La Cueva de Damas 223: La historia de los Campbell en San José Insurgentes y sus encuentros con Rulfo
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El parque de la Bola en una tarde de verano. Foto: Francisco Ortiz Pardo
En este sentido relato, el periodista revela pasajes de su vida con su padre, el escritor Federico Campbell, en San José Insurgentes donde, entre otras cosas tuvieron la fortuna de tratar cercanamente al gran Juan Rulfo
POR FEDERICO CAMPBELL PEÑA
La calle luce esplendorosa y el edificio en Damas 119 colonia San José Insurgentes también. De 1979 a 1987 habité el departamento 3 con mi padre. En 1979, lo acompañé a cuidar la casilla o centro de votación en la esquina, en una casa de Mercaderes. Él fue representante todo ese domingo de julio, del Partido Comunista Mexicano que buscaba su registro electoral, tras la reforma política de Jesús Reyes Heroles y el presidente López Portillo. Después, papá y por consiguiente yo, militamos en el PSUM.
En la noche, fuimos a entregarle copia del acta de votación al papá de Christopher Domínguez, en la San José Insurgentes. Luego de los “Años de Plomo”, una década de guerrilla, represión y muertos, el PC alcanzó su registro electoral y obtuvo escaños en la Cámara de Diputados.
El departamento 3 fue llenado de cientos de libros en libreros de madera que papá hizo con un carpintero a su medida, discos LPs de los cuales llegué a rescatar algunos (adquiridos no lejos en el Hip 70). Comíamos en el Vips que aún existe en calle Factor y acudíamos a surtir el refri a la Comercial Mexicana, ahora MEGA mucho más grande. Ceniceros llenos y botes con cucuruchos de café usados, pululaban en el depa, “la cueva de Damas”. En Factor estaba la Casa del Exilio Chileno, ahora dependencia de la Secretaría de Cultura de la CDMX, donde velaron a Pedro Vuscovic, líder de la izquierda chilena. En Factor vivía nuestro amigo africano de Benin, el profesor de la UNAM Fabian Adonón.
Damas 119/ 3 era la redacción de la editorial La Máquina de Escribir, hasta que un autor descontento con su libro editado por mi papá se quejó furioso. Fue cuando él decidió delegar el proyecto a Juan Villoro, entre otros jóvenes. Los libros los pagaba mi papá en la imprenta Juan Pablos y su distribución en el correo de Coyoacán (calle Hidalgo frente a la cantina La Guadalupana), enviados a todo mundo en sobres a la medida del ejemplar. Se numeraban al revés del 20 hacia abajo, para hacer notar que crecían los títulos.
El horario en la revista Proceso los viernes de cierre de edición, era hasta las 5 am, por lo que sábados comenzaba nuestra jornada tras despertar, a las 2pm. Íbamos a Coyoacán a pasar toda la tarde en la librería El Parnaso, tras comer en el restaurante Los Geranios de M. Vadillo, economista graduado en Roma, cuyos cocineros eran miembros de las Brigadas Rojas italianas y todos se llamaban Giovanni o Fabrizio. Quizás pasó por allí Cesare Battisti, no me consta. A Los Geranios acudían intelectuales: Ninfa Santos, Luis Prieto, Margo Glanz, quien una vez, regañó a mi papá, en la mesa de comer, sobre la acera de Francisco Sosa, debido a su nota en “Proceso”, en defensa del censurado por el INBA, el escritor Jorge Aguilar Mora. La controversia fue que el ahora profesor jubilado de Maryland publicó un texto para cuestionar a Álvaro Obregón y a otros asesinos y caciques sonorenses.
Rulfo lo frecuentaba las tardes mi papá en El Ágora, la librería hoy convertida en billar. A veces me tocó acompañarlos a sus largas pláticas y después, papá y yo caminábamos con él hasta su departamento, para que no se fuera solo, ubicado muy cerca de la glorieta Manuel M. Ponce donde estaba la librería El Juglar.
En Damas me recogía el bus del Colegio de Madrid a las 7 am y me regresaba a las 3pm. Nunca se nos ocurrió inscribirme en el CAF (Centro Activo Freire), más cerca, en la colonia Florida. Desde Damas 119 caminaba yo al Anglo a clases de inglés, cerca del Infonavit en Barranca del Muerto, y frente a la Iglesia del Parque de la Bola, que recoge su nombre de un mapamundi deslavado porque quedó en blanco el globo terráqueo pintado originalmente. Al lado están las estatuas de los próceres patrios y de los escritores Josefina Vicens; Luis G. Basurto, quien recibió la Medalla de Oro de la cercana SOGEM; Juan de la Cabada, cuya casa es ahora una mercería, en el puerto de Campeche, situada al lado de una cantina; José Revueltas, quien se escondió de 1968 a 1970 en casa de Selma Beraud en Mixcoac, donde lo llegué a ver a los 4 años en 1973 y Juan Rulfo, vecino de la colonia aledaña, San Angel Inn.
A Rulfo lo frecuentaba las tardes mi papá en El Ágora, la librería hoy convertida en billar. A veces me tocó acompañarlos a sus largas pláticas y después, papá y yo, caminábamos con él hasta su departamento, para que no se fuera solo, ubicado muy cerca de la glorieta Manuel M. Ponce donde estaba la librería El Juglar. Mi papá adoptivo Bernardo Lima vivía allí cerca y nos acompañaba mucho en Damas, de donde rescató con una mudanza mis pertenencias en octubre de 1987, al desaparecer rápidamente “la cueva de Damas” y también mi cuarto, en cuya puerta blanca tenía colocado el cartél de Augusto César Sandino que me trajo Claudia Lavista de Nicaragua. En ese depa hicimos nuestro primer “reventón” Eduardo Lizalde Farías, Sergio Valero y Luis Figueroa, “Luillo” entre otros, en 1987.