Ciudad de México, noviembre 21, 2024 07:14
Gerardo Galarza Opinión Revista Digital Septiembre 2022

SALDOS Y NOVEDADES / Al buen entendedor

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POR GERERADO GALARZA

Los refranes, dichos, proverbios, adagios, sentencias, pregones, máximas, aforismos -hoy despreciados por la corrección política- son definidos por una hermosa palabra todavía está incluida en el diccionario: paremia, que en esencia significa “filosofía de los caminantes”.

POR GERARDO GALARZA

Es probable que para los menores de 30-40 años de edad nada signifiquen; ¡vamos!, que ni siquiera los conozcan y si no fuera así, pues les vale (como se dice ahora) o los consideran una antigüalla (palabra que es, efectivamente, eso: una antigüalla).

Sin embargo, existen desde que el hombre comenzó a acumular experiencias y, por tanto, conocimientos que habrían de servirle a lo largo de la existencia no de uno en particular, sino de la humanidad.

Durante siglos fueron guía para la vida cotidiana: en lo personal, en lo familar, en la salud, en el amor, en el desamor, en la relación con los prójimos, con los inferiores y los superiores, con la naturaleza, con la divinidad. Sus enseñanzas abarcaron todos los ámbitos del individuo y de la sociedad en la que interactuaba.

Estuvieron, están sustentados en la experiencia y su repetición constante, por cierto también uno de los sustentos de la cientificidad. Pueden presumir que nacieron de una parte del mismo origen de la ciencia moderna.

Filosofía barata, pero efectiva, sentenciaba a fines de los años setenta un joven amigo del escribidor también joven. Hace dos o tres generaciones -incluida la del escribidor- ya no eran bien vistos ni escuchados.

Al contrario.

Comenzaron a ser catalogados como lugares comunes, de la incultura, de dominio popular como las canciones sin autor o, en el mejor de los casos parte de la cultura de los ignorantes, de los zafios, filosofía barata del pueblo que entonces no era bueno ni sabio…

Pero, ¿quién puede desmentir que árbol que crece torcido nunca su tronco endereza? Eso se sabe, sin necesidad de ningún “paper”, desde que el hombre bajó -eso dicen- de los árboles para caminar erguido, y desde entonces ningún árbol torcido se ha enredezado, que se sepa…

La abuela materna del escribidor, doña Cuca (de apellido paterno Loera ella, dicho con todo respeto y sin presunción, nomás para que le vayan midiendo el agua a los camotes, según recomienda el dicho) les advertía a sus hijos y a sus nietos que “nadie toma de echado en cabeza ajena, sino en la propia”. ¡Ah shingao!

El escribidor preguntó a su madre sobre tal sentencia y le contestó: “a mí me pasó lo mismo. Lo que quiere decir tu abuela es que es necesario aprovechar, tomar en cuenta, la experiencia de los otros, que hay caminos ya recorridos, que no los tenemos que recorrer con los mismos errores y sufrimientos”. ¡Ah shingao!, volvió a exclamar el escribidor en su papel de príncipe heredero (bueno en un escribir; si lo hubiese dicho se hubiera llevado cuando menos una cachetada).

Y nunca supe siquiera si mi abuela sabía leer y escribir; nació en el siglo XIX, pero de que era sabia, lo era.

Hoy los refranes, los dichos en mexicanos, casi están extintos en la vida social. Ya en los sesentas, setentas y demás del siglo pasado fueron considerados “filosofía barata”, simples lugares comunes, creencias del pueblo bajo.

Hoy están más que de capa caída, Pero, antes fueron proverbios (en la Biblia hay un libro con ese nombre), pregones, adagios, sentencias, aforismos, máximas… los cantaban los pregoneros, los juglares, antecedentes de los corridos mexicanos.

¿Quién puede desmentir que árbol que crece torcido nunca su tronco endereza? Eso se sabe, sin necesidad de ningún “paper”, desde que el hombre bajó -eso dicen- de los árboles para caminar erguido, y desde entonces ningún árbol torcido se ha enredezado, que se sepa…

Y, por si fuera poco, don Miguel de Cervantes Saavedra reproduce decenas en su magistral obra, cúspide del idioma que hablamos, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.

Por supuesto, que los refranes, dichos, proverbios, adagios, máximas, sentencias o aforismos no son exclusivos de quienes hablamos español. Datan no de cientos, sino de miles de años: desde que el hombre es hombre y comenzó a comprender su entorno. (Una de las primeras recopilaciones de ellos en nuestro idioma fue hecha de los años 1400-1500 de “nuestra” era).

Sin embargo, esos dichos, esos refranes, esos adagios también son contradictorios… como la vida de quien los concibieron.

Dice el dicho y dice bien que “al que madruga, Dios lo ayuda”, pero siempre hay un malhora que replica con otro: “no por mucho madrugar, amanece más temprano”.  Y bueno, ambos, basados en la experiencia, inicio de la ciencia, tienen razón.

Los refranes, dichos, proverbios, adagios, sentencias, pregones, máximas, aforismos -hoy despreciados por la corrección política- son definidos por una hermosa palabra todavía está incluída en el diccionario: paremia, que en esencia significa “filosofía de los caminantes”, casi como lo dijo, muchos siglos después, mi amigo juvenil arriba citado: “filosofía barata…”

Nadie escapamos a ellos; bueno, por lo menos quienes todavía nacimos en la época de los los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Nos persiguen en silencio y mucho más, sobretodo aquellos que se han adaptado a nuestro entorno, a nuestra idiosicracia, porque los refranes son cotiadianos, morales, geográficos, meterológicos, superticiosos…

En el inmortal libro de Cervantes se afirma que “los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos ancianos”, pero resulta que nuestros ancianos han vivido en diversas realidades y tiempos.

No por ello dejan de ser ciertos y pedagógicos. Y México nunca ha sido, aunque le digan lo contrario, la excepción.

Por ahí he leído: “A falta de amor, unos tacos al pastor”; “al que obra mal, se le pudre el tamal”; “le echas mucha crema a tus tacos”; “¿Lo quieres peladito y en la boca?”; “estoy pariendo chayotes”;  “ya chupó faros”, “para todo mal mezcal, para todo bien también”,  “más vale malo por conocido, que bueno por conocer”, “el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”  “gallina vieja hace buen caldo”,  “agua que no haz de beber, déjala correr” o “el oez por su boca muere” y cientos más, como los hay en otros países y en otros idiomas.

Pero ocurre que los principios los refranes y dichos povocan, digamos interferencias.

Un amigo del escribidor, el renombrado reportero Elías Chávez, sostenía que a cada refrán o a la mayoría de ellos, sobre todo aquellos que tienen una enseñanza moral, correspondía un “se jodió”, dicho en palabras altisonantes no dignas de transcribirse al papel, que manda a, -digamos-, perjudicar carnalmente a su pobre madre.

 Ejemplos: “El que con lobos se junta…”, digámoslo así se jodío; o “el que con niños se acuesta…”, jodíose, y así hasta que los adagios se acaben…

Y si usted llegó hasta aquí, más allá de su edad, es porque no hizo caso a aquello de que “a buen entendedor, pocas palabras”.

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