Ciudad de México, julio 3, 2024 20:16
Mariana Leñero Opinión Revista Digital Julio 2024

Christian, el impostor: un viaje de verano

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

“Mientras Regina cantaba: Nuestro amor es azul como el mar y Sofía brincaba sin una gota de ritmo, Christian aplaudía con poca emoción y con aire aburrido”.

POR MARIANA LEÑERO

Desde que vivimos en Estados Unidos, viajamos a México en las vacaciones de verano. Cuando las niñas eran pequeñas, el último día de clases, las esperaba en la puerta de la escuela para salir corriendo rumbo al aeropuerto. Entre maletas tamaño hipopótamo, pañalera y bolsas atascadas de pendejada y media, las niñas y yo hacíamos el viaje solitas. Ricardo nos alcanzaba más tarde.

En ese entonces no había teléfonos celulares o iPad para enchufarlas y entorpecer, con culpa, sus pequeños cerebros. Sin embargo, desde el primer día que se enteraban que íbamos a México, Regina y Sofía ansiaban devorar las actividades que les tendría preparadas. Viajar para ellas era un juego, mientras que para mí exigía un estado de alerta y a la vez de calma que no siempre me era fácil alcanzar.

Mientras yo cargaba con la bolsa, la pañalera, la muñeca, el libro, el suéter, la almohadita, la lechita y los pasaportes sudados y arrugados de tanto revisar, mis hijas patinaban por el aeropuerto con sus amados Heelys. Los Heelys eran unos tenis con rueditas que les permitían desplazarse por el aeropuerto. Yo las perseguía de aquí para allá y de allá para acá con la ilusión de cansarlas, pero de cansadas no se les veía ni el pelo.

A la hora de abordar, Regina y Sofía, emocionadas, brincoteaban y saludaban como en pasarela a cualquier persona que se les atravesara. Ni notar la cara de susto de cada uno de los pasajeros que, sentados cómodamente, suspiraban de alivio al ver que no nos sentaríamos cerca. En nuestros asientos comenzaban las negociaciones: que si me toca en la ventana, que si en medio, que si cerca de mami. Ya en el aire había que sacar la plastilina que huele rico, el libro preferido, las muñequitas Polly Pocket para disfrazar, lápices, plumones, hojas, rompecabezas, juegos de mesa, cartas, pritt

Algunas veces aparecían llantos, quejumbres, ganas de ir al baño, derrames de jugos en el asiento, plastilina embarrada en la ropa, piezas de rompecabezas perdidas en el suelo y no podían faltar las jaladas y patadas en el asiento que molestaban a los intolerantes compañeros de viaje.

También el viaje estaba acompañado de risitas, chistes, canciones y de esos momentos especiales. Era tan presente el presente que no cabía pasado, ni futuro.  Agarraditas de mi mano se dormían con su cabecita en mis piernas o se acurrucaban en mi hombro. Confiaban en mí y estaban listas para disfrutar la vida, para comérsela a cucharadas y conquistarla igual que tenían conquistado mi corazón.

Recuerdo que una vez, antes de abordar el avión, en la sala de espera se encontraba el cantante mexicano Christian Castro. La canción “Azul” era la favorita del momento y yo la ponía a todo volumen para bailar y cantar con las niñas. Alrededor se le acercaban admiradores pidiendo su autógrafo. Yo lo miraba de reojito. Siempre me da curiosidad ver cómo se comportan las personas famosas en los lugares comunes. Regina lo miraba también entretenida.

–Ya no lo mires tanto –le dije.

Pero si uno conoce a Regina, sabe que uno de sus mayores placeres es observar a la gente, así que la dejé disfrutar el momento e irme a consolar a Sofía que, desesperada, se arrancaba de los pies sus Heelys porque una de las rueditas estaba atorada. Cuando volteé, Regina no estaba.

–¿Y Regina? –pregunté mientras mi cabeza y mis ojos daban vuelta para todos lados. Regina estaba sentada junto a Christian Castro platicando.

Desde lejos la vi cantar mientras Sofía corría hacia ellos para unirse al show. Mientras Regina cantaba: “Nuestro amor es azul como el mar” y Sofía brincaba sin una gota de ritmo, Christian aplaudía con poca emoción y con aire aburrido.

–¿No quieres una foto? –me preguntó con tono paternal por no decir cansado.

–Se la tomo a las niñas contigo –le dije apresurada.

Después del clic, nos despedimos mientras otros admiradores se acercaban esperando su oportunidad para saludarlo también. A todo pulmón solo se oyó a Regina gritando con emoción:

–¡Adiós, Ricky!

En ese momento se hizo un silencio en medio de todo el barullo (o al menos así lo sentí). Christian me miraba a los ojos, desilusionado porque ambos sabíamos a quién se refería.

Jalé a Regina con vergüenza. Seguro no de la oreja, aunque se lo merecía…

–¿Pero mamá, por qué me jalas? –me dijo sorprendida.

–Regina, él no es Ricky Martin.

–¿Pus entonces quién es? –me dijo confundida.

Ni tiempo de contestar, se nos hacía tarde y era necesario abordar el avión. Cargando a Sofía, quien continuaba mandando besos de despedida a Christian el impostor y a todos los testigos de la confusión, entramos al avión. Ya sentadas, Regina me miró a los ojos y me confesó:

–Por eso no me cayó tan bien. Es un impostor y necesita trabajar en sus relaciones sociales.

Me reí por un buen rato, no sabía, ni sabré,  dónde había aprendido esas palabras. Lo que sí sabía era que nunca olvidaría la historia, como nunca olvidaría muchos de los momentos que compartimos las tres juntas.

Ni por un momento imaginé que ese hoy se convertiría en ayer. Que patinar con Heelys, cantar y bailar con Christian Castro, pintar con plumones y colores, disfrazar a las Polly Pockets, amasar la plastilina que huele rico, hacer rompecabezas, verlas dormir agarradas de mi mano y acurrucadas en mis piernas, se volvería recuerdo. Ese hoy era hoy y me alegro que así fuera. Porque ahora, cuando llego al aeropuerto, es solo un lugar común, pero el recuerdo de ellas en él prende mi corazón como la luz a un foco y el sol al amanecer. Esos recuerdos vivirán por siempre en cada viaje y hasta el final de mis días.

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