EN AMORES CON LA MORENA / El Señor Barriga en una pastorela
Édgar Vivar. Fotos: Especial
Para Édgar Vivar, la risa es un premio de la inteligencia; se presentará en el Centro Cultural Helénico, con otros pastorcitos.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Ahora que los pequeños están verdaderamente expuestos a las inclemencias de las redes sociales o las páginas de internet, que incluso ponen en riesgo su seguridad personal, cabe hacer un repaso crítico por todo eso que en otros tiempos llevó a la estigmatización de los programas televisivos.
Para mí sigue siendo un misterio de qué forma las series del streaming se legitimaron frente a las telenovelas: esa permisividad que se dieron los intelectuales y las personas de la cultura, tal vez –es una hipótesis– para gozar lo que millones de mexicanos de otros tiempos gozaron, pero sin culpas. No son ganas de moler, como decían las abuelitas. Pero es que en todo caso lo mismo había cosas buenas y malas como las hay ahora.
Tuve la fortuna de que mis papás no me prohibieran ver televisión. Paradójicamente creo que eso fue la vacuna para que hoy no sea adicto a ella… ni a las plataformas digitales. El cine en la pantalla grande me es insustituible y gozo de ese ritual como desde adolescente, lo que me permite no encerrarme en mi casa básicamente más que para descansar, leer, meditar; reflexionar sobre los claroscuros de la vida con un rico café o compartir del vino con gente querida. Nunca hallé en mis largo tiempo de psicoanálisis el rastro de algún trauma que me haya dejado ni El Chapulín Colorado ni Los Picapiedra.
Otra ventaja de haber visto la televisión de niño es que puedo hablar de la inocencia de aquellos programas infantiles, tan cuestionados por supuestamente enajenar a los pobres, lo que hoy palidece ante la violencia y vulgaridad predominante en el streaming y la internet. Lo que son las cosas: Nunca antes pudimos constatar la manipulación ideológica como la que hoy se ejerce en los medios públicos, subsidiados con dinero de todos nosotros. Y muchos de los que criticaban a “la caja idiota”, como le llamaban a la televisión, hoy simplemente callan.
La cuestión es que en aquellos tiempos no existía la posibilidad de quedarse horas y horas como estúpidos frente al televisor, pues esos programas eran unitarios y sucedía que la espera de una semana para ver el siguiente capítulo era una costumbre que emocionaba y reunía a la familia.
Aquí no se trata de defender lo mucho de plástico que sustituyó al arte y la cultura en la televisión mexicana. Lo que pasa es que, según las modas ideológicas, todo se ha acomodado como para que parezca que ver la tele era cosa de ignorantes y hoy instalarse en Netflix, Prime o como quiera que se llame es estar al día, “en la onda”. De cualquier forma, ni la televisión ni las series del streaming fijan en la mente detalles cognitivos como lo hacen el cine, el teatro o la lectura de libros. Es la verdad.
En nuestro país se tendió a vilipendiar las producciones de la televisión privada, de notable calidad según los criterios internacionales, que en cambio eran admiradas en toda la América de habla hispana o incluso en la Península Ibérica. Es cierto que Televisa (antes Telesistema Mexicano) era un monopolio y gozaba de las ventajas presupuestales que le daba ello, además de su compadrazgo con los gobiernos del PRI.
En aquel mundo cultural en que se acostumbraba retroalimentarse con puros lugares comunes, había escritores y periodistas tan sensatos y valientes como Vicente Leñero, que solía comentar, sin nunca renunciar a su espíritu crítico, que Televisa hacía “la mejor televisión del mundo”.
A los que no fuimos víctimas de dogmatismos, los programas infantiles nos legaron una memoria emocional. Podemos no acordarnos del episodio tal o cual pero sabemos que El Chavo del Ocho se refugiaba en un barril y le encantaba la torta de jamón, que Kiko era un niño mimado que vestía de marinerito y que La Chilindrina era muy chillona. Que Doña Clotilde –personificada por Angelines Fernández –quien muy chiquilla combatió en la Guerra Civil española al lado la República— estaba enamorada de Don Ramón, representado por aquel actor que siguió los pasos talentosos de su hermano Tin Tan pero que corrió con menor suerte.
Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, que vivió desde joven en la “aspiracionista” colonia Del Valle, no solo tuvo una facilidad para escribir libretos y perfilar personajes, sino también para elegir con acierto a los actores que los personificarían. Es el caso de Edgar Vivar, que dio vida ficticia a los entrañables Ñoño y el Señor Barriga, entre muchos otros. Sobreviviente a varios de sus compañeros, hoy don Édgar está activo y será posible verlo, a sus 75 años de edad, en la Tradicional Pastorela Mexicana.
Para él, dice en una entrevista, la risa es el premio de la inteligencia. El actor ha participado en 21 películas, 28 series de televisión y telenovelas, casi dos docenas de doblajes en cintas internacionales, así como en teatro clásico.
La temporada 2024 de la Tradicional Pastorela Mexicana será del 19 al 29 de diciembre en el Claustro del Centro Cultural Helénico, que como cada año se transforma en un mágico espacio donde los pastorcillos luchan contra las tentaciones del diablo. Edgar Vivar interpetará al abuelo Goyo.
Aunque de manera profesional debutó en la legendaria Pastorela de Tepotzotlán, Edgar Vivar se enamoró del teatro cuando en la prepa participó en una comedia de Chéjov donde su personaje no hablaba, solo reaccionaba, lo que provocaba las carcajadas del público. “Todavía no lo entendía teóricamente, pero ya aplicaba una de las leyes fundamentales de la actuación que es reaccionar y sentir al público, comunicarme con él a través de un personaje”, cuenta ahora con el mismo buen humor.
El teatro clásico ofreció a Édgar Vivar una interminable gama de personajes, no solo de comedia; lo mismo hizo drama que farsa y su paso por el Centro Universitario de Teatro le abrió aún más horizontes. “Me encanta el teatro inteligente, desde Shakespeare o Moliere hasta Grotowsky o Rodolfo Usigli”, dice el actor, tan ecléctico también en sus gustos como para disfrutar desde una deliciosa comedia de Steve Martin hasta los programas de deportes.
“Édgar Vivar tiene una enorme calidad histriónica, misma que lo ha llevado a desempeñar toda clase de papeles, de tragedia, comedia o lo que sea, siempre con destreza que caracteriza a los grandes actores”, describió Chespirito en sus memorias (Sin querer queriendo, Aguilar 2006).
“Chaplin decía que hacer comedia es un asunto muy serio, sobre todo si buscas el lado optimista de la vida”, recuerda ahora Édgar Vivar. “Acepto que soy de risa fácil y que creo en el lado luminoso de la vida. Casi siempre soy muy optimista”.
El actor asegura que el estado natural del ser humano desde el nacimiento es estar alegre. “No hay algo más hermoso que la sonrisa de un niño. De ahí el eslogan de la pastorela. Sé que a veces la realidad es un poco adversa, pero no vale la pena empeñarse en solo ver lo desagradable en la vida. No quiero meterme en vericuetos, cada uno tiene su propio concepto de la felicidad, pero a mí la alegría me ha dado grandes satisfacciones, además es contagiosa”.
Como desde hace 36 años, nuevamente una figura del espectáculo encabeza el elenco de la Tradicional Pastorela Mexicana; esta vez lo hará Edgar Vivar, acompañado en escena de otros 25 artistas. Se presentará del 19 al 29 de diciembre en el Claustro del Centro Cultural Helénico, ubicado en Avenida Revolución 1500, colonia Guadalupe Inn (muy cerca del Metro Barranca del Muerto y el metrobús Altavista).
Ojo: hay que llegar bien abrigado porque la función es a la intemperie. ¿O qué es la época navideña sin el frío, el ponche y los pastorcitos?