Maternidad
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Estela y Lucy
Pareciera que los hijos repiten nuestra historia, pero no, uno es espectador. Ellos crean la suya, la cambian, la mejoran, la cuestionan. Los vemos en una lejanía cercana. Su presencia nos toca como estrella fugaz que visita, que alumbra.
POR MARIANA LEÑERO
Ay, ay, ay, este día de las madres. Día en el que todos celebramos a nuestra madre o nos dejamos celebrar nos guste o no. En este día no podemos dejar de sonreír, aunque resulte forzado, frente a un “Feliz día de las madres”. Tampoco dejamos de decírselo a otras madrecitas, porque resultaríamos insensibles.
Este día también viene acompañado de festivales escolares. Aburridos y largos. Escuchando la cancioncita de Denise de Kalaf que nos tiene hasta la madre y que nos rezumba en la cabeza por su cliché predecible. Contradictoriamente enternece nuestro corazón y nos saca unas lagrimitas que nuestros hijos limpian con la sonrisa de: Ves mami cómo te quiero.
Las cartitas, los dibujitos, las huellas de manitas de todos colores, la cajita con abate lenguas y florecitas de papel nos acarician el alma de ternura, nuestro mejor regalo.
En mi casa siempre celebramos a mi madre. Primero con cartitas y regalos hechos a mano, para luego convertirse en reuniones familiares disfrutando una rica “comilonga”. Conversaciones interrumpidas, risas, brindis, vino. Nuestra madre, alrededor de la mesa disfrutando la extensión de su ser. Representando nuestro origen, el de mis hermanas, mis hijas, a mis sobrinas, a mi familia.
Ser madre tiene su chiste. Ofrece preocupaciones, enfermedades, premios, risas, lágrimas. Todo en un paquete que se acoge en el corazón. Venimos equipadas con un borrador selectivo que desaparece los malos ratos. Las madres borran y perdonan rápidamente, se levantan, reconstruyen y siguen caminando con paso cálido y firme. La atención que le ponen a los hijos al final, no es lo que hacen sino lo que son. Olvido, gratitud. Maternidad.
Yo tengo dos madres. Lucy, mi suegra que también festejo. Ella es la madre de Ricardo y se convirtió en la mía. Lucy eligió quererme. Ella me ha cuidado, enseñado y acompañado durante mi matrimonio, mi maternidad, las despedidas, las bienvenidas y en momentos felices y difíciles de mí vida. Construimos una cercanía que atesoraré por el resto de mi vida. Con su generosidad y disposición por cuidar de mis hijas, sus nietas, me regaló tiempo. Tiempo para ser profesional, para ser sin ellas, para ser pareja, para dejar de oler pañales y mirar a mis hijas desde lejos como se mira un atardecer con una copita de vino. He aprendido a ser madre y es el ejemplo más claro de lo que yo quisiera ser y hacer como abuela.
Entre ellas dos: mi mamá y Lucy, la vida me ha pintado de confianza en mí misma y me ha permitido continuar por el camino de mi propia maternidad.
En la vida uno se va haciendo viejo y con la maternidad uno es capaz de sentirse de nuevo niño, pisar la arena por primera vez, conocer el sabor de los chicharos, presenciar por primera vez la sonrisa de la luna. En la maternidad uno se siente joven, se enamora…
Pareciera que los hijos repiten nuestra historia, pero no, uno es espectador. Ellos crean la suya, la cambian, la mejoran, la cuestionan. Los vemos en una lejanía cercana. Su presencia nos toca como estrella fugaz que visita, que alumbra. Entran como un suspiro, que nos impregna de olor a mar, a tierra, a dulce, a leche. Se van, así es como queremos, comprobando que vamos por buen camino.
Cuando los hijos se separan, aunque los quieras apretar y sostener hay que permitir que se vayan lejos. Lejos para verlos y para verte. Toca mirar hacia adentro donde continúas tú. Afuera siempre estará el hilo conductor que conecta, que se puede estirar pero no romper. Se puede vivir sin ellos, en lejanía cercana.
Este día de madres, me toca celebrarlo de lejos. Sentir a mi madre en el corazón y dejar que así me sienta. Sentir a mis hijas en mi corazón y que sepan que así las siento. Lejos. Esa es la vida. La maternidad te enseña a dar, dar, dar y dejar ir. Aceptar la separación como el milagro de vivir, el circulo de la vida, eterno, donde el hilo conductor siempre será el amor.