Vivir con la Pandemia / Mi lugar fuera del mundo
Es una esquina hermosa, la de Amores y Tlacoquemécatl, la que guarda mi refugio en esos días en los que, sin verlo venir, nuestro mundo cambió de golpe imponiéndonos distancias sociales, caretas y cubrebocas.
POR PATRICIA VEGA
Días de encierro. Muchos más de un centenar. Semanas y meses en los que he visto transitar las estaciones desde mis amplios ventanales. De las ramas secas del invierno al estallido floral de las jacarandas y de ahí, a los distintos tonos de un verde rabioso que anunció un verano caluroso y que ahora, por las tardes, se remece con las lluvias, enfriando la temperatura.
La casa es un claustro, pero más que una reclusión forzosa ha sido una experiencia enriquecedora. Valorar y priorizar actividades que no requieren del aire ¿libre? Tiempo para reflexionar, leer, ver películas y series de televisión, conversar –vía remota—con la familia y amistades. Y, por supuesto, promesas incumplidas una vez más: aprovechar la circunstancia para ordenar libros y documentos, así como deshacerme de trebejos con raíces en los múltiples rincones del departamento y que se multiplican como conejos en lugar de desaparecer.
El azar me impuso revistar esa maravillosa película de 1967 que marcó un momento cumbre del cine mexicano: Los caifanes, bajo la dirección de José Luis Ibáñez y guión del escritor Carlos Fuentes y del propio director de la cinta. Con las inolvidables actuaciones de Julissa, Enrique Álvarez Félix y quienes desde entonces fueron apodados como los caifanes: Ernesto Gómez Cruz, Eduarlo López Rojas, Sergio Jiménez y el gran Óscar Chávez, a quién el Covid-19 se llevó en esta temporada de manera inmisericorde, en un sanatorio ubicado en esta misma colonia: el Hospital 20 de Noviembre. El Caifán mayor se fue así como se ha ido desvaneciendo la burbujeante, tumultuosa y bullanguera Ciudad de México, esa que quedó inmortalizada en La región más transparente del aire, la emblemática novela de Fuentes y en la que ahora tenemos que aprender a vivir de manera diferente.
Vivo en un edificio antiguo construído en los años cincuenta con departamentos espaciosos, techos altos y una buena distribución. Cinco pisos con una cimentación firme, a prueba de terremotos, cosa que hemos constantado una y otra vez. Es una esquina hermosa, la de Amores y Tlacoquemécatl, la que guarda mi refugio en esos días en los que, sin verlo venir, nuestro mundo cambió de golpe imponiéndonos distancias sociales, caretas y cubrebocas. Oxímetros, termómetros, fortalecimiento del sistema inmunológico y medicamentos. Noticias y cifras alarmantes. Exteriores amenazantes en los que se agazapa una alta posibilidad de contagio a pesar de verse aparentemente inofensivos, como antaño.
El canto de los pájaros sustituye poco a poco el ominoso aullido de las ambulancias. Y en este edificio –un microcosmos de la noble y gran Ciudad de México– lloro la muerte de tantos compatriotas.
Periodista y escritora nacida en Tijuana. Premio Nacional de Periodismo 2010.