El basurero no tiene hambre
El desperdicio de comida en el mundo es escandaloso. Se estima que se tira un poco más del 30% de lo que se produce en alimentos.
POR ESTEBAN ORTIZ CASTAÑARES
Muchas veces se reporta que lo que actualmente se produce de comida en el mundo es suficiente para alimentar a toda la humanidad, pero conforme a un reporte que hizo Janez Potocnik, comisionado del medio ambiente de la Comunidad Europea (2010–2014) eso no es cierto; en realidad se produce mucho más, lo que permitiría alimentar a 9 mil millones de seres humanos, que se estima será la población mundial en 2050, casi el 30% más de la actual.
Lo contradictoria de esto es que, de acuerdo con un reporte de la ONU de 2021, hay en el mundo 828 millones de personas que sufren de problemas de malnutrición y hambre. En México, según datos de la Secretaría de Salud, el 12% de la población –alrededor de 15 millones de personas— los padecen. Pero en este país el problema no es la falta de alimento sino su distribución y el acceso, por lo que mucha comida se tira.
El problema del desperdicio de los alimentos es de gran complejidad. La mayor parte de las culturas humanas han concebido a la naturaleza como un instrumento de explotación, dado por Dios hacia el hombre al menos en las religiones judeo-cristianas, judaísmo, cristianismo y musulmanes (ver Génesis 1:26), lo que ha facilitado un pensamiento depredador en la humanidad. De la misma manera los modelos económicos imperantes en el mundo, el capitalismo y el socialismo consideran a la naturaleza como un bien que debe ser explotado en pro del desarrollo económico. Y hasta hace relativamente poco no existía una conciencia de las implicaciones que tenía la destrucción del medio ambiente.
En especial el modelo capitalista requiere de mantener un incremento, ad infinitum, de la producción, y con eso del consumo para poderse mantener; y eso involucra indirectamente una cultura del desperdicio. Tenemos que tirar para comprar nuevo, que afecta a todo el sistema, incluyendo a los alimentos.
El desperdicio en el mundo es escandaloso. Se estima que un poco más del 30% de lo que se produce en alimentos, se tira. Es decir, para hacerlo más gráfico, por cada 3 tres vacas, cerdos, ovejas u cualquier otro animal que matamos en los rastros, uno de ellos es sacrificado innecesariamente y termina como desperdicio en los basureros. Sin contar todos los costos económicos que se pierden y los daños ecológicos provocados; visto así es un tema moral: asesinamos seres vivos por un egoísmo humano que cree que el mundo es para servirnos.
La parte optimista de esta historia es que en esta década empieza a haber iniciativas para disminuir el desperdicio en el mundo. Las más importantes vienen de Europa y al menos en un principio generadas por la sociedad civil, a la que poco a poco algunos órganos gubernamentales se están sumando. Los proyectos que se hacen atacan el problema desde distintos enfoques y algunos de ellos son muy ingeniosos.
Para el problema de desperdicio de frutas y verduras por no conformidad, es decir cuando los productos están bien pero simplemente no cumplen con el tamaño o forma que el mercado –los consumidores– demandan, en Alemania se crearon tiendas naturistas (como “Cullinari Misfits”, “Bio Company” o “Kartoffelkombinat”) que venden alimento como la naturaleza lo crea: pepinos curvos, o zanahorias que se ve como un árbol o una papa que parece muñeco de nieve, además de generar promoción para que la gente acepte este tipo de alimentos. En Holanda, la empresa Saftfabrik Procarrot ha creado un nuevo negocio de esto, extrayendo el jugo de las zanahorias fuera de norma para venderlo envasado y el bagazo ser comercializado como comida para ganado.
En Alemania se han creado asociaciones que recolectan productos en buen estado que desechan los restaurantes o tiendas y los redistribuyen en asilos, escuelas u otras organizaciones de beneficencia. La idea ha crecido y actualmente se han creado las despensas públicas donde uno puede dejar alimento en buen estado para que alguien más lo consuma sin costo. De manera diaria voluntarios revisan que los productos que se ofrecen estén en buen estado y aprovisionan el lugar con los productos donados por las tiendas.
La caducidad de muchos productos vegetales o enlatados está definida no por la salubridad del producto, sino por su forma, color o textura. Actualmente en Francia todos estos productos que terminan por ser desechados por los supermercados son comprados por la cadena “Ecodestock” que los revende a un 30% de su costo. La empresa lleva varios años en operación y nunca se han generado problemas por la salubridad de sus productos.
La empresa Hutten de supermercados creó un restaurante donde los productos cercanos a su caducidad se transforman en comida preparada. Siguiendo la misma idea, en Inglaterra la empresa Peoples Supermarkt ofrece comida preparada para llevar o comer en el restaurante. En Berlín la empresa Second Bäck vende panes del día de ayer 70% más baratos que las panaderías convencionales; el único problema es que los productos cambian dependiendo de las piezas que quedaron del día anterior.
Conforme un análisis del desperdicio generado, en Alemania algunos restaurantes han empezado a reducir el tamaño de las porciones que se sirven, así como el precio, disminuyendo en un 30% las compras. De igual manera en algunos lugares en que se sirven bufetes se cobra adicionalmente por comida no consumida, la que queda en los platos como sobra; y de manera sorpresiva esta iniciativa ha sido recibida muy bien por los clientes.
En la parte de la difusión de una conciencia ciudadana al no desperdicio de comida existen numerosos grupos en toda Europa. El más famoso es “Zero Waste Europe” pero también hay locales como el “Essensretter” en Alemania o en Suiza el “Save Food, Fight Waste”, que con videos divertidos tratan de promover una cultura de evitar el desperdicio.
A pesar de todas estas ideas creativas, el punto donde se genera la mayor cantidad de desperdicio no se ha logrado atender eficazmente. En zonas de producción, el campo, es donde la gran parte del alimento termina convirtiéndose en abono o desperdicio. Los problemas principales son de costos de transporte, logística (no hay quien lo transporte o lo compre) o simplemente porque su introducción en el mercado, con una oferta fija, trae una baja en los precios que hace incosteable su venta. Alemania trata de atender este factor pero los resultados son muy marginales; en internet se publica la ubicación de los huertos que están abiertos al público y pueden ser visitados para llevar sin costo las frutas o verduras que no son cosechadas, siempre que se trate de consumo familiar.
Los gobiernos europeos también comienzan a dar relevancia a este problema. Francia, por ejemplo, creó una ley que prohíbe el desecho de alimento en buen estado. La Comunidad Europea y los gobiernos locales crean campañas de conciencia ciudadana que lentamente empiezan a crear una sensibilidad social al problema. Estos países se han propuesto como objetivo que en el 2030 se reduzca el desperdicio un 30%. Pero hasta que no se vuelva caro tirar el alimento, a través de impuestos o multas independientemente de las intenciones, no se podrá generar una mejora significativa.
En México, donde hay otras afectaciones, cuesta trabajo vislumbrar la probable disminución en el desperdicio de alimento y una estrategia efectiva de distribución, un efectivo medio además para disminuir los problemas de hambre. Pero al menos podemos empezar con nosotros mismos tratando de comprar solamente lo que en realidad consumimos. Eso no solo será una pequeña mejora de nuestra economía, sino también un descanso moral de saber que conscientemente no participamos en el sacrificio innecesario de seres vivos.