Ciudad de México, abril 26, 2024 00:38
Opinión Francisco Ortiz Pardo

EN AMORES CON LA MORENA / 97 años

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“La vida es un despapaye”, le dijo mi abuela a su doctora, que no pudo contener la carcajada

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Eusebia Socorro se quedó huérfana cuando su madre Pastora parió al hermanito Manuel. Un episodio desolador en el paraíso, el mar Caribe en todo su esplendor, ahogador de sueños. Su padre, Edilberto, un criollo de ojos azules que había comenzado una carrera en la aduana municipal de Cozumel, cambió el curso de la embarcación y fue a vivir a Isla Mujeres. Entretanto, a Eusebia Socorro la encargaron con su abuela, con la que vivió hasta entrada la adolescencia.

Manuelito y Socorrito se quedaron otra vez solos cuando durante una estancia en la capital mexicana, su abuela murió atropellada frente al antiguo Santuario de la Piedad, que estaba en lo que hoy es avenida Cuauhtémoc, en el pueblo originario de La Piedad Ahuehuetlán.

“Y entonces fue un peregrinar”, me cuenta ahora mi abuelita, entre las pocas cosas que recuerda y que repite, cuando este martes 2 de Noviembre  –Día de Muertos— cumple 97 años de edad.

Ella entrecruza los dedos como anzuelos en el aire, como para pescar las respuestas a las dudas sobre quién es, dónde se encuentra. ¿Se casó y tuvo hijos? Nos ha dicho la doctora –su geriatra— que lo que angustia a una persona de su edad es sacarla del error sobre el momento en que ella cree estar viviendo. A veces apunta con tino a la fotografía antigua del muelle de Cozumel, que está frente al sofá donde suele sentarse a ver la televisión.

Y mi abuela canta y baila como cuando era niña. Habla en presente al referirse a sus primos y tíos ya fallecidos. “¿Elvira, dónde está mi hermanito?” Y mi tía Elvira –que es tal vez la única persona a la que llama continuamente por su nombre, seguramente porque es ella su cuidadora amorosa y paciente— le tiene que decir algo así como que Manuelito ha salido pero que regresará. Y entonces ella se queda tranquila.

Pero la historia de la que Socorro es protagonista es una novela que pudo haber contado García Márquez, y el mar turquesa que baña los capítulos no le pide nada a las rivieras del Amor en los tiempos del cólera.

“La vida es un despapaye”, le dijo hace poco a la doctora, que no pudo contener la carcajada.  

Mi abuela tuvo que dejar el paraíso para superar el infierno de la soledad. Casó con José, el hijo mayor de un santanderino, como para amarrar las naves a un destino cruel. Pero gracias a la proeza de llegar a esta ciudad como pez volador nacieron sus seis hijos, sus ocho nietos y su bisnieta.

Durante décadas no contó nada de los episodios traumáticos. Guardaba silencio que solo rompía para ofrecer algo más de comer, ya que la cochinita pibil, ya que un mole poblano que le salía riquísimo. “¿Sí o sí”? –me preguntaba para que aceptara un plato más.

En pocas ocasiones platicaba los chismes de la colonia y emprendía la risotada por alguna anécdota chusca de la familia; pero de aquellos recuerdos, nada. Lo malo es que se llevaba al olvido también lo bonito: un atardecer en la inigualable isla de Cozumel.

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