Ciudad de México, octubre 11, 2024 20:54
Alcaldía Tlalpan

Transforma primero la enfermedad el Centro Histórico de Tlalpan… y luego la primavera

FRANCISCO ORTIZ PARDO

Decenas de personas –jóvenes en su mayoría— pasearon esta tarde de inicio de primavera en el Centro de Tlalpan, cuya fisonomía se ha visto transformada desde que a la vuelta del semáforo epidemiológico naranja se permitió la instalación de enseres de negocios en calles, banquetas y estacionamientos.

Diferentes músicos, desde el trovador que trabaja habitualmente en uno de los restaurantes de los portales frente a la plaza con palmeras y jacarandas que ya han brotado a su máximo de lila, hasta los informales que caminan con su guitarra entre las mesas dispuestas en la calle que divide, mezclaron sus voces con las canciones de Luis Eduardo Aute, Óscar Chávez (que curiosamente este día habría cumplido 86 años de edad) y Lila Downs, entre otros cantautores, cuyas letras provocan la melancolía.

Con una logística bien implementada por parte de los encargados de los restaurantes y cafeterías, con lo que a la vez han logrado involuntariamente un ambiente con aires europeos y bohemios en este lugar que fue nombrado en un tiempo por los españoles como Villa de San Agustín de las Cuevas, los parroquianos pudieron disfrutar de manera precavida de sus alimentos y bebidas, o un café bien platicado, pues las mesas fueron colocadas con suficiente distancia y al personal que los atendió se le vio bien protegido con cubrebocas e incluso en algunos casos con caretas.

En este terruño sureño con reminiscencias coloniales, incluso más antiguas que las de la fundación de Ciudad de México, el aire ligero abonaba a la sensación de una mayor seguridad, aun cuando vendedores informales –procedentes de la parte triste de esta historia, con la pauperización que el coronavirus ha provocado— se acercaban por momentos para ofrecer sus productos, cubiertos sus rostros con trapos maltrechos.

Caminar por las estrechas banquetas del bello Centro Histórico, cercanas al templo de San Agustín, construido por los frailes franciscanos en el siglo 16, se tornaba más difícil, y al encontrarse en sentido opuesto los peatones, los más responsables de ellos optaban por bajarse a la vialidad. Así, entre la precaución y la negación a dejar de vivir.

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