Ciudad de México, diciembre 8, 2024 02:41
Dar la Vuelta Opinión

DAR LA VUELTA / Vicisitudes de una palmera

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POR ERNESTO LEE

Hoy ha quedado un vacío enorme y estoy seguro de que el fresno también siente que perdió algo de él.

Nació junto a un fresno ya adulto, en la acera de una transitada calle. Creció poco a poco, como lo hacen las palmeras, escuchando pasar a niños y estudiantes, además de los autos que se estacionaban a un costado del fresno para aprovechar su sombra cobijadora. Sus hojas brotaban verdes y lozanas y las cercanas al fresno abrazaban y acariciaban el tronco de este árbol, seguramente centenario, que se alzaba a una altura que parecía tocar las nubes.

Creció junto a la puerta del garaje de un edificio de departamentos. Se enorgullecía de ser el vigilante de la entrada, a semejanza de los Guardias Reales ingleses, que custodian el acceso al Palacio de Buckingham.

Cuando su tamaño y sus hojas alcanzaron la estAura de un adulto, algunas de sus ramas fueron atadas para permitir el paso de los vehículos. Ello no le molestaba pues la hacía parecer más alta y esbelta. Así continuó su inexorable crecimiento.

Pasaron los años y seguía conservando su papel de custodio de la puerta del edificio, rodeada de risas, gritos y carreras de niños al salir de la escuela, de estudiantes que pasaban para acudir a la universidad, de personas que salían a hacer ejercicio o a pasear a sus mascotas. Ahora, su altura ya superaba la puerta y no era necesario atar sus hojas para dejar libre el paso. Había alcanzado una altura que le permitía otear más allá de la calle.

Al llegar la pandemia por Covid-19, la calle quedó en silencio. Dejaron de escucharse los niños, las conversaciones de los estudiantes y el paso de los automóviles. La palmera no se inmutó, siguió su labor de vigilante, aunque prácticamente nadie pasaba. Después de la pandemia, un infausto día, la palmera enfermó. Una horrible plaga la atacó subrepticiamente, a ella y a sus congéneres cercanos. Sus hojas, otrora verdes, se empezaron a secar y paulatinamente algunas empezaron a desprenderse. Era el principio del fin.

La palmera agonizaba lentamente y nadie pudo hacer nada para tratar de salvarla. Los que estábamos acostumbrados a su presencia, casi majestuosa, vimos, impotentes, cómo se iba apagando más rápido de lo que esperábamos. La palmera se empezó a encorvar, como lo hacen los ancianos con muchos años, aunque en realidad ella era muy joven. Empezó a perder pedazos de su tronco, como los viejos pierden el cabello, y las pocas hojas que quedaron se tornaron grises, como canas. Así fue el fin de la palmera.

Hace unos días, después de insistir con las autoridades de la Alcaldía, llegaron unos trabajadores que cortaron la palmera, casi desde la base, y se llevaron sus restos. Hoy ha quedado un vacío enorme y estoy seguro de que el fresno también siente que perdió algo de él.

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