Ciudad de México, agosto 4, 2025 21:58
Nancy Castro Opinión

Derecho de piso

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El derecho de piso es violencia económica, pero también es violencia patriarcal. Es control territorial. Es castigo ejemplar. Y si eres mujer, es triple amenaza: te extorsionan, te subordinan, y si te resistes, te desaparecen.

POR NANCY CASTRO

Lo de Irma Hernández, maestra de profesión, y taxista por necesidad,  no es un caso aislado. Sin  embargo, su historia  nos ha dado con tirachinas al corazón. Conmueve. Nos sacude. Nos obliga a reflexionar, a cuestionar, ¿porqué deberíamos pagar derecho de piso? ¿En qué momento lo permitimos? Si la tierra es de quien la trabaja. ¿Por qué hemos cedido el control?

Era maestra, sí. Pero también taxista. Como muchas que no pueden vivir de un solo trabajo. Porque la vida en este país, no se paga con quincenas. Irma, como muchas que se suben al volante, sin más protección que su voluntad. Con el cansancio a cuestas, pero sin bajar la cabeza.

Lo de Irma, no ocurrió por generación espontánea. No fue un estallido. Fue una siembra. Y aquí están los frutos.

Pareciera un asunto ancestral, de dominación y sometimiento. No es de hoy ni del momento. Es  una reacción en cadena a la que hemos hecho caso omiso.

Lo de Irma, no ocurrió por generación espontánea. No fue un estallido. Fue una siembra. Y aquí están los frutos…”

¿Y que pasa cuando una mujer se niega a pagar el derecho de piso? No solo rompe una forma criminal. Rompe un pacto de silencio. Una orden de obediencia, un sistema que no tolera desobediencia femenina. Porque una mujer que no se deja extorsionar, molesta doble. Incomoda dos veces: por no pagar, y por no tener miedo.

El derecho de  piso —pagar para que te dejen trabajar, o ser obligado por amenaza, por hambre a convertirte en  halcón o sicario— nos convierte en rehenes. ¿Quién puede tirar la primera piedra cuando la supervivencia se vuelve ley  y la única salida que se nos presenta ante los  obstáculos parece ser el  asesinato de quienes los representan?

En México, se asesina sistemáticamente. Porque  sí, o por qué no. Se asesina por necesidad, con saña, con impunidad.

Irma  apareció en un video, arrodillada, esposada, rodeada por una decena de hombres encapuchados que le apuntaban con armas largas.

“Compañeros taxistas, paguen su cuota como debe de ser o van a terminar como yo”, dijo. Fue su último mensaje, no solo a sus compañeros sino a todos nosotros. Y ahí está todo. El terror y la advertencia. El sacrificio y la pedagogía de la crueldad.

Habla con voz firme, aunque ya sabe que no va a salir viva. Su dignidad es lo que más quiebra.

Después apareció sin vida. La fiscalía lo dijo como se dicen las cosas en este país: con tono burocrático, como si se tratara de un trámite. La hallaron en un rancho a más de cuarenta kilómetros de donde la secuestraron. Lo dijeron así, sin que les temblara la voz.

El derecho de piso es violencia económica, pero también es violencia patriarcal. Es control territorial. Es castigo ejemplar. Y si eres mujer, es triple amenaza: te extorsionan, te subordinan, y si te resistes, te desaparecen.

¿En qué momento aceptamos vivir así? ¿Cuándo dejamos de indignarnos?          ¿Cómo fue que lo permitimos? ¿Cuándo el miedo dejó de escandalizarnos?

El derecho de piso no es una cifra. Es la herencia de un país que se nos fue por el drenaje, que se convirtió en campo minado, en selva sin ley.

Irma se resistió. No lo olvidemos, no la recordemos como víctima. Recordémosla como lo que fue: una mujer que decidió no pagar. Que dijo no en un país donde el no, dicho por una mujer, se paga con vida. Y eso aunque duela es una forma de decir basta.

Lo de Irma  fue una ejecución. Pero empezó mucho antes de que alguien jalara el gatillo. Empezó cuando dejamos que llamaran cuotas a las  extorsiones, cuando el derecho de piso se volvió parte del paisaje urbano. 

Lo de Irma no fue un error. Fue un mensaje. Uno más. Pero también es una grieta. Una sacudida. Nos devolvió, aunque sea por  un segundo, la rabia organizada. La que sirve para cambiar algo. O dejarnos morir así, de a poco, como ella.

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