Ciudad de México, abril 27, 2024 00:13
Itzel García Muñoz Opinión

El micro de la muerte

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Al final de nuestra arriesgada aventura, una vez que descendimos del “micro de la muerte”, coincidí con mi cómplice favorito en que los capitalinos somos unos verdaderos sobrevivientes.

POR ITZEL GARCÍA MUÑOZ

“Los sobrevivientes no siempre son los más fuertes; a veces son los más inteligentes, pero más a menudo simplemente son los más afortunados”. Carrie Ryan.

A lo largo de mi vida capitalina me ha tocado vivir historias de las cuales a veces no sé si reír, enojarme o llorar. La movilidad en la Ciudad de México ha sido y sigue siendo un problema para quienes la habitamos. Durante décadas, el sistema de transporte público ha estado saturado y es ineficiente. Ello a pesar de que en los últimos años el gobierno local ha realizado inversiones para mejorarlo, sobre todo en el oriente de la Ciudad de México.

El domingo pasado fui invitada al Festival Vive Latino que este año se llevó a cabo en el Autódromo Hermanos Rodríguez porque el Foro Sol, que es su recinto habitual, está en remodelación. Quienes durante décadas asistimos a conciertos que se realizan en varios inmuebles ubicados en esa zona, como el Foro Sol y el Palacio de los Deportes, sabemos que siempre debemos tomar precauciones si no queremos quedar atrapados en el caos. Y en efecto estimadas lectoras y lectores, entre otras cuestiones, la infraestructura urbana de esta zona de la Alcaldía Iztacalco ha sido y es insuficiente para soportar una población flotante de entre 17, 000 a 65,000 personas que asisten a los eventos que ahí se efectúan.

Antes de que cerrara por reparación, la mayoría de las personas arribamos a los recintos citados a través de la Línea 9 del Sistema de Transporte Colectivo Metro por dos razones fundamentales: es más económico y se evita el tráfico infernal. Sin embargo, a partir del 17 de diciembre de 2023  la estación Ciudad Deportiva (donde está el Foro Sol y el autódromo aludido) no funciona por obras de renivelación. Dicha situación ha ocasionado que una vez concluidos los espectáculos que suelen terminar a medianoche, las personas asistentes vivamos una verdadera odisea para regresar a nuestros hogares. Al respecto, las autoridades capitalinas difícilmente extienden los horarios del Metro aunado a que por las obras mencionadas, hoy en día las y los asistentes tenemos que caminar hasta la estación Velódromo para conectar con otras partes de la Ciudad en una zona que se percibe bastante insegura.

Ahora bien ante la falta de transporte público seguro y medianamente eficiente, en esas fechas opera en  la zona un sistema de transporte alternativo e informal, esto es, al margen de la ley, que consiste en microbuses con rutas especiales que cobran 50 pesos por pasajero; así como un sinnúmero de taxis que hacen su agosto cobrando  tarifas que oscilan, según escuché, entre los  600 a 800 pesos por viaje cuando por “ley” deben aplicar las tarifas nocturnas autorizadas. Todo lo anterior con la plena complicidad de las autoridades puesto que la zona está resguardada por un dispositivo policiaco de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina.

Frente a semejante atraco, esa noche mi cómplice consentido y una servidora optamos por abordar un microbús que tenía como ruta las estaciones de la Línea 2 del Metro, esto es sobre la Calzada de Tlalpan, desde Viaducto hasta Taxqueña. Sobra decir que la unidad estaba en pésimas condiciones e hizo todo el recorrido con las luces apagadas al ritmo de diversas rolitas del grupo Héroes del Silencio.

Además, el chofer llevaba a dos pequeñas sentadas en la parte frontal, bajo el riesgo de que la nena más grande, de unos 5 a 6 años que se caía de sueño por la hora,  prácticamente saliera volando por la puerta que el irresponsable padre y conductor tenía abierta. La mayoría de las conductas descritas no están permitidas por el marco legal en materia de movilidad, mismo que queda reducido a un catálogo de buenas intenciones ante la evidente complicidad y probablemente corrupción de las autoridades que se supone que tienen el deber de salvaguardar nuestra integridad durante el uso del transporte público concesionado.

Al final de nuestra arriesgada aventura, una vez que descendimos del microbús que bauticé como el “micro de la muerte” coincidí con mi cómplice favorito en que los capitalinos somos unos verdaderos sobrevivientes. Afortunadamente, la vida me permite compartir  con ustedes una de las tantas historias de nuestra bizarra ciudad.

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