Ciudad de México, enero 29, 2025 23:06
Espectáculos Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / La falsa crítica de Emilia Pérez

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La posverdad en el caso de Emilia produce una especie de anti marketing del que, como ocurre en negocios diversos, pueden ganar otros productores cinematográficos.

“Cambiar el alma cambia la sociedad”.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Entré a la sala 1 de la Cineteca con todas las reservas que imponían los ecos de afuera. No escribiría de la película si era para decir lo mismo que muchos otros; pero el sentido común volvía imposible la opción de no verla: Una cinta nominada a la Palma de Oro en Cannes y que había ganado el Golden Globe como mejor película. Gran favorita para imponerse en los Oscar, con trece nominaciones, el récord para una película extranjera.

Lo que descubrí ahí es que la “nota”, como solemos decir los reporteros, no es Emilia Pérez, la película del francés Jacques Audiard (París, 30 de abril de 1952), que ya ha sido galardonado con los premios BAFTA y Cesar. En realidad lo que revela este musical mal clasificado como “comedia” es, antes que nada, una retahíla de mentiras que miles de “expertos” de las redes sociales, contados tal vez por decenas de miles, han asumido… sin verla.  

Lo primero que me pregunté, casi al primer minuto de la película en que pone en una profundidad de sonidos algo esencial de esta ciudad amada, es cuántos de esos críticos de la vida cotidiana registran lo que somos y si de veras se dan cuenta de que no nos percatamos lo que para otros es, desde afuera, nuestra realidad: la profundidad de nuestra realidad.

Avecindado en la capital mexicana, el español Luis Buñuel tuvo en Los olvidados su capacidad de ver desde afuera la desgarradora realidad que prevalecía en las clases marginales de esta ciudad en 1950. La reacción del público mexicano, guardando las proporciones porque no existían ni remotamente las redes sociales, resultó belicosa y fue muchos años después, cuando ya podía ser motivo de orgullo nacional, que se le valoró. Pero con Los olvidados, a semejanza de Emilia Pérez, Buñuel ganó como mejor director en Cannes y la película fue nombrada Memoria del Mundo por la UNESCO en el 2003. Eso, por si extraña que en el mundo sea aclamada una obra que en nuestro país es denostada. Para otro análisis es determinar de quién es el problema.

Lo cierto es que por décadas hemos transitado, de generación en generación, por los mismos pantanos que Octavio Paz advirtió en El laberinto de la soledad. Pero en este caso hay un añadido, y es el de la vulnerabilidad que, sobre todo los más jóvenes, tienen ante lo que se diga en las redes sociales. Eso que en el ámbito de la política suele llamarse fake news. La posverdad en el caso de Emilia produce una especie de anti marketing del que, como ocurre en negocios diversos, pueden ganar otros productores cinematográficos. El efecto de esto ya se notó en la baja recaudación que obtuvo en salas comerciales durante el primer fin de semana de exhibición. Como si se tratara de un boicot.

De los directores contemporáneos mexicanos al que más admiro es a Guillermo del Toro. Creador bestial, ha dicho de Emilia Pérez que es una “obra maestra”. Y si Meryl Streep, con 21 nominaciones al Oscar sabe más de actuación que yo, tengo que rendirme a sus pies cuando dice, por más que me sorprenda, que la actuación de Selena Gómez en Emilia es “hermosa, sensual, increíble”.

La participación en la película francesa de la famosa cantante mexico-estadounidense del pop ha sido justamente uno de los blancos de la crítica. Se le ha cuestionado, y hasta se ha hecho mofa de ello, porque aparece hablando con acento “pocho”. Para sustentar el cuestionamiento, se editaron partes de los diálogos de Selena, sacados de contexto para hacerlos como de cintas cómicas, con los que se burlaron en las redes sociales. Lo que nunca se dijo es que Jessi, el personaje de Selena, no es mexicano, sino chicano. Y vergüenza debería darle a los que replicaron los videos porque han incurrido en un racismo. De veras que no nos vemos ni nos escuchamos: ¿Con cuántos anglicismos hablamos los mexicanos de la clase media?

