DAR LA VUELTA / Nuestras amigas, las ardillas
“En la actualidad las ardillas se han multiplicado de manera exponencial y han establecido sus hogares en diversos parques y calles o camellones de la alcaldía Benito Juárez por contar con diversas especies de árboles a los que generalmente llegaban a instalarse a través del cableado callejero”.
POR PATRICIA VEGA
Las ardillas son mamíferos roedores que se han convertido en fauna local de la Ciudad de México. Cumplen funciones importantísimas en la conservación de los ecosistemas en los que viven ya que dispersan diversas semillas que llevan de un lado a otro y al alimentarse de partes de plantas e insectos que podrían convertirse en plagas. En México se han logrado identificar a 35 especies diferentes de ardillas, algunas de ellas son endémicas.
Desde tiempos inmemoriales y en múltiples culturas, se les ha asociado con diversas virtudes que, ahora sabemos, no son exclusivas de los seres humanos: inteligencia, optimismo, energía, sociabilidad, precaución, abastecimiento, ahorro, preparación concreta para el futuro…
Es del dominio público que en general, durante la época prehispánica de la ciudad de México, los aztecas denominaron a las ardillas grandes con el vocablo náhuatl techaótl y a las pequeñas se les llamó mototli. También usaron palabras específicas en esa lengua para diferenciar a las ardillas terrestres de las arborícolas.
Permítaseme dar un salto en tiempo: aunque algunas ardillas son originarias del centro de México durante los siglos XIX y XX, el hábitat de las ardillas se constreñía al bosque de Chapultepec y a algunas zonas arboladas ubicadas principalmente en la colonia Polanco. Aunque la ardilla roja mexicana
–nombrada así por el color de su pecho— es nativa del Centro de México, esta especie fue introducida a los Viveros de Coyoacán y desde entonces fueron habituándose a la presencia de seres humanos con los que empezaron a convivir, pues era común que se les ofreciera comida.
En la actualidad las ardillas se han multiplicado de manera exponencial y han establecido sus hogares en diversos parques y calles o camellones de la alcaldía Benito Juárez por contar con diversas especies de árboles a los que generalmente llegaban a instalarse a través del cableado callejero.
Una querida amiga que vive en el cuarto piso de un edificio que da al Parque de San Lorenzo, las observa cotidianamente desde su balcón saltar de árbol en árbol. Se queja de que son una plaga que destruye árboles y plantas pues con los dientecillos roen los cogollos y retoños. Ha pedido, abiertamente, que se elimine a la que califica como una plaga de ardillas. Sin embargo, estudios realizados por investigadores del Instituto de Ecología de la UNAM han establecido que sólo el 20 por ciento de los árboles han sido deñados por las ardillas; el daño al ochenta por ciento restante del arbolado se debe a actos de vandalismo y podas inadecuadas.
Mi experiencia con las ardillas es distinta. Desde mis balcones y ventanas –vivo en el primer piso de un edificio que da a la calle de Tlacoquemécatl— las veo, casi todos los días, moverse rápidamente sobre el cableado de la calle. Parecen acróbatas que graciosamente también suben y bajan de los árboles con gran prestancia y equilibrio. Me recuerdan a la vida silvestre que lucha por prevalecer en medio del concreto de los edificios y del asfalto desolador. Me alegran la existencia al observar su instinto gregario.
Hace poco, justo a raíz de una poda mal realizada en mi calle se tendrá que derribar completamente a un árbol de hule herido de muerte. Volvió a salir el tema de las ardillas que habitan en la Colonia del Valle. Le pregunté a la bióloga que supervisó la desafortunada poda su opinión sobre la mejor manera de enfrentar a la mal llamada plaga de ardillas. Reconoció que sí bien era necesario controlar el tamaño de esta población de roedores mediante medidas de contención como la esterilización de los animalillos –así como se hace con los perros y gatos callejeros–, generalmente no se piensa en los beneficios que las ardillas traen consigo. La especialista me advirtió que la eliminación de las ardillas a través, por ejemplo, de su envenenamiento no era el enfoque correcto para resolver el problema, si es que se consideraba a las ardillas como una plaga. “Imagínese –me invitó a reflexionar sobre lo inadecuado de esa medida extrema— que las envenenan masivamente ¿qué van a hacer con la contaminación provocada por sus cadáveres dispersos por todos lados? ¿Quién se va a ocupar de enterrarlas? Creo que se provocaría un problema mucho mayor al atribuido a las ardillas”.
Y eso que no hemos hecho mención a la raigambre de esos animalillos en la cultura popular. ¿Quién no recuerda los dibujos animados de Chip y Dale con sus cachetitos repletos de semillas? ¿O a las ardillitas de Lalo Guerrero sonando por aquí y por allá en la época navideña? ¿O un personaje más sofisticado como el Inspector Ardilla debido a su inteligencia? Ah, esos felices recuerdos de infancia.
Les invito a que a próxima vez que nos topemos con una ardilla pensemos en sus funciones benéficas: dispersan las semillas y los hongos, intervienen en la polinización de algunas flores, controlan la existencia de insectos dañinos y un sinfín de otros efectos positivos que les propongo descubrir por su cuenta. Y por favor, les ruego abstenerse de alimentarlas con comida chatarra.