Mixcoac fue la cuna del Colegio Madrid, hace 70 años
(Francisco Ortiz Pardo)- Era en Mixcoac un castillo de leyenda. Estaba ubicado en un predio de 7,476 metros cuadrados, rodeado por tres líneas ferroviarias. Un chalet de verano en la época porfiriana, estilo suizo afrancesado de tres pisos. Quedó dañado tras la Revolución Mexicana y abandonado a su suerte; después se alquiló como vivienda. El 24 de abril de 1941, según consta en escrituras, fue comprado por José Andreu Abelló a Hugo Scherer en 120 mil pesos. Se adaptó como plantel educativo y el 21 de junio de ese año abrió sus puertas como Colegio Madrid, una institución liberal y humanista fundada por los exiliados republicanos españoles. Eso es lo que cuenta María Alba Pastor en el libro al que tituló con la primera frase del himno que desde hace 70 años entonan los alumnos del Madrid: Los recuerdos de nuestra niñez (1991).
En 1979, la leyenda del castillo y sus historias se trasladaron con el colegio mismo a unos terrenos bastos, viejos ejidos de la zona de Coapa, que fueron donados por el gobierno de José López Portillo, que destruyó el inmueble de Mixcoac para poner en su lugar la horrenda estación del Metro. Quienes éramos de nuevo ingreso envidiábamos a los que no lo eran por haber tenido el privilegio de tomar clases en un salón que, decían, tenía un pastel pintado en el techo. Por mucho tiempo traté de imaginarme cómo era ese pastel. Heredé sin embargo algunas costumbres del castillo, que a su vez los españoles habían traído del Instituto Escuela de la ciudad de Madrid, donde los republicanos promovieron una educación de libre pensamiento. Como las “viñetas”, que eran –son— unos dibujitos que cada día, antes que cualquier otra cosa, debíamos trazar los alumnos de Primaria en una libreta francesa a cuyo lado anotábamos las condiciones climáticas del día. Abajo escribíamos una “composición” con el tema que libremente elegíamos. Ese es el tipo de educación que ha caracterizado al Madrid desde hace 70 años.
El “castillo” del Madrid estaba apenas separado de otro “castillo” –el del Colegio Williams, de educación tradicional inglesa– por la callecita de Empresa. En realidad ambos castillos formaron parte en otra época de la magna residencia de verano de José Ives Limantur, el secretario de Hacienda de Porfirio Díaz. Margarita Villaseñor Ponce, profesora de la UNAM y ex alumna del Madrid, recuerda: “Y había un castillo y tenía una historia. Era un castillo precioso que tenía sus cuatro torres, una gran entrada con el techo muy alto y una bellísima escalera. La madera de sus pisos rechinaba cada vez que pasábamos como si quisiera contarnos su historia. Estaba rodeado de altísimas palmeras y grandes árboles, aún conservaba algunos de los jardines que seguían siendo muy grandes y debieron ser más, porque ya se habían construido muchos salones alrededor”. Otro ex alumno, Javier García Galiano, escribió en Nosotros ahora, revista oficial del colegio: Durante muchos fines de semana de los años sesenta, ahí se filmó En el balcón vacío, de Jomi García Ascot. Se decía que los sótanos del colegio conducían a una red de subterráneos, en cuya exploración clandestina había desaparecido un alumno de nombre desconocido, por medio del cual podía llegarse a las alcantarillas de avenida Revolución o al castillo del Colegio Williams”.
El primer director del colegio fue Jesús Revaque. Originalmente, los empleados, profesores y alumnos eran españoles y lo financiaba el gobierno republicano en el exilio. El programa de festejos por el primer aniversario del colegio, el 25 de junio de 1942, publicado en febrero pasado en un artículo de Carta de España, es muestra de los fuertes vínculos que mantenía la comunidad del colegio con el país ibérico: El Dragoncillo,entremés de Calderón; un viaje lírico por el folklore de varias regiones españolas, interpretaciones de La del Manojo de Rosas, Alma asturiana y La verbena de La Paloma; recitaciones de romances y poemas de Juan Ramón, Machado y Enrique de Mesa y una escenificación de El mancebo que casó con mujer rica del Infante Don Juan Manuel. “El deseo de retorno era entonces una ilusión y no un espejismo”, se escribió en esa revista del gobierno español. “En esos primeros años, gracias a los fondos honestamente administrados del gobierno republicano, cientos de niños y niñas pudieron comer a diario en las instalaciones del colegio. De los 460 alumnos en 1941, 50 en el Jardín de Niños y 390 en Primaria, se pasa a 160 y 725 en 1947. Pese a lo político de sus orígenes, ni la mínima sombra de adoctrinamiento perturba la indiscutible calidad de la enseñanza y comienza a gestarse un sentimiento de hermandad entre los alumnos que aún hoy perdura. No en balde el himno del colegio comienza pidiendo que “los recuerdos de nuestra niñez han de ser siempre para el Madrid”.