Ciudad de México, abril 12, 2025 11:23
Francisco Ortiz Pinchetti Opinión Revista Digital Abril 2025

Con la primavera llega el beisbol

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La frase icónica del excepcional cronista Pedro El Mago Septién  resume toda la nostalgia que guardamos de nuestros años felices de aficionados al Rey de los Deportes.

La frase icónica del excepcional cronista Pedro El Mago Septién  resume toda la nostalgia que guardamos de nuestros años felices de aficionados al Rey de los Deportes.

FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

Decía el Mago Septién, entre sus muchas frases célebres, que “con la primavera llega el beisbol”.  La afirmación no solo es verdadera, sino que encierra todo un catálogo de enseñanzas acerca del Rey de los Deportes, cuya temporada regular inicia sin falta en los primeros días de la primera estación del año. Lo mismo en el caso de nuestra  Liga Mexicana de Beisbol (LMB)  que en el de las grandes ligas.

Personalmente, la frase del excepcional cronista me remite de manera directa a mis tiempos juveniles como aficionado a la pelota caliente, allá en los años sesentas y setentas del siglo pasado. Efectivamente, este clima caluroso y seco  característico de la primavera en la Ciudad de México me sabe y me huelen a beisbol. Por estas fechas, siempre, daba comienzo la temporada, y siempre también con el encuentro de los grandes rivales en el juego inaugural: México contra Tigres, éste último mi equipo de toda la vida.

Generalmente ese primer juego de la temporada ocurría en un día de entresemana, un viernes tal vez, y siempre era nocturno, a partir de la llamada “hora mágica del béisbol”, las 7:30 de la noche. Eso lo vestía con una magia muy especial, dado el intenso alumbrado que hacía resaltar el verde esmeralda del pasto en los jardines y el dorado de la arcilla en el cuadro. Invariablemente también, el escenario era entonces el entrañable y ya desaparecido Parque Deportivo del Seguro Social, ubicado en la colonia Narvarte, justo en la confluencia de la avenida Cuauhtémoc con el Viaducto  de La Piedad, por un lado, y con la calzada de Niño Perdido, que invariablemente también se atiborraba de aficionados para presenciar el gran clásico.

Todavía me emociono al recordar aquellas beisboleras noches tibias de abril.

Con la primavera llegaba el béisbol y con éste nuestra principal diversión, a partir de que en 1955, justo cuando se inauguró ese estadio y justo también el año en que debutaron y ganaron el campeonato por primera vez los Tigres de México (antes Azules de Veracruz). En los primeros años era costumbre que acudiera al partido inaugural con mi hermano José Agustín, a veces con mi hermano Humberto, pero ya mayor sería con mi hijo Francisco José, todavía un niño, que trepábamos las gradas de Sombra Preferente, del lado de la tercera base, para disfrutar del partido en el área azul, arriba del dogout de los Tigres.

Parte del ritual era el bajar a medio partido, por ahí de la tercera o cuarta entrada, para comprar unas órdenes de tacos de cochinita, infaltables por supuesto. Y también, al terminar el juego, acudir a las afueras de los vestidores para esperar la salida de los peloteros  del equipo felino para saludarlos y ocasionalmente pedirles un autógrafo. Había un  gran ambiente.

Recuerdo así de pura memoria por aquellos años, de 1960 (cuando fuero campeones por segunda vez) a 1965, a las grandes estrellas de los Tigres, como los lanzadores Luis Tiant, el grandote Pepe Peña y Arturo Cacheux; los  segunda base Beto Ávila (de regreso de las mayores) y Kiko Castro, los parador en corto Fernando “El Pulpo” Remes y Jorge Fish, los primera base Rubén Esquivias y Ricardo Garza, el tercera base Leo Rodríguez, los jardineros Luis Zayas, Pompeyo Cavalillo y Roberto Montelongo, y los managers George Genovese y Ricardo Garibay, entre muchos otros.

Todavía con cierto sobresalto recuerdo a los dos tremendos trabucos de los Diablos Rojos del México, nuestros rivales: Alfred  Pinkston y Alonso Perry, ambos bateadores estadunidenses. Varias veces mandaron la pelota hasta el panteón francés de La Piedad, al otro lado del Viaducto. También me acuerdo, cómo no, del Paquín Estrada, el cácher; de los lanzadores Alfredo Ortiz y Máximo Léon, de Ramón “Abulón” Hernández, gran shortstop, y del manejador Tomás Herrera.

¡Pura nostalgia!

De regreso a la frase del Mago Septién que da título a este relato, vale la pena recordar algunos datos biográficos de ese gran señor de la crónica beisbolera fallecido el 18 de diciembre de 2013, hace ya 12 años.

Pedro Septién Orozco nació el 21 de marzo de 1916 en Santiago de Querétaro, Querétaro. Desde muy joven se inició en la crónica deportiva, destacándose por su estilo único y su profundo conocimiento de diversas disciplinas deportivas. A lo largo de su carrera, narró ¡23 disciplinas diferentes!, pero indudablemente es más recordado por su crónica beisbolera.

El Mago, ocurrente, informado y a veces un poco mentirosillo,  es considerado un genio de la narración deportiva, y su habilidad para narrar partidos lo convirtió en una figura muy querida entre los aficionados. Su estilo cautivador y su capacidad para transportar a la audiencia a los eventos deportivos lo hicieron destacar en la radio y la televisión de nuestro país.

El Mago Septién no solo fue un cronista, sino un verdadero maestro en el arte de contar historias deportivas. Su pasión y dedicación dejaron una huella imborrable en el periodismo deportivo. A él debo sin duda muchas de las grandes emociones vividas a través de la radio, por sus narraciones inolvidables de los partidos tanto de la Liga Mexicana como de la Serie Mundial, el clásico de otoño. Con otro sabor, es cierto, pero con singular emoción vivimos todavía cada año la llegada de la primavera… y del beisbol.  

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