La marcha del 8M: Por la ruta del México que ignora a las mujeres
Fotos: Itzel García Muñoz
La autora, activista y asesora de colectivos feministas, narra su propia experiencia en la conmemoración del Día de la Mujer.
“Es más difícil matar un fantasma que una realidad”. Virginia Woolf.
POR ITZEL GARCÍA MUÑOZ
Llegó el 8 de marzo de 2024, y como cada año, amigas y colegas organizamos un contingente para participar en la marcha que conmemora el Día Internacional de la Mujer, en un país donde tanto el Estado como la sociedad en general tiene una gran deuda con las mujeres, las adolescentes y las niñas.
Las cifras sobre violencia y desigualdad no disminuyen, todo lo contrario y muestra de ello es que en la Ciudad de México, llamada por la clase política gobernante “la Ciudad de los Derechos”, la marea violeta de este año superó la de 2023.
Desde que abordé el transporte público para llegar a nuestro punto de encuentro, la unidad iba llena de mujeres, de todas las edades y niveles socioeconómicos porque esta marcha es inclusiva y diversa, diversidad que también se ve reflejada en las demandas plasmadas en las pancartas que durante el transcurso de toda la marcha fueron pegadas en las vallas metálicas, puertas de los negocios y paredes.
Cuando nuestro contingente arribó a la Glorieta de las Mujeres que Luchan en Reforma, a pesar de que la temperatura ya alcanzaba los 32 grados centígrados y de un sol avasallador, miles de mujeres estaban ya reunidas, algunas con carreolas y bebés en brazos, todas muy animadas coreando las consignas que reflejan que el Estado mexicano sigue siendo incapaz de dar lo más elemental: seguridad.
La marea violeta estuvo compuesta por innumerables contingentes conformados por grupos de amigas, de hijas, madres y abuelas, mujeres universitarias, mujeres de las colectivas de búsqueda, de organizaciones defensoras de derechos humanos, mujeres indígenas, que juntas formamos una gran multitud. Que no quede duda: lo que une a las mujeres, adolescentes y niñas mexicanas es la lucha por alcanzar una vida libre de violencias, la ansiada igualdad y el respeto a nuestros derechos, empezando por el derecho a la vida en un México feminicida.
A mi alrededor vi a muchas madres que marchaban junto a sus hijas adolescentes. En el trayecto una señora me contó la preocupación que la invade cada vez que su hija sale de casa, me dijo “marcho con mi hija para no marchar por ella”, en ese momento me invadió el miedo de que un día mi Daniela no regrese a casa.
Durante el transcurso de la marcha, como cada año, observé toda clase de manifestaciones artísticas alusivas al 8 M, una que otra estatua intervenida con pintas y carteles, y también escuché la música de los tambores, al tiempo que me invadía una gran satisfacción al ver que cada año aumenta la participación de mujeres jóvenes y adolescentes que valientemente denuncian la violencia sexual que padecen a diario y que son la voz de tantas mujeres que durante toda su vida guardaron silencio. Ellas gritan por todo lo que sus madres y otras mujeres tuvieron que callar.
“Las niñas marchando también están luchando”, en esta marcha las infancias también alzaron la voz, incluso me tocó observar a una pequeña que con mucho entusiasmo dirigía un contingente. Las niñas y los niños llevaban sus propias pancartas al paso que acompañaban a sus madres quienes no quieren que sus hijas padezcan la misma violencia y desigualdad que les ha tocado vivir.
Como otros años, esta vez también marchamos en solidaridad con los contingentes de aquellas mamás que han perdido a sus hijas, ya sea porque fueron asesinadas o desaparecidas, “México es el país donde las madres hacen el trabajo de las autoridades“ “Te parece que somos muchas pero nos faltan miles” se leía algunas de las las pancartas.
Así finalmente llegamos a la plancha del Zócalo felices de haber logrado la semejante odisea debido principalmente al calor cuando prácticamente caía la noche.
Las mujeres sabemos que no podemos ni debemos quedarnos calladas, que la apatía es el mayor de los peligros y que necesitamos de todas. La marcha del 8 M es también un llamado a las mujeres que gozan de posiciones de poder y a las que accedieron gracias a nuestra lucha para que el privilegio no nuble su empatía y sororidad con las demás.