Ciudad de México, septiembre 18, 2024 06:10
Opinión Relatos

¡Cuéntamelo otra vez!

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

No es un cuento, porque no se trata de ficción, sino de compartir memoria desde la trinchera personal. No es periodismo, porque es demasiado subjetivo. Es cercano a la literatura, pero no es ni fantasía ni metáfora.

POR LETICIA ROBLES DE LA ROSA

Tenía siete años la primera vez que me sentí convencida del futuro que deseaba. Mi madre compró en abonos una enciclopedia del mundo marino y recuerdo que desde el primer momento que vi las imágenes y comencé a leer sobre ese fascinante mundo, me dije: seré una profesionista y estudiaré el mar.

Y coincidió con mi descubrimiento de los documentales de Jaques Cousteau, el primer estudioso de los mares que se hizo famoso a nivel mundial con la forma en que mostró a millones de personas la vida debajo del mar. Entonces escuché por primera vez el nombre de la profesión a la que me quería dedicar: oceanografía. Sí, era muy niña, pero desde entonces me gustaba adentrarme en las cosas que me interesaban y cuando le comenté a mi maestra de segundo año de primaria que quería ser oceanógrafa, me dijo: “es mejor la biología marina”.

Entonces estaba decidido. De grande iba a ser oceanógrafa o bióloga marina. Esa maestra me informó que esas carreras necesitaban de muchos conocimientos y yo debía estudiar mucho.

Impulsada por esa ilusión, me convertí en una estudiante muy dedicada. El promedio de calificación en primaria y secundaria fue cercano al 10, porque fui dedicada, pero no matada. El objetivo estaba trazado y yo me esforcé por comenzar a alcanzarlo. Entré a la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM y mantuve mi disciplina de ser una buena estudiante.

Llegó el momento de definir el área de conocimiento en el que iba a cursar el último año de preparatoria y entonces la UNAM tenía un sistema de orientación vocacional que incluía tres semanas de pláticas con diferentes profesionistas para que pudiéramos plantear inquietudes. Ya se imaginarán que fui la primera en anotarme en las charlas con los profesionales de las ciencias del mar.

Cada palabra que decían los jóvenes profesionistas reafirmaba mi anhelo, hasta que uno de ellos contestó mi pregunta de cuáles eran los principales retos al estudiar las carreras de las ciencias del mar. El dinero. La beca no alcanza ni para comer. Se necesita que tu familia te apoye mucho con dinero, porque hay que vivir cerca del mar. Los libros están en francés o en inglés y son costosos.

Entonces yo sentí que el suelo se abrió a mis pies. Imposible seguir ese camino. Mi madre me había pedido que yo fuera secretaria ejecutiva bilingüe, porque sólo eran tres años y ya podría entrar a trabajar para ayudar económicamente en casa. Yo la convencí que era mejor ir a la UNAM, porque así sería profesionista y ganaría más. Y resultó que ya no iba a ser profesionista. Una tragedia para mis 17 años de edad.

Me sentí como en un laberinto. Pero como vencía el plazo para definir el área de estudio y yo no sabía qué iba a ser, toqué la puerta de la orientadora vocaciones y le conté mi tragedia. “No sé qué hacer”, le dije y ella me tomó de las manos y me tranquilizó, para después bombardearme con preguntas.

— Cuándo estás triste como ahora, ¿qué haces para distraerte?

— Conjugo verbos y escribo cuentos que se me ocurren.

— ¿Te gusta la música?

— Amo a Joan Manuel Serrat.

— ¿Y los deportes?

— Amo a los Dallas Cowboys. Me hubiera gustado ser hombre para poder jugar futbol americano profesional.

— ¿Sabías que hay una profesión en la que puedes escribir mucho, conocer a Serrat y asistir a un Super Bowl donde estén los Vaqueros y te pagan por ello? Se llama periodismo.

Y entonces mi vida cambió su rumbo.

El próximo mes de octubre cumpliré 37 años como periodista, egresada de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM; por cierto, con el segundo mejor promedio de mi carrera.

Cada vez que cuento mi historia la gente se entusiasma. Es más, hay quien me pide volver a contarla, para que la escuchen más y más personas.

El periodismo se convirtió en el principio y fin de mi vida. Llena cada hora de mi vida. Corre por mis venas. Y jamás me alcanzará la vida para agradecer a esa joven orientadora vocacional que me rescató del laberinto.

He podido hacer entrevistas, cientos; reportajes, cientos; crónicas, cientos. Consignar hechos históricos como las protestas estudiantiles o los cambios de gobierno, pero los parámetros del periodismo profesional requieren, exigen de equilibrio y de ser un relator que describe sin involucrarse, porque al lector no le interesa lo que uno siente, sino lo que uno ve, lo que uno investiga.

Los textos periodísticos no reflejan al reportero como persona. Muestran sus talentos para escribir, para relatar con palabras atractivas y sencillas; para atrapar al lector desde la primera línea.

Por eso el relato que se permite en Libre en el Sur es diferente a los géneros periodísticos, aunque emana de ellos.

El relato es la recuperación de la memoria personal; es el permitirse mostrarse como persona, pero al mismo tiempo mostrar a un México que ya no existe, porque los relatos que se leen en este espacio son pedazos de vida de periodistas que no sólo saben informar noticias, sino que también tenemos un pasado que va de la mano con la historia del país.

El relato permite soltar más la pluma. No es un cuento, porque no se trata de ficción, sino de compartir memoria desde la trinchera personal. No es periodismo, porque es demasiado subjetivo. Es cercano a la literatura, pero no es ni fantasía ni metáfora, aunque sí aspira a que el lector pida: ¡cuéntamelo otra vez!

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas