Ciudad de México, noviembre 22, 2024 04:00
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El casco de San Borja, símbolo tricentenario de la identidad

Su sobrio exterior, modificado a lo largo de las décadas, apenas deja entrever la antiguedad de este edificio; cambios de cancelería, restauraciones y alteraciones a la fachada original y en sus interiores, han motivado que esta construcción, localizada en Adolfo Prieto, entre la Calle de San Borja y Ángel Urraza, parezca más bien una más de las numerosas instituciones educativas de la zona. Pero no. Se trata de una las más antiguas construcciones de la colonia del Valle, el casco de la Hacienda de San Borja, que tras varias ampliaciones y modificaciones sufridas a lo largo del siglo 20 alberga ahora al internado para niñas Gertrudis Bocanegra de Lazo de la Vega. Es precisamente la Hacienda de San Borja la que definió la nomenclatura de la calle homónima, que junto con el casco ahora convertido en escuela, representan los únicos vestigios que recuerdan la existencia de dicha propiedad.

La Hacienda de San Borja era una enorme propiedad que abarcaba gran parte de la actual delegación Benito Juárez. Sus terrenos se extendían desde Mixcoac hasta las cercanías de Tacubaya, llegando hasta el oriente a las proximidades de Santa Cruz Atoyac y el territorio de la actual colonia Narvarte. La hacienda estuvo durante su periodo de mayor apogeo a cargo de la orden de los jesuitas. Durante ese periodo abastecía de diversos productos a la ciudad de México, actividad que realizó hasta mediados del siglo 19, cuando inició la tapa de su decadencia y su posterior fragmentación.*

La orden de los jesuitas tenía en el Imperio Español enorme poder económico, político e ideológico al controlar un gran número de propiedades productivas, así como escuelas y universidades; las primeras le daban acceso a recursos materiales con los cuales financiaba sus proyectos, mientras que con las segundas controlaba en gran medida la formación de las élites novohispanas, quienes a través de los colegios jesuitas podían acceder al pensamiento, cultura e ideas ilustradas de la época, con todas las implicaciones que esto tenía para la gobernabilidad del virreinato en una época en la que el mundo intelectual se sacudía por las avanzadas ideas de personajes como Voltaire, Rousseau o los enciclopedistas franceses. La Dinastía de los Borbones veía a los jesuitas como un peligro a su hegemonía y como un obstáculo a sus reformas modernizadoras, razón por la cual decretó la expulsión de esta orden de sus dominios americanos en 1767. El enojo que entre los criollos originó este suceso, quienes de pronto se quedaron sin maestros y hasta cierto punto aislados del conocimiento de la época, junto con otros acontecimientos de diversa índole a finales del siglo 18 y principios del siglo 19, fueron el campo de cultivo donde se gestó el movimiento de Independencia de nuestro país, movimiento del cual celebramos este año su bicentenario.

Con la expulsión de esta orden la Hacienda de San Borja fue expropiada y sus bienes puestos en subasta. De esta forma, la que anteriormente había sido una gran propiedad comenzó a ser dividida en ranchos y haciendas de menores dimensiones para facilitar su venta. Estos ranchos y propiedades empezaron a ser conocidos con nombres que tal vez nos resulten familiares: Rancho Colorado de Nápoles, Hacienda de la Castañeda, Rancho de los Amores, Rancho de los Pilares, entre otros, que con el paso del tiempo fueron divididos en lotes aún menores, con el propósito de construir fraccionamientos dentro de sus límites, lo que dio origen a algunas de las actuales colonias de la zona. Ese proceso se aceleró a mediados del siglo XIX y alcanzó su punto culminante antes del colapso del régimen porfiriano, cuando inició el fraccionamiento de una gran cantidad de colonias, como la Del Valle, en una coyuntura en que lo mismo se buscaba obtener importantes beneficios económicos que proteger a estas propiedades y a sus dueños de posibles expropiaciones ante el inicio inminente de la Revolución Mexicana.

La Hacienda de San Borja representa un nexo histórico a nivel local entre el bicentenario de la independencia y el centenario de la Revolución Mexicana. Y el mayor símbolo de la identidad juarense. Así somos testigos cotidianos de las huellas y las consecuencias de decisiones tomadas en el pasado, mismas que desencadenaron fenómenos políticos y urbanos que moldearon esos espacios. En este entorno vivo nosotros, sus actuales habitantes, también formamos parte de la historia.

*Para mayor información sobre la Hacienda de San Borja se recomienda consultar el libro Formación y desintegración de la hacienda de San Francisco de Borja, escrito por María del Carmen Reyna, del que se ha tomado parte de la información para este texto.

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