Lo mismo que los defensores de las minorías LGBTQ+, que ahora se rasgan las vestiduras cuando, de manera simple aseguran que es superficial decir que porque un hombre se transforma en mujer se vuelve bueno. Podría no tener mayor importancia, y dar por sentado que la crítica cae por su propio peso en tratándose de una ficción, no se diga de un musical, con licencias oníricas. Pero lo peor del caso es que no se repara en una reflexión de orden existencialista, que es todo menos superficial. ¿Es posible que cambiando el cuerpo se cambie el alma? ¿Es posible que una persona transforme su alma?  

Por supuesto que hay libertad en el gusto y debe ser respetado, eso no se discute. Pero con el reduccionismo que pone de moda hablar mal de algo, al punto de ideologizar el arte, otra vez, ya no se repara en los dotes histriónicos de Karla Sofía Gascón, la segunda mujer transgénero en ser nominada al Oscar y galardonada en equipo con Zoe Saldaña (actriz de reparto), de los premios en Cannes. Zoe, además de tener gran poder de proyección en la pantalla, canta maravillosamente.

Otra cosa absurda es que se diga que se “estigmatiza” lo mexicano y a los mexicanos. Para empezar, si se trata de abordar el tema del narcotráfico como parte de nuestra cruda realidad, habría que cuestionarle a la cinta quedarse corta. Pero además, como ha precisado inútilmente el director, la trama no es sobre narco, sino sobre la transformación de Juan “Manitas” del Monte en Emilia Pérez. Y eso quiere decir que el tratamiento es humano, no social. En mi apreciación, el único momento que realmente podría incomodar a nuestros gobernantes y sus seguidores es el de la interpretación de El mal, una escena formidable cinematográficamente hablando, que evidencia el problema de la narcopolítica y también de la complicidad empresarial. Todo lo demás es sobre el dilema ya citado. Y a eso el espectador puede darle la respuesta que le venga en gana porque tiene su capacidad individual de juicio.   

¿Cuál es el problema? Me imagino que Woody Allen, además de sus obsesiones, ha dado una interpretación, subjetiva como todas las interpretaciones, de lo que es París o Barcelona. ¿O será que un director mexicano está impedido de hacer una crítica de la arrogancia y las contradicciones francesas, por aquello de la “autodeterminación de los pueblos”?  

También se ha dicho que la película resulta ofensiva para los que han perdido familiares a manos de los narcotraficantes. Pero Emilia no se encarga de minimizarlo, sino que otra vez se pone a elucubrar en el interior de esos hombres criminales como para saber si es posible que desde ahí, como sostendría la espiritualidad en modo occidental u oriental, se puede cambiar una sociedad. Lo que es verdaderamente ofensivo –y en cambio el público se queda indiferente– es ver que colegas se basan en testimonios de narcotraficantes y asesinos reales, no de ninguna ficción, para tenerlos como “fuentes” anónimas en trabajos periodísticamente poco sólidos. O incluso hasta falsamente “entrevistarlos” sin cuestionarlos, que no es otra cosa que ponerse para ser usado por ellos, en vez de sumarse al clamor de la justicia.

La falsedad apaga la extraordinaria fotografía de Virginie Montel, también nominada al Oscar. Abiertas las tomas de los ambientes y nuestra asombrosa ciudad; cerradísimas otras para mostrar las emociones de los personajes. Lo que pasa es que esa cinematografía pone en evidencia nuestra ceguera, de lo bueno y lo malo, estoy diciendo que incluso de aquello que podemos presumir al mundo, no como el habitual folclor sino con nuestros colores y tonos naturales.    

Esta es “la película que ha despertado más odio que Donald Trump en los mexicanos”, según leo en el acertado encabezado de una nota. Algo está muy mal en nuestro país donde los coristas hayan pedido censurar a Emilia. Eso, aquí y en China, es fascismo. Por eso es de reconocerse la valía de Alejandro Pelayo de no ceder a las presiones y permitir que se proyectara en una sala grande de la Cineteca.

La ganadora de la Palma de Oro en Cannes resultó Anora, una cinta estadounidense independiente que también está nominada al Oscar con mucho menor presupuesto y mayor recaudación. Si la pelea fuera solo entre ellas dos, yo optaría por Anora. Pero estoy seguro que quien no vea Emilia Pérez por el prejuicio de lo que digan afuera de la sala, cometerá un error.  

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