Ciudad de México, junio 27, 2025 17:15
Melissa García Meraz Opinión

La convicción de pedalear

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

En el campo, en la periferia, en la ciudad o en el Giro, el acto de pedalear tiene algo en común: el impulso humano por avanzar, resistir y trascender.

POR MELISSA GARCÍA MERAZ

Hace ya algunos años estuve en una conferencia en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo donde se habló de una comunidad que utilizaba frecuentemente la bicicleta. Lo más interesante es que eran las mujeres las principales usuarias. Aquellas que, antaño, habían utilizado la bicicleta para ir al río a lavar la ropa. A pesar de que, en la actualidad, esa actividad ha desaparecido, ellas siguen recorriendo ese trayecto, no por nostalgia, sino por convicción. No recuerdo precisamente a la autora del trabajo pero sí recuerdo que, remarcaba, algunas jóvenes de la misma comunidad han reemplazado la bicicleta por grandes camionetas, muchas importadas del vecino país del norte, en una clara adopción del “progreso” entendido como motorización y consumo.

Pero las usuarias, estas mujeres, en su mayoría mayores de 60 años, mostraban una singularidad: no padecían enfermedades crónico-degenerativas y parecían, severamente, felices. La bicicleta seguía siendo parte de su rutina diaria y su forma de habitar el espacio. Salían con sus canastas, sus bolsas colgadas del manubrio y sus rebozos bien anudados al pecho. Pedaleaban con firmeza, como si supieran que su trayecto tenía historia. En cambio, las jóvenes ya no pedalean, ya no cruzan las calles rumbo al río, y habían optado por una movilidad que otorga estatus, pero también impone distancia. Ahora se movilizan en autos grandes, pesados, a veces innecesarios, que parecen más una extensión del poder que del cuerpo.

¿Por qué digo estatus? Porque en nuestro país, así como la Coca Cola desplazó al pulque, el automóvil desplazó a la bicicleta. El auto se convirtió en símbolo de poder adquisitivo, mientras que la bicicleta se asoció con pobreza y marginalidad. Pensar en abandonar un vehículo que no genera valor de capital —que no consume más que un mínimo en mantenimiento— por uno que demanda inversión, pagos, gasolina y espacio, refleja una decisión profundamente cultural y simbólica.

Tan es así que el consumo no es solo cuestión de adquirir objetos. Tiene un profundo valor simbólico y emocional: expresa quiénes somos, a qué grupo pertenecemos y cómo queremos ser vistos. La teoría del consumo simbólico plantea precisamente eso: que los productos comunican más que su función. Bourdieu, por ejemplo, analizó cómo nuestras elecciones se relacionan con el capital cultural y social. No es igual tomar café en un vaso de unicel que en una taza de diseño; llevar café hecho en casa y en un termo que tomar un café de Starbucks. No es lo mismo portar ropa de marca que una prenda alternativa. Todo eso dice algo de nosotros.

Autores como Bauman, Giddens, Goffman, Gergen o Mead han profundizado en cómo nuestra identidad se forma en diálogo con el contexto, de forma narrativa, reflexiva y social. La psicología social, por su parte, ha mostrado que identificarnos con ciertos grupos influye en nuestra forma de vestir, movernos por los espacios o actuar. Lo que elegimos llevar —ya sea una prenda, un coche o una bicicleta— también puede ser una forma de empoderamiento, de decir: “así me muestro porque así quiero ser visto(a)”.

Por ejemplo: ¿por qué compramos un automóvil costoso? ¿Corresponde solamente a una necesidad de movilidad o, en cambio, se convierte en una carta de presentación, una manera de mostrarle al mundo quién somos? ¿Por qué despreciamos la bicicleta mecánica y celebramos la eléctrica? ¿Es solo por comodidad o porque marca una diferencia entre quien puede recorrer un pequeño tramo desde la zona urbana y quien debe cruzar la ciudad entera desde la periferia para trabajar o estudiar? Esto va más allá de cubrir una necesidad básica, el consumo tiene un papel clave. Lo que consumimos se vuelve una forma de contar nuestra historia, construir nuestra identidad y buscar reconocimiento. En un mundo donde las apariencias también comunican, los objetos que elegimos tienen un peso emocional, social y simbólico enorme.

