DAR LA VUELTA / El Convento Grande de San Francisco
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Entrada al Convento de San Francisco, por Casimiro Castro.
“El más deslumbrante recinto religioso y cultural del centro del país del momento, con una existencia de 300 años, fue arrasado de la noche a la mañana: tasajeado y vendido en lotes”.
POR ABEL VICENCIO ÁLVAREZ
Al visitar el centro de la Ciudad de México nos maravillamos con la cantidad de recintos religiosos que hicieron al viajero inglés Charles Latrobe afirmar que se encontraba en la Ciudad de los Palacios. Y es que basta con subirse a cierta altura para admirar al atardecer el brillo de las cúpulas hasta donde la vista se pierde. Particularmente en el centro histórico –antigua y moderna ciudad de México—, son decenas de recintos consagrados o seculares que aún perviven, de los cuales destacan los enormes conventos de las grandes órdenes que en la colonia se fortalecieron. Dominicos, agustinos y franciscanos erigieron a lo largo de los siglos sus magnas sedes en la ciudad de México. Y aún hoy pueden admirarse el convento de Santo Domingo de Guzmán al norte del Zócalo, o el de San Agustín al sur.
Pero poco se habla del más grande convento que las américas hayan visto, y que desde los primeros años de la conquista significó el enclave, la avanzada cristiana en el corazón del nuevo mundo. Me refiero desde luego al Convento Grande de San Francisco que ya desde 1525 existía en las inmediaciones de San Juan de Letrán, calzada que aún era cruzada por puentes y canales, en esquina de lo que ahora es la calle de Madero (antes obviamente San Francisco y luego Plateros). Partiendo de una rústica construcción de piedra y tezontle, -que seguramente atestiguó los afanes y trabajos de Pieter van der Moere, mejor conocido como fray Pedro de Gante- el convento y los franciscanos transitaron por 3 siglos de colonia e independencia para convertirse en una de las instituciones religiosas más poderosas e influyentes del país; y su recinto en un gran complejo de varias hectáreas, que llegó a albergar hasta 14 templos y capillas, amén de claustros, patios y un enorme huerto. Familias adineradas de la ciudad invertían en más construcciones, adornos, nichos y esculturas para ganarse un cachito de cielo y así creció el convento.
Para darnos una idea de su extensión, la esquina noroeste del recinto estaría en lo que hoy es la Torre Latinoamericana; su esquina sur hasta la calle de Venustiano carranza. Al oriente, el complejo remataba hasta cerca de la calle de Bolívar. De hecho, la construcción novohispana terminaba en la capilla de San Antonio que alberga la actual librería Juan José Arreola del Fondo de Cultura Económica en el Eje Central; en la esquina sureste de la edificación: así de enorme era el Convento Grande de San Francisco.
Y así llegamos al siglo XIX con todas las presiones entre conservadores y liberales y avizorándose el movimiento de reforma, cuando el 15 de septiembre de 1856 fue “descubierta” en este lugar una terrible conspiración en contra del gobierno, “sorprendiéndose in fraganti delito, y en los claustros y celdas del mismo convento muchos conspiradores, y entre ellos varios religiosos…” por lo que al día siguiente el presidente Ignacio Comonfort decretaba la desaparición del convento franciscano y la expropiación de todos sus bienes. Correspondió al gobernador del Distrito Federal Juan José Baz encabezar personalmente y con enjundia el piquete de barretas, picos y palas con el cual, y al ritmo de la entonces popular canción “Cangrejos al compás” derribó los muros del convento, para abrir la calle de 16 septiembre hasta San Juan de Letrán y terminar así con 300 años de historia, evangelización, empoderamiento, arquitectura, artes, y ciencias. Cayó así el Convento Grande de San Francisco, cuya enormidad e influencia podemos apenas imaginar.
El más deslumbrante recinto religioso y cultural del centro del país del momento, con una existencia de 300 años, fue arrasado de la noche a la mañana: tasajeado y vendido en lotes que se convirtieron en fábricas de muebles, cantinas, un circo, un boliche, talleres de diligencias, cuadras de caballos, y el huerto -al menos- en un vivero.
De las 14 iglesias y capillas apenas quedaron las arcadas del portal de peregrinos (abajo de la torre latino), el templo de San Francisco al que solo se puede acceder por una entrada lateral; la construcción mencionada de la librería del Fondo en Venustiano Carranza que fue usada incluso como templo budista; un muro que puede apreciarse dentro de la pastelería La Ideal en 16 de Septiembre (sí, dentro de la pastelería), y el claustro principal que desde los primeros años fue vendido a protestantes, y hasta ahora es una iglesia metodista en la calle de Gante. Hablando de religiones, nadie sabe para quien trabaja.
Todavía faltaban unos años para la publicación de las Leyes de Reforma y la desaparición o desincorporación de muchos recintos más, pero el destino del Convento Grande de San Francisco estaba sellado. Ahora cuando caminamos por las abarrotadas calles del centro que antes eran enormes y tranquilos claustros, capillas, patios y huertos, no podemos menos que reflexionar hasta donde puede llevarnos la ambición, la envidia, el rencor y la venganza frente al tesón, la fe, el compromiso, el trabajo y el amor por el prójimo que se resumen en el saludo franciscano: “¡Paz y bien!”