Ciudad de México, noviembre 10, 2024 09:50
Viajes Opinión

Oda a Thomason

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POR ALBERTO CASTRO LEIVA

Voz del narrador: Asumo que cuando nos dispusimos a emprender este viaje, él tenía solo un objetivo en mente y ese era llegar a la cima. No sé si alguna vez se le ocurrió el aprieto en el que podríamos habernos metido. Quiero decir, un pequeño grupo de extranjeros se proponen a escalar la pirámide de Keops, también conocida como Khufu, durante la noche.

Este fue el verano antes de su tercer año de preparatoria. Este, era solo otro objetivo que tenía que lograr. Siempre fue del tipo aventurero. Siempre listo para un desafío. Sabía que estaba prohibido, o como el mejor diría: “está ahí, quiere que la escales!”. Llegar a este lugar remoto en tierra de nadie fue la parte fácil.

Se dio cuenta de la facilidad con que la gente obedecía cuando se trataba de dinero. Sus ojos estaban fijos con el único propósito de escalar este monumento de una civilización antigua. Probablemente nunca se dio cuenta del peligro. Seis hombres de pie, moviéndose de un lugar a otro. Protegiendo esta reliquia como si fueran guerreros de esta civilización perdida. La única señal era la luna. Cuando el grupo comenzó a escalar este monumento mágico, él sabía que los hombres con el deber de proteger y custodiar este monumento, habían llamado su atención.

Sabía que cuanto antes comenzaran a escalar, más fácil sería moverse, verticalmente sobre la piedra. Sus piernas eran ágiles. Evidentemente, tenía experiencia a la hora de escalar. Bajó la mirada hacia la riña de hombres que gritaban que el grupo descendiera. “Ven a buscarnos, ¿por qué no lo haces?” grito. Cada vez más fuerte, con una risa añadida hacia el final. Por el rincón de su ojo, vio a los guerreros ocuparse de sus asuntos. Grito de nuevo: “¡Si quieren que bajemos, vengan a buscarnos!”

Cuando llegó a la cima de la pirámide, quizás se preguntó qué tan pronto podría a hacer esto de nuevo. Y con más gente. Quizás la próxima vez, traer una cámara y qué se yo. Arriba, en la cima, se sentía seguro. Allí arriba, una de las últimas noches de verano se sintió como una Eternidad. Pasó el tiempo, marcado solo por las picaduras de mosquitos en sus brazos y piernas.

 

 

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