Ciudad de México, abril 28, 2024 06:43
Gerardo Galarza Opinión

SALDOS Y NOVEDADES / La Otra: Enamorarse en la Colonia Del Valle

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

“En la Colonia Del Valle me enamoré para toda la vida, es decir como cualquier idiota. El primer beso ocurrió, no está nadie para saberlo, pero yo sí para contarlo, en la esquina de la avenida Popocatépetl y la calle Amores, sí, frente a aquel boliche, con un semáforo en rojo, en un vocho modelo 1974 que ella manejaba, antes de la medianoche del jueves 16 de agosto de 1979”.

POR GERARDO GALARZA

Hace poco menos de 44 años comenzamos a jugar a  hacernos felices en un campo de sueños.

Muchas veces ganamos; otras, perdimos, y algunas más el juego se suspendió por lluvia, pero siempre anduvimos por arribita de los .500 en el average y hubo ocasiones en que llegamos a los play offs y hasta ganamos una que otra Serie Mundial.

Sabíamos que el juego no acaba hasta que cae el out 27, el último, y entonces las luces del estadio se apagan, pero también que el campo de los sueños ahí sigue.

El escribidor confía en que los lectores entenderán que otra vez aborde un asunto muy personal, porque no hay de otra y porque este asunto personal ocurrió principalmente en la Colonia del Valle, en la antigua delegación de Benito Juárez.

Cuando a Bruno, el nieto de apenas 8 años, se le pregunta: ¿Asunto? Sin dudarlo responde: “El que se indica”; él y Zoe, su hermana mayor, le envían correos electrónicos en donde claramente especifican que el asunto es “el que se indica”. Al escribidor le gustaría tener esa infantil desfachatez para hacerles saber a ustedes que el asunto es el que se indica.

El asunto es que en la Colonia Del Valle me enamoré para toda la vida, es decir como cualquier idiota. Y creí, eso imagino, que esencialmente sólo lo supo Sonia Elizabet Morales, la mismísima reportera de Proceso, aunque muchos más se hayan dado cuenta. Ya qué, ya ni modo.

El primer beso ocurrió, no está nadie para saberlo, pero yo sí para contarlo, en la esquina de la avenida Popocatepetl y la calle Amores, sí, frente a aquel boliche, con un semáforo en rojo, en un vocho modelo 1974 que ella manejaba hace casi 43 años, exactamente -bueno, bueno, es un decir, ni modo que hubiera visto el reloj en ese momento- antes de la medianoche del jueves 16 de agosto de 1979.

Fonda 99.99. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Las siguientes correrías, a partir de la calle Fresas número 13, recorrieron Pilares rumbo a la pizzería Juliu’s;  hacia la esquina de Fresas y Tlacoquemecatl en la fonda de Chave; o frente a la florería de Pilares y San Francisco; en la guardería MIA de la calle Oklahoma, y luego las escuelas Dos Naciones Unidas, en Pilares y Patricio Sanz, y en la Tomás Alva Edison, en Pilares y Amores, y en la iglesia de Santa Mónica y su parque de San Lorenzo, en cuya capilla nuestra hija Claudia Beatriz recibió la Confirmación nada menos y nada más que de las manos de don Arturo Lona, y Diana Paulina fue bautizada por Enrique Maza; además de todos los lugares de esa zona que permitiesen algún escondite (había muchos entonces, y confío y deseo que los siga habiendo en beneficio de quienes los necesiten), antes de llegar al 620 de la avenida Coyoacán después de la esquina con Concepción Beistegui, departamento 5. Casi un agujero para nuestro amor, que cuando lo convirtieron en condominio tuvimos que abandonar, sin queja alguna ni denuncia de “gentrificación” o algo similar.

Capilla y parque de San Lorenzo. Foto: Francisco Ortiz Pinchetti

Sonia Elizabet siempre respetó a La Otra. La asumió plenamente. Muchas veces exigió: “dime que La Otra no se enterará de esto” al terminar lo que Vicente Leñero definía, en sus escritos, como el trajín conyugal.

Fueron muchas las emociones aquí en la Benito Juárez: en el restaurante Santa Anita, en el bar San Antonio, en La Veiga y luego Konditori, en la Fonda 99.99 y el Humberto’s, en el Marie Callender’s, en el Daruma y la rosticería Los Pinos, el Hostal de los Quesos, en El Gallito, también el McDonald’s, la tienda de Don Richar, en la casi esquina de Fresas con Pilares; el café que llamábamos de Rocky, sobre Pilares entre las calles de Manzanas y Fresas; en los parques Tlacoquemécatl y Hundido; en la Plaza México con El Juli, Manolo Martínez, Eloy Cavazos, David Silveti, Morante, El Pana, y en donde una tarde mi Sonia se enamoró de Pablo Hermoso de Mendoza.

Fresas 13 fue un paraíso por casi 22 años, hasta que se acabó.

