Navidades pandémicas
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Hay una urgencia por volver a lo que había antes, como si quisieran borrar lo sucedido, como si no hubiera existido. Les urge verse en festejos con muchas personas. No es el momento, no frente a tantas pérdidas.
POR ARANTXA COLCHERO
Al final de ese primer año, habían ya pasado cerca de nueve meses de encierro por la pandemia. Las fiestas navideñas y de fin de año, no serían las mismas. No serán nunca como antes. Y no es que fueran siempre iguales las de años anteriores, es sólo que hubo un cambio más profundo, un punto de inflexión.
Después de dejar de ver a mi madre y a su esposo por cuatro largos meses para no exponerlos, nos empezamos a reunir con todos los cuidados que fueran posibles. El encuentro en esa Navidad tenía un sentido diferente: ellos estaban bien, se habían cuidado mucho y con el mejor ánimo. Era festejar la enorme fortuna y felicidad de tenernos. Las esferas y las luces del árbol brillaban con mayor intensidad que en otros años. No hubo muchos regalos, quizá algunos detalles, eso no era lo importante.
Algo que sí tienen en común los festejos de fin de año, es esta percepción de que el año pasó muy rápido, aunque en pandemia cuesta más recopilar lo sucedido, distinguir un día de otro, sobre todo ese primer año. Este recorrido por lo vivido, en el intento por comprenderlo, por reconocer, por recordar el dolor y los buenos momentos, es ritual de cada año. Pero ahora tenía ingredientes distintos, la crisis sanitaria y sus impactos tan dramáticos se combinaban con la fortuna, para quienes pudimos experimentarlo, de abrir los sentidos, de contemplar lo que antes veíamos poco o nunca, de intentar ver hacia adentro, de experimentar la soledad sin miedos, de buscar no ser indiferentes.
La sensación en este segundo año de pandemia es un poco diferente. Prevalece en mí la convicción de que todo ha cambiado, de que nada será igual. No hay un regreso a la normalidad, a lo que teníamos antes. Y no lo deseo porque lo que teníamos nos enseñó que el mundo vivía en un exceso, que retamos a que la tecnología nos permitiera producir todo lo que quisiéramos, incluidos años de vida, sin importar las consecuencias para el entorno, para la salud, para la calidad de vida, para el cuidado de uno y del otro.
Pero este año, la percepción de muchos con la vacunación, aunque con coberturas aún bajas, es que hay poco riesgo. Hay una urgencia por volver a lo que había antes, como si quisieran borrar lo sucedido, como si no hubiera existido. Les urge verse en festejos con muchas personas. Yo no siento esa necesidad, no es el momento, no frente a tantas pérdidas, aunque no fueron las mías.
Pero sí me emocionan estos días pre-navideños, me encantan los adornos, las luces, la sensación de que estos días son diferentes, de que uno puede descansar, disfrutar, viajar en pareja, visitar a los más queridos. Poner el árbol con mi hijo, y celebrar que a pesar de los enormes retos que implicó la pandemia, él creció, encontró vocaciones nuevas, se adaptó, valoró, compartió. Él está listo para la vida y eso es motivo de festejo, con muchas luces en el árbol.