El país de las normas respetadas
Fragmento de una obra pintada en un muro,en San Francisco, California. Foto: Francisco Ortiz Pardo
“En mi país se respetan a todas las personas por el hecho de serlo; el respeto a la dignidad humana es el secreto de la paz”.
POR ITZEL GARCÍA MUÑOZ
En mi propio país es fundamental que desde pequeños se enseñe a las infancias a respetar las reglas mínimas de convivencia a través de un especie de contrato social pero no únicamente en los centros educativos sino principalmente en casa.
En mi país se pactan reglas de convivencia entre las y los niños y las personas adultas en un hogar donde, como en toda democracia, se escuchan los puntos de vista de todas las personas que integran ese núcleo familiar. Así, por ejemplo, las familias establecen reglas para mantener el orden y la limpieza de las áreas comunes de la casa; y también cada persona integrante de la familia determina ciertas pautas para el respeto a su privacidad en su espacio vital.
En mi país suelen acordarse ciertas pautas de comportamiento, principalmente relacionadas con el respeto a todas las personas que integran las familias, de tal suerte que, cuando existen diferencias, éstas puedan arreglarse dialogando.
En mi país, las parejas también elaboran una serie de pautas a fin de tener una convivencia sana, ya que se valoran el uno al otro y respetan sus sentimientos, opiniones, intereses, y hobbies. Se comparten planes, tareas y espacios, hablan con honestidad y piden perdón o disculpas cuando es necesario, mantienen la independencia y espacios personales, establecen acuerdos sobre las tareas del hogar y la convivencia en los espacios comunes, se comunican, son considerados el uno con el otro, fijan reglas para el manejo del dinero y el patrimonio común, entre otras cosas.
En los salones de clases de mi país, el alumnado fija con los profesores las normas básicas de convivencia que todas las personas deberán respetar. Y en la comunidad, todos velan por el bien común. Así, los contratos sociales ayudan a evitar conflictos y a tener una convivencia más sana.
En mi país se respetan los derechos de todas y todos porque son el eje fundamental de la convivencia social. Y, en caso de que exista alguna vulneración de derechos, existen los medios para que sean reparados. Todas las personas somos iguales frente a la ley.
Y es que en el país donde recientemente se impuso la Ley de Herodes, a sus habitantes les sucede exactamente lo contrario, no aprenden nada de su propia historia, Así durante los últimos meses, sus gobernantes han avasallado los pocos medios que la ciudadanía conservaba para que sus derechos sean respetados. Tristemente aprenderán cuando sus gobernantes pasen por encima de ellos. Pero bueno, qué se puede esperar de una nación en la cual las personas estacionan sus autos donde se les pega su repajolera gana, sin pensar el riesgo de los peatones o de las personas con movilidad reducida, total, que se las arreglen como puedan.
En mi país, las niñas y los niños son felices porque cuentan con alimentación, educación, salud, seguridad social, y vivienda. Lamentablemente, en la capital del país de la Ley de Herodes donde recién estuve de visita, no es de esa manera. Una noche que iba caminando en un barrio céntrico, un niño pequeño de unos 8 años estaba descansando de su larga jornada laboral dentro de una conocida pastelería de la ciudad capital. Al verlo tan agotado, le pregunté si quería un pan de dulce, a lo que el niño respondió que sí; escoge el que quieras, le dije. El niño con una gran sonrisa señaló una dona de chocolate adornada como una telaraña. Al decirle adiós, respondió con cara de alegría. Entonces pensé en lo injusta que es la vida, en que los gobernantes de su país no son capaces de trabajar para que esas infancias tengan una niñez plena.
En mi país, las autoridades respetan la ley y también la democracia no únicamente como forma de gobierno, sino también como forma de vida. Toda la ciudadanía tiene derecho a participar, ya sea de manera directa o indirecta, en las decisiones de gobierno. En mi país se práctica la democracia inclusiva y, particularmente se escucha a las minorías. Todas las decisiones se toman de común acuerdo porque en mi país todas las voces cuentan.
Y es que en el citado país de la Ley de Herodes, la clase gobernante que dice ser la voz del pueblo, ya que tiene una mayoría que logró a través del uso de la peores trapacerías, no ve ni oye a las personas que piensan distinto, es más, no existen.
En mi país se respeta la manera de opinar de todas las personas y la participación de todos los grupos sociales en la cosa pública, con pleno respeto a los derechos humanos. Nada de censurar a los medios y a los periodistas que piensan distinto y que ventanean las malas prácticas de los gobernantes.
En mi país se respetan a todas las personas por el hecho de serlo, el respeto a la dignidad humana es el secreto de la paz. Ojalá en el país de la Ley de Herodes algún día entiendan lo que un día escribió Jorge Ibargüengoitia: “Lo triste o lo alegre de una historia no depende de los hechos ocurridos, sino de la actitud que tenga el que los está registrando”.