Ciudad de México, agosto 18, 2025 12:25
Gerardo Galarza Opinión

SALDOS Y NOVEDADES / ¿Gentri… qué?

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¿Hablar en español, imponer fiestas, tradiciones y comidas en, digamos para no joder, en el sur de Estados Unidos es una forma de “gentrificar”?

POR GERARDO GALARZA

El escribidor cree que la “gentrificación” comenzó cuando los humanos que habitaban en las ramas de los árboles y se desplazaban por medio de ellas, decidieron “invadir” las cuevas de los cerros y desplazar a los animales que habitaban en ellas, seguramente por comodidad y seguridad.

Por supuesto, –es obvio, pero hay que escribirlo—no existía el término “gentrificación”. Es probable y entendible que algunos animales hayan intentado, y hasta logrado, defender sus “viviendas”, que más tarde mostrarían en sus muros las que ahora llamamos “pinturas rupestres” y las consideramos arte, algo así como los adornos y la remodelación de una casa, que sin duda alguna elevaron el “costo” de aquellas viviendas.

Lo que hoy se llama “gentrificación”, creo, siempre ha existido en todos los tiempos, en todas las culturas, en todas poblaciones y en todas las ciudades. Es parte de la migración, que siempre ha tenido diversas formas y modelos, según la época y los lugares. Poner ejemplos históricos resulta aburrido y los intelectuales de alto rango de ahora lo considerarán simplista y aburrido. Y sí, siempre ha habido desplazamientos en polos de desarrollo humano (¡ah, caray!, hasta parezco académico).

El escribidor cree que “gentrificación” es hoy un término políticamente correcto, que sociólogos ingleses empezaron a utilizar a principios de los años sesenta del siglo XX, es decir, hace más o menos unos 60 años, para definir los desplazamientos de grupos humanos de sus lugares de residencia, que han ocurrido -por diversas causas, incluyendo las guerras y las conquistas- desde hace miles años.

“Gentrificación” es sólo una palabra, término o concepto que quiere ser “teoría” (social, económica, política, ¿quién sabe?) para llamar de manera “académica” un fenómeno social impulsado por motivos económicos, esencialmente por motivos inmobiliarios.

Y que los habitantes de la CDMX nos sintamos únicos no son las colonias Roma y Condesa los símbolos de la “gentrificación” ni los únicos que han sufrido lo que racistamente se ha dado a llamar -ahí- la “invasión de los pinches gringos”.

Veamos algunas “invasión de los pinches gringos”, a las que en su momento se les pudo llamar “gentrificadores” si la palabrita o el concepto hubieran existido.

 Hace varias décadas, cinco o seis, aunque algunos lo ubican luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, los “pinches gringos” jubilados decidieron venirse a vivir a México los años que les restaban de vida, a disfrutar de su pensión ganada por su trabajo o, incluso, por la guerra.

 Así de rápido hay que decir que hubo, hay, por lo menos tres ciudades de gran “gentrificación” de esos “pinches gringos”: San Miguel de Allende, Guanajuato; Ajijic, Jalisco, y, más tarde, Los Cabos, Baja California Sur.

No conozco de cerca los casos de Ajijic (está junto al Lago de Chapala, para que no sufra entrando a Google) y de Los Cabos, en donde sólo he estado de paso o de vacaciones, pero no me parecieron ciudades anormales; y, al contrario de lo que cree, me habría gustado vivir en ellas.

A San Miguel de Allende lo conocí desde niño y cuando arreciaba la “invasión de los “pinches gringos” jubilados. Durante la secundaria y la preparatoria añore ir a estudiar inglés al Instituto Allende, porque, se decía, era la mejor escuela para aprender ese idioma. Y no, no llegué a odiar a ninguno de los que sí lo lograron.

Por supuesto que los “pinches gringos” se convirtieron en vecinos privilegiados de San Miguel de Allende (sus dólares se lo permitían y se lo permiten) y, seguramente también de Ajijic y Los Cabos, como no lo habrían sido en ninguna ciudad de su país. Tal vez los guanajuatenses estemos acostumbrados a los efectos de los dólares en nuestra economía local, porque también han llegado y llegan a través de nuestros migrantes “autóctonos”

¿Los migrantes mexicanos han ido, en sentido contrario y sólo por preguntar, a “desgentrificar”, ciudades y condados estadunidenses? ¿Hablar en español, imponer fiestas, tradiciones y comidas en, digamos para no joder, en el sur de Estados Unidos es una forma de “gentrificar”? ¿Los “mojados” desplazan a los nativos estadunidense de sus empleos y de sus condados? Vaya usted a saber lo que dicen los políticamente correctos, aunque lo puede imaginar: será un discurso populista como el de ante los hechos violentos en las colonias Condesa y Roma de la Ciudad de México.

La migración, en cualesquiera de sus formas y en cualesquiera de sus orígenes, es una actividad de los humanos desde antes que fueran humanos. Ni modo. Ya se olvidó el bonito discurso aquel de borrar las fronteras. Bueno, bueno, no es para tanto; hay que defender a nuestros pueblos “originarios” o lo que eso signifique.

¿Los manifestantes “antigentrificadores” de la Condesa y la Roma de los días recientes realmente son personas desplazadas de esas colonias? No lo parecen. Más bien se asemejan o son iguales a aquellos que desde hace 15 o 20 años aparecen en las manifestaciones vestidos de negro y encapuchados para provocar violencia y destrozos. Nunca ninguno de ellos y ellas -ya me estoy volviendo políticamente correcto- han sido detenidos, vamos ni siquiera identificados. Sirven a alguien. No está por demás especular que es a la derecha, disfrazada de izquierda (si es que realmente todavía existen esas categorías), que gobierna la CDMX desde hace 28 años.

La “gentrificación” reciente de las colonias citadas comenzó luego del terremoto de 1985 cuando quedaron parcialmente destruidas y llegó el boom de los restaurantes. “La Fondesa” le llamaban a La Condesa y no había gringos, sino meseros argentinos. ¿Ya se les olvidó? Y mucho antes, se “desplazó” al Hipódromo (hoy Avenida Ámsterdam) y a quienes vivían de él.

Tal vez los nuevos gobernantes de la CDMX (¿también “gentrificadores”?) buscan la “iztapalización” de esa zona de la capital del país para fundar dos o tres “Utopías” y dejar su marca (impronta, en lenguaje moderno).

Por supuesto que la “gentrificación” y sus efectos sociales y económicos son graves y visibles, no es algo simplista, como lo es este escrito, pero para resolverlos están los gobernantes, quienes cobran su salario de los impuestos que pagamos todos.

 Este escribidor y su mujer, -sí, de su propiedad como él era de la propiedad de ella-, vivieron, sufrieron la “gentrificación” en “nuestra” Colonia del Valle, precisamente en 1985, poco antes del terremoto de aquel año:

En ese entonces, la propietaria (que tenía innumerables propiedades inmuebles por toda la ciudad, incluyendo el Teatro Blanquita) del edificio de Avenida Coyoacán, entre Concepción Beistegui y Eugenia, que rentábamos decidió, con todo derecho, porque era de ella, venderlo y convertirlo en condominio. Así, una agencia inmobiliaria nos lo anunció y nos hizo sentir privilegiados: teníamos derecho a optar por comprar o, en caso de no aceptar nos respetarían nuestro contrato, y luego tendríamos seis meses para desalojar aquel departamento, sin pagar la renta, y si desalojábamos antes, las mensualidades restantes nos serían pagadas a nosotros.

Su mujer y el escribidor, nótese el orden gramatical, hicieron cuentas y pos’ no, no les salían; sólo contaban con sus salarios. Entonces, recorrimos la Del Valle y colonias aledañas y no encontramos ningún departamento por la renta que pagábamos.

Sonia Elizabet siguió haciendo cuentas de nuestros centavos. Y dictaminó: pagar por una hipoteca es casi igual que pagar una nueva renta. Ah, vale. Y entonces comenzó una nueva aventura: conseguir un departamento con una hipoteca que se ajustara a nuestro presupuesto. Lo consiguió, aunque tuvimos que irnos hasta Coapa; Rincón de Coapa se llama la colonia, allá cerca de por la UAM-Xochimilco. Fuimos “víctimas” de la “gentrificación” cuando en la CDMX no existía el concepto de la “gentrificación”.

El primer obstáculo fue tener referencias de crédito para conseguir un crédito hipotecario y no las teníamos porque no le debíamos a nadie. El asesor crediticio hizo gestos, pero entonces nos recomendó contratar tarjetas de crédito para subsanar nuestra ausencia de deudas. Y nos dimos cuenta de que esas tarjetas nos salvarían para llegar al fin de la quincena, para comprar alimentos en el supermercado para nosotros y, sobre todo, para nuestra pequeña hija de tres años, quien nada sabía de problemas “gentrificadores”.

“Desplazados” -se diría ahora en lenguaje “gentrificador”- vivimos felices ocho años en aquel departamento, hasta que llegó una oferta para venderlo.

Aquella venta, sirvió de impulso, gracias a las cuentas y audacia de Sonia Elizabet, para a través de otro crédito comprar entonces una casa en las cercanías de la colonia del Valle, de nuestro trabajo y las escuelas de las hijas, propiedad conservada desde hace más de 30 años en una colonia que no ha sido “gentrificada” porque sus vecinos la mantienen viva y actuante, social y económicamente todos los días.

Entre paréntesis, el escritor debe contar que (San Miguel de Allende -ignoro la situación de Ajijic y Los Cabos-, ha sido considerada por los prestadores de servicios, por segundo año consecutivo, como la mejor ciudad para el turismo mundial. Y sí, sí hay restaurantes con menús bilingües, me consta, algunos de ellos sucursales de los de la Condesa y la Roma, pero también mercados populares de productos caseros, artesanías, gastronomía, fondas y puestos callejeros de gorditas, enchiladas, tacos y aguas frescas, chocomiles o esquimos, muy mexicanos y guanajuatenses, tiendas, agencias de viajes, bares,  galerías, hoteles, taxistas, y demás prestadores de servicios que atienden a sus clientes, aunque sea en spaninglés o, como se dice acá, inglés champurrado y sus pobladores que no han perdido su identidad, pese a que viven en su ciudad “gentrificada”.)

De lo que no se habla porque no es políticamente correcto hacerlo es de lo que se define como “gentrificación a la inversa”, es decir el desplazamiento, el desalojo de los pobladores de colonias y barrios clasemedieros y algunos de mayor nivel económico, social y cultural por la “llegada” de fenómenos como el ambulantaje, la informalidad laboral,  la inseguridad, la criminalidad y su impunidad, en los que tienen mucha responsabilidad los gobiernos correspondientes, y en la CDMX hay muchos más ejemplos de los que causan protestas violentas.  A este fenómeno social en la capital de nuestro país los académicos bien prodrían llamarle “iztapalización”.

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