Ciudad de México, agosto 31, 2025 21:17
Revista Digital Septiembre 2025 Vestigios

María Montessori: la mujer que convirtió el juego en educación

A 155 años de su nacimiento, su método sigue transformando aulas en todo el mundo

Fue la primera médica italiana; liberó a la infancia del aula rígida

STAFF / LIBRE EN EL SUR

El 31 de agosto de 1870 nació en Chiaravalle, un pequeño poblado de la región de Las Marcas, Italia, una niña que transformaría para siempre la forma de pensar la infancia y la educación. María Montessori, médica, pedagoga y visionaria, se adelantó a su tiempo al sostener que el niño no era un adulto en miniatura al que había que domesticar, sino un ser completo con dignidad propia, capaz de aprender con libertad y entusiasmo si se le daban las condiciones adecuadas.

Su vida es también la historia de una lucha. En una época en que las mujeres tenían prohibido casi todo lo que significara independencia intelectual, Montessori se abrió paso en terrenos insospechados. A pesar de la oposición de su padre, de los prejuicios sociales y de la rigidez de las instituciones, ingresó en 1892 a la Facultad de Medicina de la Universidad de Roma. Fue la primera mujer en Italia en recibir el título de médica, un logro que escandalizó a muchos de sus contemporáneos.

Como joven doctora, trabajó con niños con discapacidad y descubrió que la educación era más decisiva que el tratamiento médico. Observó que, si se les permitía manipular objetos, experimentar con sus sentidos y avanzar a su propio ritmo, alcanzaban niveles de aprendizaje insospechados. Ese hallazgo cambió el rumbo de su carrera. Abandonó la práctica clínica para consagrarse a la pedagogía, convencida de que la verdadera salud social comienza en la educación de los más pequeños.

Una vida dedicada a la infancia y a la paz

En 1907 abrió en el barrio obrero de San Lorenzo, en Roma, la primera Casa dei Bambini (Casa de los Niños). Allí comenzó a aplicar sus ideas: un espacio ordenado, con materiales al alcance de los alumnos, donde los adultos dejaban de ser transmisores de conocimiento para convertirse en guías atentos. Los niños podían elegir actividades, repetirlas cuantas veces quisieran y aprender a través de lo que otros llamaban juego, pero que para Montessori era trabajo vital. “El juego es el trabajo del niño”, diría después, resumiendo en una frase la esencia de su pedagogía.

Los resultados sorprendieron. Niños que hasta entonces eran considerados indisciplinados mostraban capacidad de concentración, autonomía y alegría por aprender. Pronto, educadores y familias de toda Europa comenzaron a interesarse en el método. La experiencia se extendió primero por Italia, luego por Inglaterra, Estados Unidos, India y América Latina.

La vida personal de Montessori no estuvo exenta de contradicciones y sacrificios. En 1898 tuvo un hijo, Mario, fruto de una relación con un colega médico. En una sociedad que castigaba severamente a las mujeres solteras, se vio obligada a dejarlo al cuidado de una familia en el campo. Años más tarde, cuando las circunstancias lo permitieron, se reencontró con él y lo integró plenamente a su vida. Mario se convertiría en su discípulo y colaborador más cercano, acompañándola en la expansión internacional del método.

Durante la Primera Guerra Mundial, Montessori se exilió en España y más tarde en la India, donde impartió cursos y fundó centros de formación de guías Montessori. Su método no era solo una técnica educativa, sino también una filosofía de vida que promovía la paz, la solidaridad y el respeto. Por ello, fue nominada en tres ocasiones al Premio Nobel de la Paz.

El corazón de su propuesta sigue siendo la preparación del ambiente. En una escuela Montessori no hay pupitres alineados ni lecciones magistrales: hay estantes bajos con materiales diseñados para estimular los sentidos, rincones de lectura, tapetes en el suelo para delimitar el espacio de trabajo, y sobre todo la convicción de que cada niño avanza a su propio ritmo. El adulto observa y acompaña, pero no interfiere. “Ayúdame a hacerlo por mí mismo” es la máxima que resume la relación entre guía y aprendiz.

María Montessori murió el 6 de mayo de 1952 en Noordwijk, Holanda, a los 81 años. Para entonces, su nombre ya se había convertido en sinónimo de innovación pedagógica. Hoy existen miles de escuelas Montessori en todos los continentes, y su influencia se extiende incluso a entornos que no llevan su nombre: la idea de que el aprendizaje es más eficaz cuando es activo, sensorial y autónomo se ha filtrado en muchas metodologías contemporáneas.

En este 155 aniversario de su nacimiento, recordar a María Montessori es también recordar que la educación no se trata de imponer, sino de liberar. Su legado nos recuerda que el juego, lejos de ser una pérdida de tiempo, es la forma más seria en que el niño construye su mundo interior. La pequeña médica que desafió las costumbres de su siglo nos dejó un mensaje que no ha perdido vigencia: educar para la paz, educar para la vida.

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