pregunté por qué había entrado así trabajar, me contó que era nueva y tenía miedo de quejarse.
Tristemente perdimos en la lucha a mucha gente, tanto compañeros como pacientes. Recuerdo a un colega, un médico que muy seguramente se contagió durante su trabajo intra hospitalario; fue un hombre muy querido por quienes lo conocieron en el hospital debido a su humanidad y trato amable para con todos.
El familiar de la primera paciente que falleció, una mujer en sus treintas con un embarazo casi a término, me confió que no comprendía cómo se había contagiado, ya que por su embarazo estuvo en casa todo el tiempo, menos una ocasión que salió a la central de abastos en transporte público. La fecha coincidía con el brote que se presentó en aquel sitio. Pese a los esfuerzos multidisciplinarios por salvarle la vida a ella y a su bebé, no pudimos lograrlo debido a la gravedad del cuadro pulmonar que presentó.
Recuerdo también al señor taxista que tuvo que salir a trabajar diariamente porque “si no, no comían” como me lo contó su esposa, misma que al notificarle la muerte de su marido cayó al suelo llorando y abrazándome los pies suplicándome que lo reviviéramos, que estaba dejando a tres niñitas huérfanas. Y aquel muchacho veinteañero que al notificarle la muerte de su padre nos dio las “gracias por nuestra magnífica labor”. Son las historias de seres anónimos con los cuales la pandemia nos enfrentó y que llevaré siempre en el alma.
Pero afortunadamente no todo ha sido doloroso. También tenemos la satisfacción del bien cumplido al ayudar a salvar muchas vidas. Jamás olvidaré el esfuerzo solidario y empático de muchísimas personas, tanto compañeros de trabajo como amigos o sociedad civil en general que siempre estuvieron atentos a nuestras necesidades como equipo de primera línea de atención.
Desinteresadamente muchos de ellos nos donaron equipos de protección, material médico y hasta comidas deliciosas. La mayoría de las veces me hablaban por teléfono solo para saber cómo estaba. Tengo que decir que, en contraste, también tuvimos compañeros en el hospital con actitudes poco solidarias, al negarse a apoyarnos porque “esta es una pandemia de intensivistas y anestesiólogos”, y así ellos la vivieron desde sus hogares.
No quiero terminar este relato sin comentar que, desde mi mirada, el esfuerzo que ha hecho el gobierno para manejar esta pandemia ha sido titánico, a veces no con los resultados que quisiéramos pero siempre pendiente de nuestras necesidades como hospital. Tampoco se les puede pedir lo imposible, como “que no haya muertos”, ya que la crisis nos compete a todos, en nuestro caso ejerciendo el auto cuidado responsable, el sentido de solidaridad y empatía.
Todos los días tenemos la oportunidad de auto educarnos para y por nosotros y beneficiar así a nuestro entorno cercano y por ende a la sociedad. Desafortunadamente esta maldita pandemia no ha terminado. Ayudémonos, independientemente de los colores del semáforo, saliendo lo menos posible, guardando sana distancia, usando adecuadamente el cubrebocas, evitando lugares cerrados y concurridos lo más que se pueda, ya que la vacunación, aunque es una esperanza para no morir, no la evita al 100%. Y por supuesto ¡hay que vacunarnos todos”.
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Jordana Lemus es médico internista e intensivista. Jefe de división de Terapia intensiva en el Hospital Gea González.