Las sorpresas del chicle
La primera es enterarnos de que existe un Día Mundial del Chicle, que es precisamente el 13 de este mes de enero. Por lo demás, su historia de esta golosina entregada por México al mundo resulta insólita… ¡y muy divertida!
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Nadie desconoce el hábito, a veces criticado y hasta censurado, de masticar chicle. Lo que sorprende es enterarnos de que existe un Día Mundial del Chicle, que es precisamente el 13 de este mes de enero. ¿Lo sabías? ¿A quién pudo ocurrírsele?
La historia de esta golosina es tan divertido como hacer con ella enormes globos que al reventarse se nos embarran en la cara. Sabemos que el chicle, un producto entregado por México al mundo, tiene un origen maya. En efecto, la aparición del chicle se remonta a la época prehispánica. La civilización maya usaba el chicle para limpiarse la boca antes de las ceremonias, mitigar la sed en épocas de sequía y aumentar la salivación. La palabra usada por los mayas para designar esta sustancia orgánica proviene de la acción que evocaba su consumo: el vocablo maya sicté ya’, que vendría a significar masticar con la boca.
Sin embargo, el nombre popular de chicle proviene de la palabra náhuatl tzictli, que es un polímero gomoso que se obtiene de la savia del Manilkara zapota, un árbol de la familia de las sapotaceae (antes denominado como Sapota zapotilla o Achras zapota) originario de Mesoamérica y se extiende desde México hasta Sudamérica, especialmente en los climas tropicales. La goma original y natural, que permitió el desarrollo de esta industria, proviene de la resina que se extrae del árbol de chicozapote. Para extraer la resina, los chicleros deben trepar por el árbol para acuchillarlo desde la base hasta las ramas más altas. En esa forma provocan que la savia escurra a través de las cortadas producidas en la corteza.
Durante la colonia, el chicozapote se introdujo en Filipinas a través del Galeón de Manila y, actualmente, crece de forma abundante en otros países asiáticos como Bangladesh, Indonesia o Malasia. Esto favoreció su propagación por el mundo.
El chicle moderno se desarrolló originalmente en la década de 1860, cuando el expresidente Antonio López de Santa Anna (el mismísimo dictador del siglo 19), llevó un cargamento de una tonelada de chicle (Manilkara zapota) de México a Nueva York, donde se lo entregó al inventor y empresario Thomas Adams para usarlo como sustituto del caucho. El chicle no tuvo éxito como reemplazo del caucho, sino como goma de mascar. Se cortó en tiras, se le agregó sabor y se comercializó como “Adams New York Chewing Gum” en 1871. La primera máquina automática vendedora de chicles también fue inventada por Adams.
A partir de eso, la industria del chicle se desarrolló aceleradamente en Estados Unidos, que se convirtió así en su principal exportador. A la marca “Adams” se sumaron otras muchas, como la “Chiclets” y la “Wrigley’s Spearmint Gum”. El sabor más consumido es el de menta, pero éste no se introdujo hasta 1880, cuando William White fabricó la primera goma con ese sabor con la marca “Yucatán”.
En México, la producción de chicle fue muy importante durante las primeras cinco décadas del siglo XX, y nuestro país suministró los volúmenes requeridos por la industria norteamericana. En 1942, México exportó a Estados Unidos más chicle que en cualquier otro momento de su historia: casi cuatro millones de kilogramos anuales. Desafortunadamente, ante la elevada demanda, en la segunda mitad del siglo XX, el chicle fue reemplazado por una goma sintética, que se podía producir por encargo y que además, redujo el costo y por lo tanto el precio a los consumidores.
Marcas norteamericanas como Cliclets Adams se popularizaron en nuestro país de manera espectacular. Se hicieron parte de la cotidianeidad las cajitas de cartón de colores amarillo (menta), verde (yerbabuena), rojo (canela) o rosa (tutifruti), que contenían dos pastillas cuadradas de chicle cada una. Luego surgieron otras, como los Motitas y, ya en los años sesentas, los chicles sin azúcar en diversas presentaciones. También proliferaron los dispensadores instalados a la entrada de establecimientos comerciales de chicles “bolita”, de diversos colores, que a cambio de una moneda introducida en la ranura liberaban el producto, una o dos piezas.
Durante alguna época, en los setentas y los ochentas, algunos supermercados como Sumesa utilizaban presentaciones miniatura de chicles como “moneda”, equivalente a un centavo de la época, para completar el cambio en el pago de las cuentas que a menudo tenían una fracción de peso.
Ante las dificultades de conseguir la materia prima original, escasa necesariamente, en efecto, se inventó un sustituto sintético que es el que actualmente se consume en todas partes del mundo. México se mantiene entre los principales países consumidores, superado sólo por Estados Unidos. También son muy chicleros los argentinos, los británicos y los japoneses.
Masticar chicle ganó popularidad en todo el mundo a través de los soldados estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, a quienes se les suministraba chicle como una ración y lo vendían a los lugareños. En muchas partes, como en México, se convirtió en una costumbre muy extendida, que prevalece aun en nuestros días. No obstante, en algunos sectores de la sociedad el masticar chicle es considerado una práctica vulgar e inadecuada. Como muchos otros productos, la extendida costumbre tiene ventajas y desventajas.
Entre las primeras está que mejora la concentración, alivia la ansiedad y reduce el estrés y la acidez en la boca y ayuda a dejar de fumar cuando se le usa con nicotina. Por el contario, entre los principales perjuicios de este hábito, que a menudo es adictivo, están el que favorece la formación de caries y produce trastornos gastrointestinales. Su uso en exceso puede causar gastritis, cólicos, gases intestinales y diarrea por su contenido en sorbitol; también puede provocar acidez, úlcera y pérdida de peso… así como dolor en la mandíbula.
Otros inconvenientes del chicle es el impacto que su consumo masivo tiene en el entorno urbano. Muchas personas acostumbran desechar la goma una vez masticada simplemente dejándolo caer en las aceras, en lugar de depositarla en un bote de basura. Esta mala práctica llega a adquirir dimensiones muy perjudiciales. Un caso notable es el de los andadores del Centro Histórico de la Ciudad de México, como Madero y otras calles adyacentes, que son verdaderamente moteadas por los chicles desechados. El tema ha ocasionado que las autoridades citadinas tengan que realizar verdaderas campañas de limpieza, complicadas y costosas, en las que se erogan millones de pesos.
Recientemente ha habido un relativo resurgimiento, muy meritorio, de la producción de chicles a partir de resinas naturales obtenidas mediante el cultivo del chicozapote, en la península de Yucatán. La explotación de esta golosina sigue en existencia y creciendo gracias a la dedicación de alrededor de 54 ejidos de Campeche y Quintana Roo que exportan grandes cantidades de esta golosina a países como Japón, Italia, Corea y Singapur.
Quizá valga la pena recordar esta historia el próximo 13 de enero, cuando se celebre el Día Mundial del Chicle masticando alguna de las modalidades existentes en el mercado mexicano. Y recuerde depositar la goma utilizada en un recipiente adecuado. Conste.