DAR LA VUELTA / Monsiváis, el coloso de Portales
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Desde que la familia Monsiváis se asentó en la calle de San Simón, en una casa sencilla de dos pisos, Carlos jamás cambió domicilio
POR PATRICIA VEGA
“Firmes y adelante, huestes de la fe” es el descriptivo título del primer capítulo de la hoy famosa autobiografía que Carlos Monsiváis escribió de manera precoz, a los 28 años, en 1966, bajo el sello Empresas Editoriales S.A. En ese ejercicio literario, que se inicia con reminiscencias de pasajes bíblicos, ya se observa la ironía, la erudición, el sarcasmo y el ingenio que se convertirían en algunos sellos de su escritura:
“Nací, of all places, en el Distrito Federal y muy niño fui llevado en una emigración terrible, de la Merced a la colonia Portales, “por la calzada de Tlalpan”. Imagino esa diáspora a la luz de John Steinbeck, John Ford y Las viñas de la ira. Un carromato polvoso, una familia apiñada que entretiene la odisea cantando himnos pruebas del cielo bajo la forma de agentes de tránsito y al final Canaán-Portales, la tierra prometida donde los hijos crecerán en paz, sin el espectro del hambre y la intolerancia. Portales-Peyton Place: un pequeño pueblo con cines mugrientos, dos casas de citas, médicos obsequiosos, un Seleccionado Olímpico que jugaba aquí a la vuelta, veinte equipos de futbol llanero, adulterios sorprendentes, pirotecnia mathusiana y un diputado” […]
En ese texto primigenio Monsiváis afirmó que las razones migratorias de su familia, en ese “éxodo atroz de los cuarenta” tuvo su origen en cuestiones religiosas.
Perteneciente a una familia de fe protestante, la de Monsi –así se le llamaría en un futuro como muestra de aprecio– pudo continuar con su “jamás menguada devoción” en un templo localizado precisamente en Portales. Esa experiencia marcaría, a nuestro juicio, su porvenir como defensor de diversas causas políticas y sociales con las que se identificaba: “me correspondió nacer del lado de las minorías y muy temprano conocí el rencor y el resentimiento […]”
De ahí su identificación con los homosexuales, los oprimidos, las mujeres que padecen la violencia doméstica y social, la cultura popular y sus tradiciones, los que no pertenecían al partido gobernante o las víctimas de desigualdades en general. Causas articuladas a través de un eje doble: la defensa del Estado laico y la democracia. Causas que lo convirtieron en “ajonjolí de todos los moles” por lo que llegó a ser amplia y popularmente apreciado. No era raro que lo reconocieran quienes se lo topaban en la calle o en cualquier otro espacio público. “Mira, ahí va el Monsi”.
Para quien no lo sepa o lo haya olvidado, el polígrafo Carlos Monsiváis (1938-2010) fue un escritor, cronista, ensayista, crítico literario, antologador, coleccionista primordialmente de obras de arte popular aunque también gozaba de lo que todavía llaman “alta cultura”, lector, crítico de cine y un hombre mediático cuyas apariciones en la televisión y la radio, acrecentaron su bien ganada fama. Sus crónicas sobre el terremoto de 1985 lo convirtieron en una referencia cuando señaló que es acontecimiento tan terrible marcó el nacimiento de la sociedad civil en México.
Perteneciente a una familia de fe protestante, la de Monsi –así se le llamaría en un futuro como muestra de aprecio– pudo continuar con su “jamás menguada devoción” en un templo localizado precisamente en Portales.
Lo que me interesa resaltar en esta ocasión es que desde que la familia Monsiváis se asentó en la calle de San Simón, en una casa sencilla de dos pisos, Carlos jamás cambió domicilio. Con los años, su casa se convirtió en una especie de sitio de peregrinaje al que cotidianamente acudían artistas, políticos, amigos, periodistas, estudiantes y un sinfín de personajes de diversa ralea que acudían en busca de las opiniones o consejos de Carlos Monsiváis.
Sus vecinos se acostumbraron a la celebridad de un Carlos –hombre de izquierda eternamente enfundado en ropa de mezclilla– que acumuló en su casa de la Portales millares de libros, discos, películas, piezas de arte popular y… gatos, muchos gatos que fueron los verdaderos reyes de la casa y se paseaban con entera libertad por cuanto lugar era posible. Es famosa la anécdota de que muchas veces entregaba tarde los textos prometidos y comprometidos debido a que uno de sus gatos se había instalado sobre el texto en el que Monsi estaba trabajando e incapaz de moverlo, prefería esperar a que el gato cambiara voluntariamente de lugar.
Nunca olvidaré las muchas cartulinas que sus vecinos pegaron espontáneamente en los muros de la casa ubicada en San Simón para dar las condolencias por su muerte, ocurrida el 19 de junio de 2010.