Ciudad de México, noviembre 21, 2024 12:44
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FOTORREPORTAJE: Los caficultores de Veracruz

Los pequeños productores de café en México son de gran importancia para el mercado global y también son los más afectados por esa economía internacional. El trabajo minucioso y cariñoso que las 450 mil familias caficultoras mexicanas le tienen a sus cosechas, ha resistido plagas, cacicazgos y empresas transnacionales que se intentan apropiar de lo que llaman el “oro verde”.

 

ERNESTO ÁLVAREZ (Texto y fotos)

Entre la neblina y el rocío de las flores, Melchor inicia su jornal mientras amanece sobre las montañas y para ganarle al calor del municipio de Tequila, en Veracruz. El proceso es largo, laborioso y requiere mucha tenacidad.
Melchor camina y parece que flota entre los apretados senderos de las montañas, brinca de un lado a otro con la facilidad que sus generaciones le heredaron para andar en un terreno totalmente empinado y repleto de cafetales.
“Para tener nuestro cafecito echamos la semilla para germinarla y cuando sale la plantita, lo pasamos a un semillero que es una bolsa llena de tierra y los dejamos hasta dos meses, unas tardan mes, mes y medio”, dijo Melchor.
Las casas de madera y lámina al borde de la montaña están escoltadas por pequeñas bolsas con plantas de café, que crecen bajo un sistema de sombras de árboles y plantas altas, riego eventual y la altura de la montaña. Aunque el paisaje es bello, las personas no tienen servicios médicos ni de transporte público a menos de dos horas caminando.
“Después, la plantita se lleva al terreno para sembrar y de ahí esperamos hasta tres años. La fertilizamos y le echamos agua a mano, porque en el calor las quema y si no llueve se sacan las plantitas”, contó Melchor.
Las mujeres son las encargadas del riego, para lo que tienen que caminar entre los senderos con un par de cubetas llenas de agua sobre su nuca, que alcanza para regar dos o tres matas. Luego regresan algunos kilómetros hasta sus casas por más agua, que fue recolectada en tiempos de lluvia o traída desde el río. Hacen ese trayecto una y otra vez hasta terminar con las hectáreas a su cargo.
Cuando llega la primera floración, las ramas se llenan de pétalos blancos y amarillos. Al morir, la flor da paso al fruto: una diminuta semilla que se transforma después de nueve meses en la codiciada cereza roja.
Existen acopiadores que pagan tres pesos por un kilo de café en cereza. Un kilo que tras el secado y la selección, deja 250 gramos de café pergamino. Esta temporada, el kilo de café pergamino se pagó a 36 pesos mexicanos (menos de dos dólares).
“Nos lleva mucho más trabajo (el café pergamino) y no hay cómo hacerle con la cantidad que nos pagan. A veces gastamos más de lo que nos pagan. Por ejemplo, ahorita ya se maduró el café y para ir a cortar tenemos que ir dos o tres personas y cortamos hasta 50 kilitos (de cereza) pero si es gente ajena, pagamos tres pesos por el kilo”, explicó Conchita, una mujer originaria de la sierra que trabaja para una ong que vende su producto a empresas trasnacionales.
“Luego de la recolección de la cereza de café, la despulpamos, la pasamos por un disco que la aplasta y le quita la cascarita pero le queda el mucílago, que es la babita que cubre a la semilla del café. Para quitar eso, se pone a fermentar entre 14 y 24 horas, dependiendo del calor y la humedad, de cómo amanezca el clima”, explicó Melchor.
Tras el tiempo de fermento se saca, se lava y se pone a pergaminar, secar el café sobre una criba al viento y al sol; o bien en secadores de nylon donde se reposa seis o siete días.
El paso siguiente es la selección a mano, donde se apartan los granos con mucílago seco y los más pequeños de los más grandes, que se mandan en un costal. “Este es el de primera”, dice Conchita, al señalar costales que suman 90 kilos de café pergamino que juntó entre lo producido por su familia y otra.
Todo este extenuante proceso se hace a mano, bajo la sombra de los árboles de copa amplia y donde solo se habla náhuatl. Tlazokamati (gracias) dice una mujer a la otra antes de retirarse, porque se ve cómo la tormenta comienza a devorar las montañas que las rodean.
