Y ahora qué chingados hago
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Un día, como a toda jovencita le pasa, llegó mi periodo. Con tres hermanas mayores, el tema del periodo no me era ajeno. Era espectadora de dramas, malos humores, llantos, cólicos. Sin embargo no es lo mismo verlo que tenerlo. Y cuando pasó, no tenía idea lo que realmente se tenía que hacer.
POR MARIANA LEÑERO
Cuando transité de la niñez a la adultez, mis padres me creían más madura de lo que en realidad era. No por audacia intelectual, debo aclarar, sino porque parecía que seguían la regla de que si a mis hermanas les habían enseñado los menesteres de convertirse en adultas, yo por ende también lo había aprendido. Así, por osmosis.
No era falta de cariño aun cuándo por un tiempo fue tema de terapia. Pero ahora resuelto, al menos eso creo, no hay más complicaciones en mi mente.
A mis 13 años mis hermanas tenían una vida social muy activa. Yo comenzaba a adentrarme a la mía pero mis salidas consistían en pasar un rato con los amigos de la colonia.
En ese entonces también la profesión de mis padres los tenía muy activos y ocupados. En varias ocasiones me quedaba sola en la casa. Debo aclarar que no me quedaba completamente sola. Mi papá estaba a cargo de mí pero en su estudio; allá arriba escribiendo y escribiendo.
Había una regla entre dicha de que no se le podía interrumpir a menos que fuera una emergencia. El taca, taca, taca de su máquina se colaba por las escaleras y las paredes y me sentía de alguna forma acompañada. Ahora, inclusive cuando entro a la casa de mis padres, continúo escuchando el taca taca taca de su máquina que me recuerda su presencia.
Un día, como a toda jovencita le pasa, llegó mi periodo. Con tres hermanas mayores, el tema del periodo no me era ajeno. Era espectadora de dramas, malos humores, llantos, cólicos. Sin embargo no es lo mismo verlo que tenerlo. Y cuando pasó, no tenía idea lo que realmente se tenía que hacer.
Salí corriendo al estudio de mi padre. El respeto al taca, taca, taca valió madres. Entré pensando que lo entendería todo y me resolvería el problema.
-Papá me llegó la regla y no sé qué hacer. Le dije.
Cuál fue mi sorpresa al ver su cara aterrorizada. Tartamudeaba y me miraba sorprendido.
Sus ojos color miel gritaban en silencio: “Y ahora que chingados hago”.
Al verlo tan descompuesto, terminé consolándolo y diciéndole lo que tenía que hacer.
-Necesito unas toallas sanitarias. Las que dicen Saba intima. No sé dónde las guardan mis hermanas y a mí me da pena ir a comprarlas.
Sin chistar aventó todo y salió corriendo a la farmacia. Me quedé esperándolo.
Cuando sonó el timbre respiré descansada y me apresuré abrir la puerta. Pero ahí no estaba mi padre sino en la puerta apareció José Luis, el guapito de la colonia, con su copetito peinado de lado y con su sexy bicicleta. Me invitaba a salir por un rato.
No puedo, le dije. Pero decidió quedarse platicando no sé de qué cuanta cosa. En otra situación me hubiera sentido en las nubes. Lo único que yo hacía era apretar las piernas y esperar a que se fuera antes de que llegara mi padre.
Pero no, con dos bolsas de plástico tamaño jumbo repletas de paquetes envueltos con periódico apareció mi padre.
Antes de que el guapito de José Luis lo saludara, mi padre me miraba con triunfo. Inmediatamente sacó de la bolsa uno de los paquetes, lo desenvolvió desesperado como un niño pequeño que abre su regalo de cumpleaños y me lo mostró casi embarrándomelo en mi cara.
-Aquí están Mayita. Saba Íntima como me dijiste. No supe que talla porque hay muchas opciones. Pensé que era mejor comprarte de todas y eligieras la que te acomode.
El silencio inundó la escena. El guapito de José Luis miró hacia otro lado discretamente. Yo me quedé pasmada y lo único que logre pensar fue: “Y ahora que chingados hago”.