Ciudad de México, noviembre 23, 2024 03:34
Nancy Castro Opinión

Estampas de Becky

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Becky, los últimos años sembró un germen en mí. Me compartía sus crónicas, relatos de viaje. Su sello al final de cada escrito era su mítico parü parü, “nunca  dejes de parupear…”

POR NANCY CASTRO.

Es 27 de diciembre caminamos Paco y yo en el barrio de Pastita, en ciudad de Guanajuato. El sol nos da pinceladas en la espalda y el cielo, telar de nubes tenues, se muestra espléndido. Las casas de piedra y cantera  encubren uno de los ríos que bajaban de la sierra, aunque de él solo queda un pequeño caudal y maleza asalvajada. Nos dirigimos a la capilla  donde reposan las cenizas de Becky, Rebeca Castro Villalobos. Es su cumpleaños, quiero pensar que donde está festeja como sólo ella lo hacía en vida.

Será la primera vez que visitaré su nuevo hogar, la cripta que comparte con su padre.

El 10 de febrero de 2022  falleció Becky, de profesión periodista, Representó una manera de aproximarse a los acontecimientos de la vida política en Guanajuato. No había internet, no había fuentes digitales más que las que se daban por vía de aproximación. Su carácter, profesionalismo y pasión, le otorgaron el lugar donde trabajó por décadas. Apreciada por sus colegas y su gusto aficionado por los viajes le hizo desarrollar una suerte de red social, conexión entre un grupo y otro, para los que estuvieron cerca de ella fue algoritmo inevitable, destino insoslayable.   

A mi mente vienen estampas compartidas con ella, otras de sus viajes en pareja, otras en familia. Traduzco una que se manifiesta al azar, ella posando en la playa. Desarrollo la imagen:

Caballito de mar que se pierde. Chanclas enterradas en la arena, mientras, Snoopy no para, se  mueve de un lado a otro, está lejos de los suyos. Los demás se atiborran en decenas en baldas en su intocable habitación de niña. Becky, con pamela gigante deja ver apenas su sonrisa y esas piernas delgadas, larguísimas como carreteras, mismas que la llevaron a decenas de ciudades del mundo. Se ríe, bebe un cóctel y con la otra manipula un Snoopy a dos voces

 —Solo se vive una vez, Snoopy—deja a un lado su copa y se posesiona de los personajes.

—Error, sólo se muere una vez—responde Snoopy.

Esa era mi tía Becky, coleccionaba snoopys grandes y pequeños.

Cuando era niña y la veía entrar a casa de los abuelos, me parecía que su cuerpo era como una letra, a veces era una I, a veces una A. Sus gestos y movimientos completaban el discurso. Esa conexión se daba al encontrarnos con la mirada, la suya era un pozo nostálgico, pestañas aladas que al parpadear podían despejar cualquier duda o angustia.

A mi mente vienen estampas compartidas con ella, otras de sus viajes en pareja, otras en familia. Traduzco una que se manifiesta al azar, ella posando en la playa…”

Teníamos una afición en común, mi abuelo. Su  padre para ella fue un héroe, para mí un salvavidas en múltiples travesuras adolescentes. El abuelo no se perdió ni un solo día sus crónicas y reportajes en el periódico AM.

Becky caminaba como James Dean, contoneaba esa rebeldía natural en contra de la educación religiosa recalcitrante y escondía su espíritu taciturno detrás de sus gafas de sol. Con cigarrillo en la boca y subida en su Volkswagen rojo atravesaba de punta a punta el pueblo, su querido terruño, recopilando noticias que serían publicadas al día siguiente.

De ella heredé su máquina de escribir. En más de una ocasión me dio aventón; en ese espacio se abrían charlas concretas.

—Ahora en qué travesura andas Georgina, ya me dijo tu abuelo que tuviste que pintar el salón de clases. — Sólo la escuchaba. Qué podía decirle si no sabía si me estaba regañando o aplaudía mis avezados instintos de adolescencia. Quiero pensar que en el fondo me aplaudía al reconocerse en esa imagen mía. Me dejaba en la puerta del Colegio con la pesadísima máquina de escribir.

No nos volvimos a encontrar hasta muchos años después,  cuando empezaba a salir con Paco Ortiz Pinchetti. Y fue ahí cuando su mirada repuso la continuación de lo que habíamos dejado inconcluso, seguía  habiendo  nostalgia en ella. Al ritmo de unas copas celebramos  la vida como dos adultas y esa tarde supe de qué manera había aprendido a defenderse, a sortear las malas noticias, la ausencia del abuelo y otras ausencias. Bailamos  hasta el amanecer.

Becky, los últimos años sembró un germen en mí. Me compartía sus crónicas, relatos de viaje. Su sello al final de cada escrito era su mítico parü parü, nunca  dejes de parupear”.  

Inventaba palabras, las conjugaba y las utilizaba para toda ocasión.

Incansable viajera, siempre  acompañada de Paco marcaron recorridos extensos, memorables.

Después de dejarle una flor sujeta por una cinta adhesiva en la cripta y haber enlazado el hilo de la eternidad, Paco da un paso atrás indicándome que ha terminado la charla con Becky. Nos retiramos con parsimonia y el firme propósito de regresar.

A la reunión que tenía con sus amigos periodistas, Paco me invitó. Carlos Ulises Mata, Carlos Olvera,  Montserrat Bataller, Verónica Espinosa, Rosa María, Paco y yo alzamos la copa por ella, por Becky.

Caigo en cuenta que parü, parü se refiere al célebre momento de exponenciar  la vida.  Así como viene, así como va. ¡Nunca dejes de parupear!

Hasta la eternidad Becky.

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