Luis Hernández Navarro, coordinador de opinión del diario La Jornada, dijo en entrevista que en la década de 1970, México “jugó un papel fundamental en la organización de los pequeños productores de café, en promover el acopio, los procesos de beneficiado y de comercialización en el marco de lo que era un mercado mundial regulado”.
El experto explicó que este acuerdo entre productores y consumidores regulaba la producción por medio de la Organización Internacional del Café. “No se permitía que los países productores pasaran un límite en lo que exportaban y eso mantenía el precio”, explicó a esta agencia.
A partir de 1989, con la privatización del Instituto mexicano del café, el aromático comenzó a cotizar en la bolsa de Nueva York, donde los productores mexicanos perdieron toda contención del precio de su producto. “Se puso a nadar a los pescaditos entre tiburones”, apuntó Navarro.
De hecho, en el caso que se presenta en este texto, los productores recibieron a 36 pesos el kilo, cuando el precio base de ese día en la bolsa fue de 39. (https://info.aserca.gob.mx/fisicos/fisico.asp?de=cafe )
Hay, sin embargo, experiencias que han resistido este modelo. Hernández señaló que “esto dejó un proceso de autoorganización y autogestión en algunos lugares, por medio de cooperativas y uniones de solidaridad social, para superar a coyotes locales, exportar y reutilizar las ganancias con fines productivos”.
Las empresas multinacionales en alianza con organizaciones no gubernamentales montaron su propio negocio en algo que Hernández Navarro llamó “estrato promovible”, por medio del que buscaron destruir estos sistemas asociativos autónomos, para instalar un sistema empresarial que favoreciera a la propiedad privada.
“Apoyaban a las personas dentro de las comunidades con mayores niveles de capitalización”, dijo. “Esta idea de formar empresarios en el mundo rural vine de por lo menos 40 años atrás, para que terminen jalando a los demás y acaben formando caciques”, explicó.
Pero los caficultores han encontrado a uno de sus principales enemigos en la empresa Nestlé. Además de impulsar la siembra del café tipo robusta, que crece de una semilla de peor calidad y con un sistema de siembra que promueve el monocultivo y la quema de terrenos, mientras el tipo arábiga mexicano crece a la sombra, en convivencia con el resto del ecosistema.
La compañía empezó su competencia con el arábigo o café de altura, desde que éste se vio afectado por la última epidemia del hongo de la roya.
“El avance de la roya está asociado a la epidemia pero también a la pobreza. No hay recursos ni capacitaciones suficientes para enfrentar esta epidemia y la solución que ofrecen a los caficultores es que se siembre lo que la Nestlé quiere, porque la variedad robusta resiste a la roya”, explicó Hernández Navarro
“Hoy vemos un boom en el consumo del café. Hay una cultura que lo aprecia, así como su trabajo y busca en el mercado a partir de un gusto más refinado. Este mercado debe ir acompañado con un mercado justo, de café que no esté sembrado con sangre”, sostuvo Hernández.
En la montaña el día termina mientras los rayos de tormenta parten el cielo. La gente se apresura a guardar el café apergaminado, del que pocos saben de qué depende su precio, pero entienden que lo que reciben es muy poco. Hernández señaló que por cada 200 pesos que paga un comprador, el caficultor apenas recibe un peso. El resto queda en mano de los intermediarios.
Son las grandes empresas trasnacionales como Walmart y Kahlúa (el licor de café) las que compran el café arábiga a bajo costo, apoyado por las grandes acopiadoras que invaden el campo mexicano con programas asistencialistas.
Mientras la lluvia suena sobre los techos de lámina de las casas de madera, el agua cae violenta pero bienvenida sobre los campos de la sierra. La falta de luz eléctrica manda a todos a dormir a las siete de la tarde, los mismos que mañana iniciarán al amanecer su jornada interminable.
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