Ciudad de México, marzo 21, 2025 18:00
Relatos Revista Digital Marzo 2025

Mi barquito de papel

“Durante algunos días traje en la mente la idea de la felicidad en un barco que navega en el mar”.

POR LETICIA ROBLES DE LA ROSA

Era muy niña cuando en 1975 las familias en mi calle se sentaron a ver y escuchar en la televisión la hermosa voz de Gualberto Castro, una transmisión desde Puerto Rico donde ganó el extinto Festival OTI.

Recuerdo al cantante extender los brazos para explicar que “la felicidad no es un puerto. La felicidad no es un lugar. La felicidad es una forma de navegar por esta vida que es la mar. La felicidad es una forma de navegar por esta vidaaaaaaaa, que es la maaaaaaaarrrrrr”.

Y yo, atenta, junto con mis hermanos, sentada en la sala de mi casa, imaginaba un barquito de papel que recién me había enseñado a hacer mi hermano mayor con las hojas de mi cuaderno Nevado de cuadros chicos, para ponerlo en la pileta del lavadero y jugar con él a los barquitos.

Pero no podía imaginar la cara de la felicidad. Mi mente infantil no hayaba cómo ilustrarme para mí misma a la felicidad subida en ese barco de papel, porque la imaginaba como una persona y en su barco en un mar que yo sólo conocía por las ilustraciones de los cuadernos de geografía de mi hermano que iba en secundaria; pero que mi mamá y mi abuelita me contaban que era hermoso, grande, muy grande, que sabía a sal y que cantaba cuando sus olas chocaban con las rocas.

La canción me gustó mucho, no sólo por la letra que me hacía imaginar el barco de papel en el mar, sino porque los gestos de Gualberto Castro mostraban que él mismo era la felicidad misma.

Durante algunos días traje en la mente la idea de la felicidad en un barco que navega en el mar, hasta que le pregunté a mi hermano mayor si él había visto alguna vez el barco de la felicidad. Al principio me vio con cara de no comprender lo que le preguntaba. Le expliqué la letra de la canción de Gualberto Castro y me dijo que se trataba de una metáfora; que era una forma de hablar de algo que no era fácil de explicar.

Me dijo que yo conocía el barco de la felicidad y que no lo recordaba. “Cuando llegan los Reyes Magos veo que eres muy feliz”, me dijo.

La felicidad no es una mujer que ande en un barco. La felicidad es un estado de ánimo que tenemos todos los seres humanos y que la expresamos de diferentes maneras, pero el autor de la canción la imaginaba como una forma de navegar en el mar, me explicó con paciencia y entonces yo entendí perfecto qué era la felicidad.

No somos felices todos los días. Lo somos por unos instantes; a veces por unas horas o a veces hasta por unas temporadas, pero jamás somos felices todos los días.

Cuando concluí mis estudios universitarios volví a sentirme muy feliz, como cuando llegaban los Reyes Magos a mi casa, la ocasión que el entonces rector de la UNAM, el doctor José Sarukhán Kermes, me entregó un diploma por ser el segundo mejor promedio de mi generación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Fue en el auditorio Alfonso Caso de Ciudad Universitaria.

Después, cuando en mi juventud me enamoré de Edgar y supe que yo era feliz con él, porque cuando tomaba su mano sentía una sensación tan bella, tan placentera, tan de tranquilidad y como una especie de ensoñación.

Pero hubo un momento que conocí una felicidad diferente. Una felicidad que combinó a la niña que veía los juguetes que le habían traído los Reyes Magos, a la egresada que había logrado un diploma y a la joven enamorada: la publicación de mi primera nota de ocho columnas.

Me es muy difícil describir la felicidad que sentí. Ese día por la mañana había hablado por teléfono a una oficina de la CTM, a un número que encontré en el directorio telefónico, y se me ocurrió preguntar por la plataforma electoral de la Central para los candidatos presidenciales del PRI. Tuve la suerte de que me contestó uno de los dirigentes. Me hizo una declaración, que tomé con pluma y papel, porque entonces no había forma de grabar una conversación telefónica con una grabadora de reportero y menos en un teléfono público.

Como trabajaba en la Extra de Excélsior, como se le decía a la Segunda Edición de las Últimas Noticas de Excélsior, entregué de inmediato mi nota y un par de horas después, esperé la distribución en los puestos de periódicos y ahí estaba mi nombre en la nota principal.

Sentí como si en lugar de sangre tuviera miles de hormigas que recorrían mis venas y todas mis terminales nerviosas. Me dio como una taquicardia y empecé a respirar aceleradamente. Mis manos temblaban cuando pagué el ejemplar y lo tuve en mis manos. Era 1987 y yo conocía una felicidad que me llevó a quedarme para siempre en el mundo del periodismo.

En la medida que leía mi nota, el temblor terminaba y me dieron muchas ganas de saltar y de gritarle al mundo: lo logré; lo pude hacer: ¡Soy periodista; soy periodista!

Y se convirtió en una felicidad tan adictiva, que ya tengo 38 años que todos los días me afano para sentirla una y otra vez, cuando veo mi nombre en la portada de Excélsior. Hoy sé que Excélsior es mi barquito de papel y mi trabajo es la felicidad que navega por esta vida que es la mar.


+Este relato forma parte de la serie dedicada a la felicidad, cuyo día internacional es el 20 de marzo.

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas