EN AMORES CON LA MORENA / El Pequeño
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Foto: Francisco Ortiz Pardo
Una noche en la terraza, el Pequeño Francesc y yo quedamos varados al caer una tormenta; la hamaca es una nave a la deriva, con un capitán gringo al mando que habla un mal español con marcado acento. La agitación es brutal… pero sobrevivimos.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Por las nubes aborregadas que emergen de la conjunción del cielo y las montañas sobresalientes de la barda de una casa campestre en Malinalco al anochecer, se cuela el contraluz para que el rostro de perfil de Francesc quede plasmado en una silueta imborrable con la cabeza hacia el cielo y sus cabellitos rebeldes. El marco de la puerta vieja de madera, abierta completamente, sirve como el de la propia postal. El Pequeño da una pausa a su curiosidad, la misma que le acompaña siempre. ¿Oye, Paco?, antecede a la pregunta inteligente que desvela sobre todo una ternura. Y yo muchas veces le tengo que decir que no tengo la respuesta pero que todo depende de las relatividades, las de Einstein y las de la vida. Nada está dado, mi Pequeño. Todas las formas de pensar existen. Y nos ponemos a dibujar los colores en ese cielo mientras su mamá lee un libro, fatigada de la corretiza que nos dimos antes jugando a lastráis.
Yo trato de hacerle creer, con la habilidad que le quedan a mis piernas para hacer la finta, que es imposible que me alcance y me la pegue, cuando en realidad ya me ha pegado su cariño. Así, jugando a lastráis, me lastimo una ingle en nuestra primera salida fuera de la ciudad, los tres huyendo del virus y refugiándonos en una casa de Tlayacapan que es modesta pero tiene un jardín grande y un árbol hermoso para treparse. La hice de cojito quejumbroso al que Francesc nunca le creyó. Allí, una noche en la terraza quedamos varados al caer una tormenta; la hamaca es una nave a la deriva, con un capitán gringo al mando que habla un mal español con marcado acento. La agitación es brutal… pero sobrevivimos. En el mismo sitio aprendimos a dejarnos acompañar por las arañas y las moscas que surgen de la fabricación de la composta en los terrenos aledaños, aunque también por insectos fantásticos que parecen alebrijes.
El gringo se ha metido como un gorrón a nuestras vidas. En esos meses de cuidados intensivos de encierro, cuando salimos a un parque en Tlalpan, el fulano llega repentinamente presentándose al torneo como un falso campeón de bádminton… pero sufre varios reveses a manos del dúo “extra-or-di-na-riouuu” de Arantxa y Francesc.
¿Qué vamos a hacer hoy?, suele preguntar el Pequeño. Y entonces yo le respondo que es una sorpresa. Y pregunta y pregunta para adivinar. Hasta que su mamá le dice que ya no pregunte porque efectivamente se trata de una sorpresa: un laberinto inglés, un bosque de luciérnagas en Tlaxcala, un festival medieval, un parque con monumentos artísticos a escala, una corrida de toros, un paseo por Chapultepec… “Sí me gustó la sorpresa, Paco”.
El encanto de la sencillez. Hemos encontrado un descenso rocoso en el Bosque de Tlalpan. Un día descubrimos al desayuno que la tapa del envase de la mermelada de fruta natural pone la leyenda “comparte lo que sientes”, y desde entonces hacemos el ritual: “¡Comparte lo que sientes!”, le señala uno al otro, como queriendo posponer el turno y que alguien más empiece. Y entonces siempre decimos algo que tiene que ver con nuestra querencia, que estamos contentos por compartir juntos, ese momento o el momento que siga, “la sorpresa” que la vida nos tenga dispuesta. Pide que me siente junto a él y que yo unte la mermelada en el pan, parejita.
Le gusta ayudarme a programar mis notas por el twitter; y se asoma a ver lo que escribo. A veces imita mi forma de teclear en la compu. Aunque dice que va para astrofísico, le gusta el periodismo. Y también escribe en Libre en el Sur. Pregunta con evidente emoción por la métrica de los lectores que han leído sus textos. En octubre del año pasado escribe sobre su regreso a clases tras la contingencia sanitaria: Al llegar a la escuela me puse muy feliz de estar ahí y ver a mis amigos los cuales casi no había visto en la pandemia. Una cosa que me gustó mucho es el tener otra vez recreo. Algo que no me gusta es que ya estoy en sexto y mi escuela no tiene secundaria y por eso el título de mi texto (“el tiempo volando”). Aunque los siete años que he estado en mi escuela han sido más que suficientes. Pero estoy feliz de que entraré a la secundaria en tan solo un año, aunque no he visto ninguna secundaria por dentro, pero bueno.
A veces le enseño por Youtube los programas que veía yo de niño en la televisión. De Los Chifladitos de Chespirito tomó la frase “no hay de queso nomás de papa” cuando le doy las gracias por desearme un buen sueño antes de dormir; siempre, claro, con nuestra “despedida covid”, que fue lo primero que inventamos, al juntar nuestros dedos índices de la mano derecha, lo que produce un timbridito que a la vez provoca una temblorina en mi cabeza: ¡Tiiin! Y él me toma con sus manitas por ambas orejas para detener la agitación.
Vamos contando uno a uno los parques que le muestro en la alcaldía Benito Juárez. Vale como lugar palomeado solo cuando él se trepa en alguno de los juegos infantiles que son como laberintos con túneles y resbaladillas. Uno de esos parques es el de San Lorenzo, que es el que está frente a casa de mi papá, su Abello Paco, que lo hace reír con su sentido del humor. ¡Qué simpático es el Abello Paco!, dice el Pequeño. Mi papá le ha descubierto los chiles en nogada, que es toda una especialidad suya. Y también cómo se encanta una víbora con un pungi imaginario, entre muchas otras cosas.
¿Qué vamos a hacer hoy?, suele preguntar el Pequeño. Y entonces yo le respondo que es una sorpresa. Y pregunta y pregunta para adivinar. Un laberinto inglés, un bosque de luciérnagas en Tlaxcala, un festival medieval, un parque con monumentos artísticos a escala, un paseo por Chapultepec… “Sí me gustó la sorpresa, Paco”.
Habría mucho más que contar. Los taquitos de nopal con queso de los lunes, los juegos de mesa acompañando la cena, los partidos de beis de los Diablos contra los Tigres, los rituales navideños con visita a los mercados, las paletas de la Toriello y los helados de Tlacoquemécatl; mi primo Rafa convertido en el mago Tololito, la dona ganada por acertar con el acertijo, el desfile del Día de Muertos en que nos tomamos una foto con cubrebocas y flores anaranjadas de cempasúchil…
Un domingo, tras decirnos adiós, el Pequeño le ha dicho a su mamá: ¿Cómo cuesta despedirse de Paco, verdad? Y yo lo extraño. Mucho.