AMORES CON LA MORENA / 'Vive la vida que detesto'
Airoso y muy enfundado en su fino traje, a pesar del calor, Jorge Romero Herrera llegó al homenaje póstumo a don Luis H. Álvarez, en la sede nacional panista. No calculó que su sola presencia en el auditorio atiborrado contrastaría con la historia de quien fue a carta cabal uno de los más notables impulsores de la democracia mexicana, de lo que el joven coordinador de los diputados albiazules en la Ciudad de México no parece haber heredado nada.
Entre líderes históricos como Ernesto Ruffo, Santiago Creel, José González Morfín y Luis Felipe Bravo Mena, el también ex delegado en Benito Juárez tuvo que soportar el rosario de elogios para don Luis por parte del ex presidente Felipe Calderón, del ex gobernador de Chihuahua Francisco Barrio, del hoy candidato para gobernar aquella entidad, Javier Corral, y del jefe nacional del PAN, Ricardo Anaya, quienes a la vez ponían en evidencia a quienes han traicionado la historia y los principios del blanquiazul. La de don Luis fue, sintetizó Anaya, “una vida sin torceduras ni desviaciones”.
Por estar ahí, sentado en segunda fila y expuesto a las lentes de los fotógrafos, Romero se vio obligado a escuchar los adjetivos, uno tras otro, que definen a un hombre que parece haber vivido en su antítesis: Don Luis “humilde, demócrata, generoso, discreto, digno, respetado por propios y extraños”. Me imaginé en una novela a Luis H. Álvarez parafraseando a Julio Scherer: “Jorge Romero vive la vida que detesto”.
Efectivamente, el diputado local, conocido entre los suyos como El Führer, se fue encogiendo poco a poco en su asiento, justo detrás de la ex primera dama Margarita Zavala, a quien en su momento grilló a la mala para dejarla fuera de la actual conformación de la bancada panista en San Lázaro e imponer en su lugar a uno de sus Ocean. En esa coyuntura don Luis apoyó a Margarita, pero eso no le importó a Romero. Y es que el poder es suyo –un pequeño poder que significa el PAN en la capital— pero no la autoridad moral. No es para menos: En su partido y en medios informativos se le ha acusado, entre otras tantas cosas, de inflar reiteradamente el padrón de militantes de su partido en esta ciudad, usurpar profesión, agredir a periodistas, valerse de intercambios de favores con desarrolladores, al haber obtenido un “descuentazo” para adquirir un penthouse muy cerca de la sede del PAN y, más recientemente, de antisemitismo.
Justo fue Felipe Calderón quien recordó que en los tiempos de don Luis no se podía ser líder sin ser “líder moral”, y que por eso el PAN tiene pendientes que revisar tras la muerte de quien fue dirigente de ese partido entre 1987 y 1994. “El contraste”, dijo, entre la situación que vive el PAN actualmente y la historia del chihuahuense, que militó en el blanquiazul por más de 60 años. El ex Presidente desató la risa nerviosa de los asistentes cuando habló de que hay dos tipos de personas que sí pueden dormir, pero la primera de ellas es la de “los que no tienen principios ni escrúpulos y que se acuestan con las piernas bien estiradas”. A Jorge Romero no le causó gracia y se quedó muy serio.
El calor avanzaba con la intensidad de los discursos y de la lluvia afuera del recinto. Pancho Barrio ya había advertido que no era aceptable elogiar a Álvarez, reproducir sus ideas, sin ser congruentes. Pidió a los dirigentes panistas convocar a los militantes “a seguir los pasos de don Luis”. Javier Corral, que conoció a Luis H. Álvarez hace 34 años, manifestó: “Lo suyo era la autoridad moral”. Una frase de Ricardo Anaya fue el remate pero también la puntilla, en sorprendente autocrítica: “Ya quisiéramos hoy tener en Acción Nacional un pedazo de generosidad de la que tuvo don Luis”.
Habían pasado dos horas; la concurrencia sudaba y al despedirse se daba abrazos y fotos con viejos militantes, ex dirigentes, ex candidatos. Pero alguien sudó frío y optó por desaparecer.