Sí, claro, el escribidor debe contar: cambiamos de coche y de domicilio y de algunas querencias, pero seguimos siendo los mismos. Seguimos juntos, viviendo nuestras historias.

Y entre muchas, hay otra historia que debe contar hoy: La historia de La Otra.

Entre los contactos del teléfono “inteligente” del escribidor aparece todavía el nombre de La Otra, cuyas llamadas lo convirtieron en un número de uso frecuente.

La confesión: La Otra siempre fue La Otra, desde antes de la existencia de los teléfonos celulares.

Una presencia vital, pues.                

Sonia Elizabet decía encabritarse cuando oía a Joaquín Sabina cantar: “Y sin embargo un rato cada dí­a/
Ya ves/Te engañarí­a con cualquiera/Te cambiaría por cualquiera”, y de plano explotaba cuando escuchaba al ubetense: “Y me envenenan los besos que voy dando/Y, sin embargo, cuando duermo sin ti/Contigo sueño/Y con todas, si duermes a mi lado…”

“Pues, que poca madre”, espetaba, pero seguía cantando la misma canción, en tono bajito, casi un susurro, bien sabes lo que digo.

Sonia Elizabet siempre respetó a La Otra. La asumió plenamente.

Muchas veces exigió: “dime que La Otra no se enterará de esto” al terminar lo que Vicente Leñero definía, en sus escritos, como el trajín conyugal. Y el escribidor le decía: no, no te preocupes, no lo sabrá, lo juro. Tú tampoco puedes decir nada a nadie, le pedía. “No, no, cómo crees: esto sólo es entre tú y yo”, también juraba ella.

Y entonces se dormía en la cama de siempre.

El desaparecido Konditori. Foto: Francisco Ortiz Pinchetti

Ahora mismo en el teléfono celular marco el número de La Otra y recibo como respuesta el monótono: “el número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio…”

Pero, a veces, su obsesión era mayor.

Preguntaba:

–¿La Otra es mejor que yo?

–No, le respondía.

–Entonces, ¿por qué sigues con ella?

–Pues, tal vez porque la necesito–, le decía.

–Ah, bueno–, cancelaba su reclamo. “Nunca me dejes”, pedía.

Y le contestaba: ¡Cómo te voy a dejar. No tengo a dónde ir, ni ahora ni nunca!

Y como que no me creía… ya ven ustedes cómo son las mujeres y ya ven cómo somos los hombres en estas cuestiones.

De sobra, La Otra supo siempre de La Otra.

Salvo ella, nadie lo supo o lo creyó. Sólo cuando en la pantalla del celular aparecía el indicativo de La Otra y quienes lo alcanzaban a ver me pedían explicaciones pícaras o furiosas, como las de las hijas cuando lo vieron por primera vez.

De repente, muy seria Sonia Elizabet preguntaba:

–¿Cómo está La Otra?

–Supongo que bien–, le respondía.

–Sólo supones…

–Sí. Bueno, no se queja.

–¿Tú le crees?, insistía.

–Pues eso dice; que está bien.

–Cuídala…

Y ahora que duermo sin ti, sólo quiero soñar contigo. Te extraño.

Fuímos lo prohibido para ambos. El vicio de tu piel, la fiebre de mi ser…, según Roberto Cantoral.

El Hostal e los Quesos. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Sonia Elizabet, sin hache, aguantó siempre hasta el 13 de marzo del pinchísimo 2022, cuando se fue sin siquiera decir adiós, y luego supe que además se llevó a La Otra.

Ignoro si en el cielo, como canta Eric Clapton, me reconocería, pero estoy seguro que yo sí lo haría de inmediato porque me tendería su mano para levantarme, y me diría que aunque la vida me haya puesto de rodillas y me haya roto el corazón, debo ser fuerte.

El asunto que se indica es que yo no estoy en el cielo, ahí donde según se sabe no existen las lágrimas.

Lo real para mí es que ese mal día nos cayó el out 27, sin siquiera la posibilidad de extrainnings.

Nuestro juego terminó entonces. Y, aquí entre nos y entre paréntesis, lo ganamos, aunque a lo largo de las nueve entradas hayamos cometido errores.

O de otra forma: arriba en nuestra calle se nos acabó nuestra fiesta.

Sé que mañana será otro día y habrá nuevo juego para otros jugadores. El verde de los jardines resplandecerá con la luz del sol o la del alumbrado.

Antes, medio dormida, de nuevo gritarás casi al amanecer como muchas veces lo hiciste:

–¡Ya duermete!

–Estoy escribiendo–, responderé como antes.

–¡Apaga la música y duermete. Deja de beber!

Y no, no quiero hacerlo, no lo haré y te seguiré buscando, te seguiré esperando.

Ahora mismo en el teléfono celular marco el número de La Otra y recibo como respuesta el monótono: “el número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio…”

–Sí, ya sé está fuera del área de…

–“… o verifique su marcación”.

–Ok. ¡Chingao! ¿Alguien sabe la clave Lada del cielo?

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