Ciudad de México, junio 28, 2025 01:32
Ivonne Melgar Opinión Revista Digital Mayo 2025

Un día 19

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

“Hay una fecha que, como la del cumpleaños, en ninguna circunstancia me pasa de largo: el día 19, y no el de septiembre, sonoramente revivido siempre, por los sismos de 1985 y de 2017”.

En el calendario de la memoria personal, las fechas de todos, universales y colectivas, van fusionándose con las cumpleañeras, propias y cívicas, y los aniversarios, históricos e íntimos.

Y así vamos pautando los pendientes… Entre la Marcha del 8M y la Semana Santa; lo que antes llamábamos el desfile del primero de mayo y el Día de las Madres, el Grito con las efemérides patrias; la duda de si esta vez haré pastel, comida, reventón o karaoke, en medio de los regalos, las cenas y las felicitaciones del alma para los tantos que en mi amado gremio cumplimos en septiembre y los adorados Libra de octubre, para ir asomándonos a la puerta del año con el activismo naranja alrededor del 25 de noviembre, los intercambios y los siempre incumplibles brindis navideños.

Para entonces comenzar de nuevo con Reyes en enero que ahora miro de lejos y que en otros tiempos me robaron el sueño y la vigilia; los afanes de la Candelaria con mi bella madre de ese nombre incluida, sin huirle nunca a los pretextos del 14 de febrero y buscarle acomodo a esa creación hermosa de mi hermana Gilda de nuestra tradicional verbena de primavera, un encuentro que empezó siendo festín culinario y ha derivado en tertulia con peticiones cancioneras de madrugada.

Alguna vez incorporamos a las efemérides familiares la cena de monstruos con crema de betabel y espagueti negro de huitlacoche, sentados a la mesa con niños felizmente disfrazados. Ahora, en cambio, en días de Muertos, todavía me detengo en los tianguis para contemplar las máscaras y los atuendos de Halloween, priorizando la compra de flores de cempasúchil, velitas luminosas con interruptor de luz, hechas en China, papel picado y calacas de amaranto para el altar donde este 2024 le pusimos por primera vez un tequila blanco al maestro y escritor Luis Melgar Brizuela, junto a su libro póstumo El Poemar.

Y aunque nuestro oficio tuvo en el pasado una fecha de reconocimiento, con evento presidencial de por medio, cada 7 de junio, significado como el Día de la Libertad de Expresión y que se satanizó como el acto en que el poder apapachaba a la prensa que a su vez lo aplaudía, actualmente pululan diversas conmemoraciones alusivas a la prensa, los periodistas y otra de comunicadores en las que circulan porras, sin que ninguna resulte imperdible ni única, mientras los gobernantes nos insultan. De manera que las diversas felicitaciones, así sean de autoconsumo, cuentan y se agradecen.

Pero hay otras fechas que el oficio reporteril nos inocula como sucedía con el calendario escolar y los días de escolta, porque se trata de rituales que paulatinamente se vuelven de Estado, como el 2 de octubre no se olvida que durante años fue una marcha que en las redacciones aspirábamos cubrir y hoy es recordatorio en los recintos legislativos, centros culturales, gobiernos locales y también en la calle.

Cuando llega el 10 de abril, por ejemplo, pienso en Emiliano Zapata porque en el decenio que cubrí las actividades presidenciales ese era un recordatorio impajaritable, como decía mi padre que hizo suyo ese término ecuatoriano.

Procedente de esa época, me quedé con tres aniversarios luctuosos en los que rememoro la noche en Jalisco, la tarde en Cancún y la mañana en sala de prensa de las tragedias que cimbraron a esa generación de reporteros de Los Pinos: el avionazo del 4 de noviembre de 2008 en que murieron los funcionarios Juan Camilo Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos y dos personas que la fuente apreciaba mucho, Miguel Monterrubio y Norma Angélica Díaz; el incendio de la guardería ABC el 5 de junio de 2009 en Hermosillo, y el segundo avionazo del 11 de noviembre de 2011 en que Felipe Calderón perdió a otro secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora y a nuestro queridísimo Alfredo García, a quien los cronistas de ese sexenio de tanto luto queríamos mucho.

Llevo conmigo otras fechas desde las cuales podría hilvanar una biografía familiar. Es el caso del 11 de septiembre, cumpleaños de Luis Melgar, nuestro amado padre, a quien recuerdo celebrando sus 30 años en la sala de la colonia Las Rosas, en San Salvador, y enmudecer cuando desde la banqueta, uno de los invitados gritó: “Han matado a Salvador Allende”.

Y ya en México, ese mismo día de 2001, salir de la alberca y toparme con el estupor de las imágenes de las Torres Gemelas, un derrumbe que justamente 15 años después atestiguaría en sus varias reconstrucciones, en el museo memorial del WTC, en Nueva York, llorando, conmovidas, con mi hermana Gilda y mi sobrina María Paula.

Otras fechas en las que confluyen escenas de distintos años es el 21 de marzo, en la que mis hijos Santiago y Sebastián son personajes del desfile de la primavera, y como reportera recién incorporada a Excélsior, en la antesala de su relanzamiento, estoy en Oaxaca cubriendo el evento oficial del presidente Vicente Fox, mientras contingentes magisteriales intentan burlar el cerco de seguridad y atisbamos algunos carteles de la APPO que gritan que el gobernador Ulises Ruiz va a caer…

Es una efeméride tan nacional como íntima e impajaritable en la memoria del calendario personal porque me hace revivir aquel 2006 en que, excitada y ansiosa, estaba a punto de inaugurarme como columnista de los sábados en las páginas de un diario que cada 18 de marzo cumple años, un aniversario en el que el obligado recuento nos convoca.

De vez en vez, la prisa y la intensidad de las horas laborales nos absorben y el olvido hace de las suyas con recordatorios que días atrás teníamos en mente, ese imperdonable descuido con el santo de amigas del alma.

Pero hay una fecha que, como la del cumpleaños, en ninguna circunstancia me pasa de largo: el día 19, y no el de septiembre, sonoramente revivido siempre, por los sismos de 1985 y de 2017.

Es el 19 de noviembre de 1978, el domingo en que mi hermana y yo aterrizamos a la gran Tenochtitlán, procedentes de El Salvador, para emprender la vida en la que, entonces no lo sabíamos, sería nuestra segunda patria.

Gracias a los buenos oficios del periódico Reforma, en 1997 me nacionalicé mexicana. Y, en estricto, en la fecha de emisión del documento que así lo acredita debería celebrar el cumpleaños de la niña migrante que fui.

Lo cierto es que ni siquiera tengo claro el día en que, agradecida, abracé esa segunda acta de nacimiento, la que impajaritablemente celebro cada 19 del penúltimo mes del año, tarareando en silencio la canción de José José que sonaba en la pequeña radio de pilas que mi madre nos tenía preparada: “Vete a volar a otro cielo y deja abierta tu jaula, tal vez otro gorrión caiga, pero dale… de beber”.

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