Foto: Francisco Ortiz Pardo

“Salían con sus canastas, sus bolsas colgadas del manubrio y sus rebozos bien anudados al pecho. Pedaleaban con firmeza, como si supieran que su trayecto tenía historia”.

Recuerdo haber pensado, al escuchar sobre esas mujeres de la comunidad hidalguense, que sus bicicletas no solo eran un medio de transporte. Eran una extensión de su cuerpo, una memoria en movimiento. Como si pedalear fuera también un acto de resistencia contra la lógica de consumo que lo devora todo. Una forma de recordar que hay otras formas de vivir, de moverse, de estar en el mundo. Y, por supuesto, una forma para hacer comunidad en movimiento.

Pero la bicicleta lleva un profundo sentido en nuestro país. En el escenario internacional, un joven ciclista mexicano ha hecho historia y ha devuelto la bicicleta a las portadas de los periódicos, no como símbolo de pobreza, sino de excelencia. Isaac del Toro, originario de Ensenada, Baja California, lidera el Giro de Italia 2025 con una destacada actuación que lo ha mantenido con la ‘maglia rosa’ tras 15 etapas. Con tan solo 21 años, ha demostrado que la bicicleta puede ser también un vehículo de gloria, orgullo y superación personal. Desde las calles de su ciudad natal hasta las montañas italianas, ha logrado convertir su trayecto en un emblema de disciplina, esfuerzo y representación nacional. A manos de actores sociales como Isaac se reconoce que la bicicleta también puede ser un símbolo de gloria, disciplina y esfuerzo. La hazaña de Del Toro no solo revaloriza el ciclismo en el imaginario colectivo mexicano, sino que también nos recuerda que la bicicleta es una herramienta poderosa. En el campo, en la periferia, en la ciudad o en el Giro, el acto de pedalear tiene algo en común: el impulso humano por avanzar, resistir y trascender.

En estudios sociológicos recientes, las mujeres racializadas —negras, latinas, indígenas, migrantes— han mostrado cómo resignifican lo que significa ser mujer en contextos marcados por el racismo y el patriarcado. Autoras como Sudbury y Williams & Lewis documentan cómo estas mujeres resisten y crean nuevas formas de pertenencia desde lo cotidiano: en su ropa, en sus peinados, en sus trayectorias. Su identidad no es fija ni impuesta; se construye desde la intersección entre raza, género, clase y cultura. Lo personal es político: el cuerpo, la voz, el estilo y, debemos agregar, el derecho a la movilidad y a transitar demostrando la identidad son territorios de lucha y afirmación.

Foto: Gustavo Alberto / Cuartoscuro

¿Por qué compramos un automóvil costoso? ¿Corresponde solamente a una necesidad de movilidad o, en cambio, se convierte en una carta de presentación, una manera de mostrarle al mundo quién somos?

Así también se define la ciclista que cruza la ciudad con el cuerpo al sol, desafiando el ruido, el tráfico y el cansancio. No lleva ropa sofisticada ni gran preparación. Solo su necesidad, su historia, su identidad. Cada pedalazo es una forma de decir: “esta ciudad también me pertenece”.

La bicicleta no solo recorre distancias: recorre memorias. En muchas colonias de la ciudad, y también en pueblos que van quedando atrapados por la urbanización desigual, las mujeres mayores siguen pedaleando como antes. Así lo muestran estudios como el de Soledad Díaz (2015) que describe cómo la bicicleta permite a las mujeres mantener su autonomía, cuidar a otros, ahorrar tiempo y apropiarse del espacio. Y como apunta Trejo (2015), esta práctica —tan subestimada por el discurso del progreso— tiene la potencia de redibujar la ciudad desde los cuerpos, los sentidos y los afectos. En ese pedalear cotidiano hay una forma de resistencia y de afirmación: “aquí estoy, esta también es mi ciudad”.

Foto: Especial

No se trata solo de edad o comodidad. Se trata de una transformación cultural y económica, donde la bicicleta —lejos de ser rudimentaria— puede convertirse en símbolo de autonomía, sostenibilidad y dignidad urbana. Un objeto que, más allá de sus ruedas, habla de una forma de vida posible: una que no le teme al cuerpo, al trayecto ni al tiempo que toma recorrer el camino.


Facultad de Piscología. Universidad Nacional Autónoma de México.

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