Ciudad de México, mayo 3, 2024 20:54
Dar la Vuelta Opinión

DAR LA VUELTA / El recogedor

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

‘Si la esperanza se cae al suelo, ¡ahí están los vecinos para ayudarnos a recogerla!’

POR ABEL VICENCIO ÁLVAREZ

¿Se les ha caído una moneda en la calle?  ¿Se han dado cuenta que cuando se nos cae algo al piso y hay gente cerca, es muy probable que no sea uno el que lo levante, sino que sea cualquier otro, incluyendo cualquier desconocido?

Esta actitud humana, (¿latina-Chilanga?) me parece deliciosa:  Se le cae uno algo -cualquier cosa- en presencia de gente, y siempre habrá alguien que se apresure a recogerlo. Aunque no te conozca. Lo natural sería que uno recogiera lo que se le cayó, pero, al menos en mi país, lograrlo puede ser tarea difícil.

Es impresionante: aun cuando las monedas no hayan terminado de rodar, ya un comedido conciudadano está tirado en el piso intentando recogerlas, literalmente se abalanzan.  Me ha pasado, por ejemplo, que se me cae algo, y entre algún suspiro de fastidio y comenzar a intentar agacharme a recogerlo, cuando uno -o dos- transeúntes ya se lanzaron al ataque.  Siempre directo, siempre sin pedir permiso, casi sin aviso.  Puede ser un veinte en la banqueta, o 100 monedas a media calle.  

Eso sí, nunca de los nuncas he detectado mala fe, intento de robo o de aprovecharse de la situación; para nada, la honestidad del recogedor está garantizada, y así se me hayan caído cientos de monedas en plena calle, es muy probable que las recupere prácticamente todas, y después de que se junte al instante un pequeño tumulto de amables ciudadanos a la recogida, y se ponen a trabajar con la misma alegría que los chamacos van por los dulces de la piñata.

Este comedimiento me parece sensacional; es el epítome de la solidaridad, la honestidad, la rectitud de bien. 

Solo hay, en este simpático fenómeno humano-latino-chilango, un elemento que a veces me perturba, y es la insistencia.  Volviendo a los ejemplos, apenas se le cae a uno algo, cuando de la nada salen gentes a recoger… transeúntes se detienen, incluso se regresan para ayudar.  

Muchas veces es evidente que no se requiere ayuda alguna para recoger, digamos, una moneda que se me acaba de caer cerca del zapato… pues aún sí, si uno tarda más que pocos segundos en reaccionar, ya tiene abajo a uno que saltó por la moneda, y muy sonriente me la entrega. 

Es inútil, y a veces hasta contraproducente decir… “Muchas gracias, yo la levanto… Gracias… yo me encargo…  gracias!!”… pero aun así… la presión no acabará hasta que la bendita moneda -o la última de 1000- hayan abandonado el piso y será una especie de amable pero tensa competencia entre que la recojo yo, que tengo derecho y es mi moneda, o la recoge un amable y perfecto desconocido que acertaba a pasar por allí y actúa como si ayudarme fuera su deber, o lo castigaran por no hacerlo.  Es como una extraña pulsión o fruición, algo que impele a muchas personas a lanzarse a la ayuda.   

¿Por qué sucede esto? a reserva de explicaciones más doctas, considero que interviene aquí un cierto elemento de inestabilidad mezclado con empatía.   Si somos testigos de digamos, la rotura de un frasco de monedas con el estrépito y regadero resultante, se crea una especie de tensión interna, un sentimiento empático de incomodidad por querer armar lo que se desmadró, construir lo que se destruyó, recoger lo que se cayó para que vuelva la estabilidad y la tranquilidad a nuestras almas… Un sentimiento parecido a la disonancia cognoscitiva que se establece entre lo que yo estoy percibiendo, que no me gusta, y lo que creo que debería ver.

Tan fuerte es esta pulsión, que supe que rateros y carteristas arman este tipo de escenitas para cebarse en los entusiastas, pero desprevenidos ciudadanos: Mientras felices recogen las monedas haciendo el bien, les roban todo lo demás. 

¿No se puede simplemente rechazar o impedir esto?  Debo confesar que yo soy a veces medio sangrón, y rechazar esta ayuda me ha granjeado enojo e incomprensión, así que procuro ya no hacerlo, aunque esté de mal humor. Alguna vez le gruñí a un amable señor, y se ofendió tristemente.  Eso me apenó después, y me enseñó que no hay que hacer caras feas, mejor agradecer y ya.

Se trata de bondad humana; para eso se supone que estamos en esta tierra.  Mejor pensemos que si la esperanza se cae al suelo, ¡Ahí están los vecinos para ayudarnos a recogerla!  

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas