¿Qué hemos hecho?: la urgencia de la participación ciudadana
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ROSARIO UBALDO
La democracia no solo consiste en un sistema que permite la atención de diversos asuntos públicos en el marco del respeto a la ley, pues entre otras cosas abre la oportunidad de exigir espacios para la deliberación y la búsqueda del consenso entre actores, ante una realidad que dicta la inexistencia del bienestar común y del interés público.
Así pues, las necesidades de las (os) ciudadanas (os) y sus intereses se expresan de diversas formas, algunas veces se limitan a añoranzas que tienen lugar todos los días que salen a la calle y observan sus carencias. Quizá usted como yo ha deseado banquetas mejor pavimentadas, luz en las calles por las que transita en las noches, que el transporte público funcionen de forma eficaz, o bien, que la corrupción y la impunidad cesen, pero ¿qué hemos hecho para que esto suceda?
Dichos problemas nos son comunes, tienen lugar en la esfera pública y nos afectan de forma directa, sin embargo, pocas personas, de aquellas que pueden hacerlo -es decir, que tienen satisfechas sus necesidades básicas y la posibilidad de participar en los asuntos públicos- se han dado a la tarea de exigir y hacer valer sus demandas por medio de la participación ciudadana -entendida ésta como la acción de tomar parte en asuntos públicos-. La voluntad personal de tomar parte en un acto social decide nuestra participación, pero en los últimos años, esa voluntad parece estar dormida.
Como muestra de ello, es posible consultar la información que pone a disposición el Instituto Nacional Electoral (INE) sobre participación ciudadana electoral desde 1991 a 2015 –que si bien es un tipo de participación fundamental, es importante recalcar que la participación no se agota en las elecciones-, donde señala que el año de 1994 se dio la participación más alta en el periodo antes señalado, con un 77.16% a nivel federal, mientras que en 2015 únicamente alcanzó un 47.72%.
El panorama desolador que trae consigo el cambio de ejecutivo federal en los próximos meses parece estar dibujando el límite del hartazgo de la sociedad, la cual inconforme, posiblemente aún se pregunte cuál es la mejor opción. El ejercicio de reflexionar y cuestionarse, también despierta la inquietud que posiblemente sea la voz que reviva nuestra voluntad de participación dormida. Las elecciones presidenciales pueden ser el detonador que la sociedad necesita para hacer valer su derecho a participar.
Lo que sí es seguro, es que la participación debe colocarse como prioridad, pues sólo a través de ella los ciudadanos serán capaces de ejercer un verdadero control sobre sus gobernantes, exigir cuentas e involucrarse en los asuntos que le aquejan día con día. Pues la participación exige que las personas se involucren con sus gobiernos y abandonen su posición de receptor.
La comodidad que supone continuar inmovilizadas(os) sin ejercer nuestros derechos básicos, aquellos que nos son inherentes y que nos distinguen de otros seres vivos, continuará acentuando la crisis de valores en la que nos encontramos, la corrupción, las violaciones a derechos humanos y de forma sucesiva, mermará cada aspecto de nuestra vida en sociedad.
Es momento de abandonar dicha posición y hacer el esfuerzo de interesarse por tener una vida mejor, la cual implica responsabilidades compartidas con nuestros gobernantes, interés y tiempo. Así, todo lo que se cree podría “perderse” en el intento, se traducirá en cambios estructurales y sociales, los cuales podremos observar en la forma en que recibimos bienes y servicios en nuestros hogares, en las calles, etcétera y especialmente en la que forma en que interactuamos con los demás.