Ciudad de México, mayo 28, 2025 02:21
Revista Digital Mayo 2025

Casi 30…

“Sobrevivir esos casis no es poca cosa. A veces quedarse también es un acto de renuncia. Y esos casi me rindo que parecen derrota tienen un poder silencioso”.

POR MARIANA LEÑERO

El 18 de mayo de 1996 me casé con Ricardo. Es decir, que en este mes y en este año, 2025, estamos llegando casi a los 30 años de matrimonio. Es verdad que, en temas de aniversarios o cumpleaños, los números redondos suenan bien. Tienen peso, suenan a logro. Pero, ¿y los “casi”?

Dependiendo del contexto, los casi pueden ser una hazaña o un fracaso. Hay casis que saben a victoria: Casi me rindo… pero llegué al final. Casi me fui, pero me quedé. En esos casi se siente la lucha, el orgullo de la tenacidad, de la resiliencia. Ese tipo de casi —el que no se consuma, o en el que aún hay esperanza de que suceda— tiene un halo heroico. Continuar… aun cuando no has llegado.

Pero también están los otros casi, los que nos dicen lo contrario: Casi terminé, pero no se me hizo. Casi dejé de fumar… pero no pude. Esos son más complicados. Duelen. Te roban el aliento. Son como un eco de lo que pudo ser y no fue, o de lo que no pudimos hacer que fuera. No se celebran ni se olvidan. Quizá en su momento se sienten como derrota,  con los años, quién quita que comprendamos su gracia… o su desgracia. No tenemos una varita mágica que nos permita ver qué era lo que estábamos evitando: ¿un desastre? ¿Una oportunidad?

Y en los aniversarios —especialmente si no son redondos— los casi tienen un valor especial. Porque los matrimonios no se cuentan solo por décadas cumplidas, sino por los casi que se atravesaron en el camino.

Hace unos días, en un post donde celebraba a Ricardo por su cumpleaños, alguien comentó: “Siempre ustedes, diciéndose palabras bonitas… aunque seguro han pasado por las buenas y por las malas.” Y sí. En las redes, reconocemos los momentos que valen la pena, pero al mismo tiempo estamos celebrando los “casi no lo logramos” que los sostienen. Sobrevivir esos casis no es poca cosa. A veces quedarse también es un acto de renuncia. Y esos casi me rindo que parecen derrota —como estos casi 30, que aún no son 30— tienen un poder silencioso.

Cuando conocí a Ricardo en la secundaria, casi no me caía mal… sino que me caía mal, completito. Desde mis ojos, era insoportable. Especialmente para una niña regordeta que solo quería caerle bien a todos, o al menos pasar desapercibida. Pero con Ricardo nadie pasaba desapercibido. Si caías en sus garras, ya no te soltaba. Por eso, cuando me lo volví a encontrar años después, ya de jóvenes, casi ni lo saludo. Pero él insistió. Y aunque yo estaba convencida de que no quería salir con él, algo en su insistencia —además de esa gracia que tuvo de caerle bien a mi madre— me empezó a caer mejor.

Y así comenzó nuestro amor. Amor de jóvenes, intenso… tan intenso que se llenaba de pleitos, de idas y venidas, de te amo para toda la vida a te odio para la eternidad. Nadie apostaba por nosotros. En serio, nadie. Siempre estábamos en el casi no cumplimos un año de novios, casi no nos casamos… pero terminábamos corriendo en la misma pista de carreras. Nos resistíamos a aceptarnos tan diferentes, porque en el fondo coincidíamos en lo esencial. Deambulábamos entre el deseo de que el otro fuera un poco menos él, y ese amor inocente que se enamora, precisamente, de lo distinto.

Entre discusiones que terminaban en abrazos, y abrazos que terminaban en discusiones, nuestros amigos pasaron del consuelo empático a la comedia involuntaria: “¿Otra vez?” Y sí… casi siempre tronábamos antes de cumplir meses. Y casi siempre volvíamos después.

Después de casarnos y de tener a nuestras dos hijas, los casi desaparecieron. Aunque, cuando se tienen hijas pequeñas —y muchos, muchos desvelos— uno no se soporta ni a sí mismo. Pero quizá estábamos tan apurados entre pañales, mamilas, ya se vomitó, deténmela un poquito, que ni tiempo teníamos para pensar en el casi, ni en nada, ni en todo. Ambos fuimos —y seguimos siendo— felices siendo padres juntos.

Pero después nos fuimos a vivir afuera. Yo casi no voy. Casi me quedo. Casi nos divorciamos. Y casi no dejamos que pasara lo que pasó. Juntos construimos una vida acá. Y con los “casi desisto” persiguiéndonos los pies aparecen escenas conocidas. Me sorprendo pensando: esto ya lo vivimos. Esto ya lo peleamos. Esto ya lo ganamos. Claro, lo vivimos cuando éramos novios, cuando estábamos recién casados. Casi los mismos casi, casi el mismo guion. Solo que ahora con más historia. Con más arrugas. Con más cansancio. Con más cicatrices. Con más amor.

Ahora que nuestras hijas se han ido, y siguen pasando los años, quedamos nosotros. Espectadores de su obra de teatro: a veces en primera fila, a veces al fondo del teatro, a veces sin ser invitados. Ahora, sin su ruido, escuchamos el propio, el nuestro.

Cerramos viejos proyectos, corremos hacia los nuevos. Nos quejamos de la rutina, pero la extrañamos si desaparece. Nostalgia, recuerdos, aventuras, recorridos, silencios, viajes, amor, desamor, miedo.

En este nuevo escenario, nos descubrimos distintos. Ya no tan jóvenes, ya no tan ingenuos. Con una historia en común que todavía nos sostiene y que no quiero que llegue a su fin.

Celebramos este casi 30. Porque, aunque no es una cifra redonda ni merece medalla, contiene lo más real que tengo: amor y certezas. Certeza de que, todas las veces que casi estuvimos a punto de rendirnos… nos quedamos. Certeza de que aún hay camino. Y la posibilidad —a veces tímida, a veces valiente— de seguir escribiendo algo nuevo, mientras releemos, con cariño, nuestra historia que tanto nos gusta.

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