Ciudad de México, abril 2, 2025 10:42
Francisco Ortiz Pardo Opinión Revista Digital Abril 2025

EN AMORES CON LA MORENA / Florentino Ariza esperó a Shakira

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“Él asintió con ternura, sabiendo que lo que dolía no era su cambio, sino el hecho de que la autenticidad ya no cotizaba en ninguna bolsa. Que los pies descalzos se cansan. Que los sueños blancos —como los de ella, como los suyos— también se manchan”.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO (o por alguien que aún canta Antología en la regadera)

Florentino Ariza, el mismo que nos enseñó que la espera es un acto de fe más que de voluntad, no solo aguardó por Fermina Daza durante medio siglo: también esperó, con idéntica obstinación y un poco más de ingenuidad, a Shakira. Sí, a la de verdad. A la de antes. A la de Pies descalzos y Antología, a la muchacha de voz inocente de contralto y cabello lacio oscuro que cantaba con su guitarra, un cuaderno de espiral en el regazo y un dolor de mundo adolescente entre las costillas.

La descubrió una tarde cualquiera de 1996, cuando todavía se podían amar cantantes sin temer que fueran influencers. Y desde entonces, Florentino la hizo suya en secreto. Ella hablaba de promesas rotas, de ideales pisoteados, de corazones que no sabían bailar reguetón. Y él, que aún escribía cartas a mano y subrayaba poemas de Sabines, encontró en esa muchacha barranquillera su razón para creer que lo auténtico aún tenía lugar en un mundo que ya coqueteaba con la superficialidad.

Shakira creció. Se mudó de idioma, de peinado, de estilo. Firmó con disqueras que parecían agencias de publicidad. Se volvió marca. Se volvió rubia. Se volvió… Piqué. Y mientras ella ascendía en el escalafón del pop global, Florentino la esperaba desde su esquina del mundo, como se espera que regresen los ideales políticos o los buenos modales. Le escribió cartas que nunca mandó. “Querida Shakira —decía una de ellas—, me dolió verte cantando con Wyclef Jean. Pero te perdono. Lo tuyo es búsqueda, ¿verdad?”

Los años pasaban. Shakira hablaba en inglés, en catalán, en autotune. Mientras tanto, Florentino envejecía como una taza de café olvidada, con la dignidad de los que saben que amar no exige reciprocidad. La soñaba en acústico, con sus cabellos húmedos, cantando descalza en un taburete. Le rezaba con la fe de un ex católico que aún enciende veladoras cuando nadie lo ve. A veces soñaba que ella regresaba y le decía: “Tú me esperaste cuando todavía era verdad”. Él, por su parte, respondía en sueños: “Tú fuiste mi mentira más sincera”.

Pero como suele pasar con quienes esperan demasiado, un día ocurrió el reencuentro. No en un banco del Caribe ni en la penumbra de una librería, sino en el Palacio de los Deportes, durante un concierto de luces LED y drones con coreografía. Florentino, ya más mito que hombre, consiguió un boleto en zona “Nostalgia”, como si el destino tuviera sentido del humor. Y ahí la vio.

No era la misma. Era todas las que había sido y ninguna de las que él amó. Brillaba, sí, pero de una forma que ya no tenía calor humano. En un instante que ni el algoritmo pudo predecir, sus miradas se cruzaron. “Tú me esperaste”, dijo ella con los labios. O quizá fue el viento. O quizá su imaginación, que aún se aferraba al romanticismo como a una camisa vieja que ya no le queda.

Él asintió con ternura, sabiendo que lo que dolía no era su cambio, sino el hecho de que la autenticidad ya no cotizaba en ninguna bolsa. Que los pies descalzos se cansan. Que los sueños blancos —como los de ella, como los suyos— también se manchan. Que la muchacha que cantaba verdades incómodas desde un escenario mínimo había quedado atrapada en el feed de una industria voraz.

Y entonces entendió. Que lo que amó no fue a Shakira, sino a la idea de ella. A la promesa de que se puede cantar con el alma y no con estrategia de marketing. Que esperar era su forma de resistir a la velocidad con que el mundo se volvió desechable. Que quizás nunca se trató de que ella volviera, sino de que él no quería dejar de ser el hombre que creía en ella.

Esa noche volvió a casa y guardó las cartas en una caja que olía a humedad y adolescencia. No las rompió. Eso sería declarar la guerra al pasado. Solo las dobló con ternura, como quien acaricia una herida que ya no sangra, pero que aún duele. Sabía que el amor —como la memoria, como las buenas canciones— también necesita silencio.

Y así fue como Florentino Ariza, el eterno esperador, cerró un ciclo más. No con rabia, sino con un suspiro. Porque esperar —como amar, como escribir— es también un acto de resistencia frente al olvido. Pero incluso los románticos merecen darse cuenta a tiempo de que a veces el amor no vuelve. O vuelve convertido en reguetón, en pura ingeniería química.

Y si alguna vez alguien le preguntara si valió la pena, él tal vez respondería que sí. Que por lo menos en los días en que ella aún cantaba como quien llora con la voz, él también sintió que el mundo podía ser otra cosa. Que la belleza no estaba en la fama, sino en la promesa. Y que, al final, todo amor verdadero termina siendo un poco eso: una promesa que nunca se cumple, pero que uno igual guarda en el pecho. Como una canción vieja. Como una jacaranda floreciendo fuera de temporada.

Nota: Florentino Ariza es el personaje de ficción, el protagonista de El amor en los tiempos del cólera, una de las novelas más importantes de Gabriel García Márquez. Un texto suyo sobre su compatriota Shakira, en la revista Cambio de Colombia en 1999, empujó a la cantautora a su consagración. Se volvieron amigos. Shakira y García Márquez trabajaron juntos en la versión cinematográfica de El amor en los tiempos del Cólera, en 2007. Ella compuso para la película dos temas: Despedida recibió la nominación al Globo de Oro en la categoría de mejor canción original. A pedido expreso de Gabo, en la cinta también se incluyó una versión de su canción favorita: Pienso en ti.

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