Ciudad de México, noviembre 23, 2024 04:19
Ivonne Melgar Opinión Revista Digital Febrero 2023

Amar en tiempos de Pinocho

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

De eso se trata el amor que nos toca reinventar: de tocar el dolor, de sentir el miedo, de conciliar nuestras vulnerabilidades.

POR IVONNE MELGAR

Con amor de todas las edades para mi bella y plena madre, Candelaria Navas, en sus 80 años.

Sentimentalmente somos lo que cantamos y a mí me tocó crecer entre el romanticismo que raya en el género inmortal de la cursilería, los panfletos musicalizados con algún verso salvable de por medio, la trova de Pablo, Silvio y Amaury y los éxitos del OTI mexicano.

Como monolingüe que soy, mi banda sonora es 90 por ciento en español, aun cuando en los años de la secundaria y el bachillerato consumía lo que mi hermana Gilda disfrutaba en inglés, gracias al trato que hicimos con el uso de la radiograbadora que nuestra madre nos regaló: un día ella ponía Stereo 100 y sus casetes y al siguiente sintonizábamos FM Globo.

De niña, repetía con emoción desconocida los versos de desamor que tanto le gustaban a mi abuela materna: “el mar y el cielo se ven igual de azules, y en la distancia parece que se unen (…) permíteme igualarme con el cielo, que a ti corresponde ser el mar”.

Mamá Angélica decía que la canción de la historia de su vida era Amar y querer porque ella optó por lo primero que, como lo advertía José José, significaba sufrir.

Y de eso iban las composiciones que aprendí de niña y adolescente: fuera Llamarada con Isadora de Colombia con su “Necesito olvidar, para poder vivir” o Para que no me olvides con Los Cuatro de Chile narrando el dolor de atestiguar cómo el ser amado se esposa con otro: “Y cuando te pongan el anillo de oro, mi alma será invisible ante los ojos de Cristo moribundo, para que no me olvides”.

Poco a poco, nos fuimos convirtiendo en esa escasa y rara especie en extinción que se daba la licencia de entonar esas sentencias sabineras siendo todo lo contrario de lo que renegaba el madrileño del sombrero y la farra eterna.

En la misma ruta del temor a la separación o del duelo irían Mi unicornio azul, Ojalá, El breve espacio en que no estás, Hacerte venir o Réquiem, mi favorita a finales de los 80: “Disfruté tanto, tanto cada parto. Y gocé tanto, tanto cada todo. Que me duele algo menos cuando partes. Porque aquí te me quedas de algún modo”.

Y aunque Alberto Monroy y Mauricio López Velázquez nos gritaban “¡Fuera Juanga de esta pachanga!” en los años en que nuestra ciudadanía laboral y política festejaba la Puerta de Alcalá adaptando el estribillo a Palacio Nacional, en la madrugada se imponía Costumbres con Rocío Dúrcal, Así fue con Isabel Pantoja y Te lo pido por favor con Juan Gabriel, una vez que los increpadores se dormían y dejábamos correr su concierto en Bellas Artes.

Cuando a mediados de los noventa nacieron nuestros hijos, y nos pasó de noche la fiebre musical de la juventud Timbiriche, el amor sentimental y sus románticos ecos telenoveleros se rezagaron frente al demandante e interminable aprendizaje del amor a secas, el de la cotidianeidad, la intuición, la incertidumbre y la sobrevivencia.

Descubrimos, tarareando el Contigo de Joaquín Sabina, que habíamos renunciado a la apología de la pasión furtiva como único refugio del instantáneo amor eterno. “Yo no quiero 14 de febrero ni cumpleaños feliz (…) Yo no quiero comerme la manzana dos veces por semana sin ganas de comer”, repetíamos en la bohemia de los viernes en una época esplendorosa donde en el mismo espacio donde los adultos diseccionábamos la coyuntura política, los niños corrían disfrazados del último personaje de Disney.

Poco a poco, nos fuimos convirtiendo en esa escasa y rara especie en extinción que se daba la licencia de entonar esas sentencias sabineras siendo todo lo contrario de lo que renegaba el madrileño del sombrero y la farra eterna.

Y en medio del debate sobre el rol económico opresor de las familias, el abrazo a la diversidad sexual que nos formó en el cariño arcoíris desde nuestros días universitarios, el reconocimiento y elogio a las posibilidades de la convivencia y el despliegue personal y profesional de una agenda feminista que fue reeducándonos a todos para visibilizar la sobrecarga de las mujeres en la reproducción doméstica y las violencias que ahí subyacen, nos ha tocado ser madres y padres tan helicópteros como liberados; tan dispuestos al cuidado proveedor como ineptos en el entendimiento emocional de un nuevo tiempo definido por el reclamo de la escucha, el consuelo, la comprensión y la reciprocidad.

Porque veníamos del paradigma de la disciplina, el deber ser, las expectativas y los llamados moldes de la normalidad. Ahí nos prepararon para un mundo adulto del que creíamos sublevarnos siguiendo a Silvio Rodríguez en su rola La familia, la propiedad privada y el amor: “…Porque tú, tenías lazos blancos en la piel. Tú, tenías precio puesto desde ayer. Tú, valías cuatro cuños de la ley. Tú, sentada sobre el miedo de correr”.  

La revolución sin embargo que nos tocaría protagonizar no era armada ni ideológica, sino cotidiana, privada e íntima en la construcción del diálogo y el eterno intento por desmontar el ejercicio del poder y del control en el despliegue del amor. ¿Suena exagerado? Puede ser. Pero de eso va el sonoro ronroneo con el que ahora celebro las veleidades del amor, una singularidad que acaso explica la relevancia que los gatos tienen en esa pugna contemporánea entre lealtad ciega y entrega a libre demanda y con reclamos de por medio.

No es casual que Pinocho de Guillermo del Toro nos sacuda y envuelva con ese llamado a la aceptación de eso que el ángel azul de la película relata cantando: “Vale la pena una buena pelea y, si algunos días tienen altibajos, abre los brazos a un mejor mañana”.

De eso se trata el amor que nos toca reinventar: de tocar el dolor, de sentir el miedo, de conciliar nuestras vulnerabilidades.

Por eso ahora, a la madurez viruela, he descubierto el sentido de una canción que alguna vez mis hijos karokearon en alta mar, mientras Martín Beltrán y yo llorábamos de alegría, y que es el tema de la otra gran película del amor filial de esta temporada: Atardecer.

Sí, mi banda sonora sentimental es 90 por ciento en español. Y en el 10 por ciento restante ahora están Queen y David Bowie con Under Pressure: “Porque el amor es una palabra tan pasada de moda. Y el amor te desafía a cuidar a la gente al borde de la noche. Y el amor te desafía a cambiar nuestra manera de preocuparnos por nosotros mismos”.

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