Ciudad de México, abril 1, 2025 11:54
Melissa García Meraz Opinión Relatos Revista Digital Marzo 2025

Ser feliz en el desamor

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

A pesar de siglos de evolución, de emocionarnos con los cambios que produce en nuestra mente y corazón el amor, lo cierto es que lo único que podemos hacer es abrazar una vida en soledad.

POR MELISSA GARCÍA MERAZ

Recuerdo a mi madre diciendo que en el corazón se llevan muchas cosas a cuestas. No lo entendía, para los corazones jóvenes, aquellos que laten de manera apresurada, arrebatada, como si galoparan por veredas inexploradas, cuales caballos desbocados, esas palabras les son ajenas.

Pero ella llevaba a cuestas más que un corazón roto, era un corazón digámoslo así “parchado”. ¿Acaso no todos los que hemos amado lo llevamos así? Dicen los que saben, que los antiguos sabían de esto. Que nuestros predecesores ayudaban a los corazones heridos a sanar, hierbas sobre el pecho, rituales de curación y beber chocolate, mucho chocolate, para aumentar el ánimo. Para soportar el dolor de un corazón roto.

Es ahí donde fallamos, en la posibilidad de restaurar un corazón roto, de, aunque sea “parcharlo”, decidimos vivir en una felicidad momentánea. Aunque no te tenga te recuerdo, aunque no te vea, te imagino. Así existen los amores en el alma, algunos pasan, algunos se quedan, algunos sólo se perciben en los recuerdos. Aunque estés lejos, como dice Cortázar, “te hago mío cuando te veo a la distancia”, cuando estás ahí pero también cuando me miento, cuando te veo pasar en otros pies, en otros cuerpos, en los que el corazón, les miente a mis ojos y les dices que eres tú. Imaginado, construido con recortes de memoria y ensoñación. Te hago mío cuando recuerdo tus besos y el aroma de tu cuerpo. Te beso y te abrazan mis recuerdos y mi corazón se estruje, mi alma te llama y mi mente te recrea. A veces no sé si es como eras o es solo un recuerdo que llevo dentro. Te pienso, te hablo y me contestó como si estuvieras frente a mí. Mi conversación interna se vuelca hacia ti, a veces con tus palabras, a veces con lo que me imagino que podrías decirme o con lo que intuyo que serían palabras de amor. Las que el colectivo y la conciencia me dicen que quiero escuchar. Mi mente se confunde y preferiría vivir en esa “matrix” de recuerdos. Y ahí es donde todos nos encontramos, en los recuerdos. No sé si te observo de lejos pasar por las calles en las que caminamos juntos. En el cruce dónde te tomé de la mano para que corrieras a mi lado, en la noche oscura iluminada por las dos o tres luces que permanecían encendidas para dejar a los amantes de la noche transcurrir en sigilo. Ahí donde nadie era testigo de nuestros besos y nuestros desvaríos. De los recuerdos, de los bares, de las cantinas, de las calles, de los lugares donde estuvimos. Donde nos besamos y nos contamos tantas cosas.

Me preguntaste si se podría enseñar a besar y te contesté que no, que los besos llevan el alma, llevan el aliento, el recuerdo dulce de sueños felices, de los aromas, de tu olor y sabor, pero también del amargo dolor de la despedida. En un beso cuando se sabe que potencialmente será el último. Si hubiese sabido que te irías, te hubiera besado más, te hubiera amado más. Pero no, eso no debe saberse. De haberlo sabido no te hubiese dejado ir. Me habría aferrado a ti, como me aferro a la vida, como me aferro al aire diario que, descobijado, sale de mis pulmones para no morir. Porque los que hacen eso, pierden la razón, se embriagan, se vuelven locos y olvidan, olvidan no solo el amor, se olvidan a sí mismos. Y la vida se enfrenta a la lucha de no caer en la locura, en la locura del amor, del desamor, de la lujuria y las emociones vívidas que recorren el alma y erizan el cuerpo.

Sabía que recordarte desde el corazón, desde el alma produciría en mi mente y en mi corazón toda la fuerza de una conexión inquebrantable y aun así me lo permití. Porque aquellos que aman sin razón, sin límite y entregan cada parte de sí, lo hacen así, lo hacen como solo pueden amar las almas en locura, así con todo, con el cuerpo, con el alma, con el corazón. Y es ahí donde reside la posibilidad de ser feliz en el desamor. Me preguntaste quién era mi musa, al escribirte, al recordarte, al imaginar tus ojos tristes de tus 50 ocasos, de tus labios y tus sonrisas que engañan, porque ahí es donde te recuerdo, en tu fascinación por las risas y en tus noches de desvelo y de tristezas. Ahí es donde eres la inspiración de mis palabras. Ahí es donde aparecen los fantasmas que se llevan a cuestas. Mi musa eres tú, eres tú y los lugares que recorrimos juntos, eres tú y mi corazón roto lleno de historias, de desamores que se convirtieron en relatos y se convirtieron en fantasmas, eres tú y la agonía de evitar lugares donde te tomé, dónde te hice mío y fui tuya, donde te recuerdo. Donde tu sonrisa y tus tristezas se unen, donde mi recuerdo y la melancolía de mi ausencia se apoderan de ti. Donde me recuerdo feliz y, a la vez, triste.

Recuerdo a mi madre también sonriendo, porque el corazón, así parchado, como lo tenía, como lo recuerdo, a veces tan triste que pesaba el alma, me recuerda también al mío. En los recuerdos, mi alma se entristece, pero también sonríe, porque la recuerdo. También habitó en los lugares felices, ella bailaba, danzaba porque le causaba alegría, reía porque se fascinaba con los lugares nuevos, con las rutas desconocidas y los sabores de los paisajes por explorar. Por eso salía a caminar, platicaba con extraños, con conocidos y amigos. Si, a mi madre la recuerdan en el barrio, por las calles que transitaba, y que ahora la recuerdan en el fantasma que dejó atrás, vagando en las calles. Nadie te puede proteger del dolor del amor y de la partida, pero a pesar de todo, los lugares se reivindican. Tu silueta a lo lejos te hace mío y también te desdibuja en la pequeña parte que puedo llamar olvido.

A pesar de siglos de evolución, de emocionarnos con los cambios que produce en nuestra mente y corazón el amor, lo cierto es que lo único que podemos hacer es abrazar una vida en soledad, nadie nos pertenece, como criaturas independientes. Sin embargo, el amor y el desamor no son opcionales. Es una necesidad, aunque se lleve en el recuerdo, en la nostalgia, en el saber que no eres mío más que en mis recuerdos y al mirarte así a lo lejos, pueda sonreír.

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