EN AMORES CON LA MORENA / La ‘cola de caballo’ más cara del mundo
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Claudia Sheinbaum. De película. Foto: Facebook / Claudia Sheinbaum Pardo.
Aunque Sandra Araí se dice experta en “posticería facial”, hoy puede hacer poco por Claudia con las aflicciones y frustraciones que se le dibujan en el rostro por los amagos de Donald Trump.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Con los cabellos completamente encarrujados, Claudia Sheinbaum hizo sus primeras apariciones públicas a finales de los años ochenta del siglo pasado, cuando fue una lideresa de segundo mando en el Consejo Estudiantil Universitario (CEU), el movimiento que surgió para oponerse a unas reformas que pretendía en la UNAM el entonces rector Jorge Carpizo.
Según lo que dejan ver las imágenes de aquellos tiempos, a Claudia no le incomodaba su aspecto físico, pues a pesar de no ser particularmente bonita, tendría otros encantos –más importantes– que llamaron la atención de uno de los líderes principales, Carlos Imaz, que se convirtió a la postre en su marido. Y eso que era una persona sumamente insegura.
Pero a Claudia algo le ocurrió cuando probó por primera vez las mieles del poder, como secretaria de Medio Ambiente durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en Ciudad de México (2000-2006). No pudo evitar sus desplantes de prepotencia cuando los vecinos de la colonia Nápoles la encararon por el absurdo proyecto del distribuidor vial de San Antonio, obra nada ambientalista que estimuló el uso del automóvil y que ha demostrado a lo largo de estos años su mala manufactura. Pero ella quiso cambiar de look, convencida de que el cabello crespo no le daba buena imagen.
Así el alaciado le ha acompañado en todo su asenso al poder, primero como delegada en Tlalpan –donde salió avante de las acusaciones por la muerte de niños que quedaron bajo los escombros del Colegio Rébsamen cuando el temblor del 2017; luego cuando como Jefa de Gobierno de la capital pudo ocultar, sin mayores consecuencias, la responsabilidad de su gobierno en los hechos trágicos del derrumbe de un tramo elevado de la línea 12 del Metro, donde murieron 27 personas.
Desde la precampaña presidencial para el año 2024 hizo poner por todos lados un dibujo de silueta en la que destacaba su “cola de caballo”: lo convirtió en un ícono. Hoy sabemos, ya que es la Presidenta de uno de los países más importantes del orbe, que en todo eso gastó, que no fue un cambio natural sino una estrategia para convertirse en personaje de ficción. Así es que contrató una “caracterizadora” (de esas que laboran en la televisión y el cine), que antes trabajó con Sheinbaum en la delegación de Tlalpan en algo que no tenía nada que ver con “moda y estilo”; a ella le paga actualmente 92 mil pesos mensuales, cinco veces más de lo que ganaba en el gobierno de Ciudad de México apenas en septiembre del año pasado.
Se trata de Sandra Leticia Araí Chávez, que diariamente mantiene los rulos de la mandataria aplacados e intenta mitigar las huellas de su edad y su adustez. En los últimos días, sin embargo, su chamba se ha vuelta más difícil…
Aunque Araí Chávez se dice experta en “posticería facial”, hoy puede hacer poco por Claudia con las aflicciones y frustraciones que se le dibujan en el rostro por los amagos de Donald Trump. Pasa que, como bien describe esa cinta brutal que es La sustancia, ni una bella como Demi Moore se salva de la verdad.
Estoy consciente de que hablar aquí de la “cola de caballo” más cara del mundo es una frivolidad, habida cuenta de que este mismo martes en Reforma se documenta que Pemex dio a una inexperta un contrato por 11 mil millones de pesos. Una más.
Claudia Sheinbaum proviene de una izquierda universitaria poco institucional y dogmática, que con notoria facilidad se plegó a las demagogias echeverristas y los caudillos herederos del viejo régimen. Pronto aprendió de la simulación, esa arte bien dominada por su antecesor, que trata de que ellos son los buenos –muy buenos, casi inmaculados– y los de atrás se quedarán siempre como los malos. Sí: solo porque lo dicen. Pero en la impostura de la fisiología de la Presidenta hay algo aún más metafórico, que a la vez reniega de las esencias y seduce con las farsas. ¿Qué nos sorprenden la estupidez del consumismo y las locuras de las infuencers si hasta en eso caen estos falsos izquierdistas, “defensores de los pobres”?
La sonrisa forzada de Claudia Sheinbaum –nunca fue una simpática natural— apenas poco menos de cuatro meses de tomar el poder, la hace ver francamente sobre actuada. A las amenazas de los chinos, de la marca Nissan de autos y del Presidente estadounidense lo primero que responde es: “No creo que lo hagan”, develando todas sus limitaciones. Su negación de la realidad no le sale tan cínica como a López Obrador con sus “otros datos”. Entre sus coristas hay himnos pero ellos mismos saben que Sheinbaum está prendida del cordón obradorista (y quieren que lo esté). Su círculo más cercano no sabe cómo salvar una narrativa que carece hasta de estilo, según supo este columnista. Del otro lado surge el escarceo, la mofa al que no se toma en serio. Surgen en redes sociales memes donde caricaturizan la cola de cabello más larga que pueda ser pisada. Y al final, Claudia no puede gobernar ni con encuestas ni con “mañaneras del pueblo”. Ni con su “cola de caballo”.
Al caérsele el rímel a la mandataria mexicana se descubre efectivamente la realidad, a pesar de los Lord Molécula y los falsos periodistas. Por más esfuerzos que haga como “caracterizadora” una “directora de área” que cobra del erario público –con tus impuestos, con los míos– un sueldo de 92 mil pesos.