Ciudad de México, noviembre 22, 2024 06:05
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / Los dolores de Leiva

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Leiva enciende y duele con estrofas agridulces y la advertencia de que nada es para siempre. Porque la verdad es lo único más verdadero que el amor.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Hablar de la presencia en el Vive Latino 2023 de 160 mil asistentes, por mitades entre sábado y domingo, resulta prácticamente una obviedad, sobre todo cuando los fans postpandémicos han sido seducidos por un cartél encabezado por Café Tacvba, Red Hot Chili Peppers, Kinki, Carla Morrison, Lila Downs y el reggae pop de UB40, aquella banda que pensábamos que se encontraba en una barrica de añejísimo red wine con las nostalgias de los años ochenta.

Las secciones de espectáculos de los medios informativos han vuelto en lugar común las cifras oficiales que señalan el repunte de los conciertos (a precios infames donde una botellita de agua cuesta 45 pesos y los boletos especiales en zona Platino no aseguran acceso rápido a los baños y ni siquiera una butaca en el foro principal, rebasado en su capacidad). Puede parecer morbo reparar en detalles como que en un momento hay 120 hombres formados para orinar frente a mingitorios “plus”, y lo estrictamente periodístico queda reservado para hablar de una desorganización que termina con desfases en los horarios programados y un evidente sobrecupo en la presentación de los 40 años de los Red Hot sin la presencia de las autoridades de Protección Civil, ni de la alcaldía Iztacalco ni del gobierno capitalino    

El Vive sigue siendo sin embargo aquel espacio que la sociología no ha escudriñado como para comprender cómo es que se encuentran allí miembros de los diferentes estratos sociales de la capital y además traspasa los umbrales generacionales, desde la presencia de bebés hasta personas octagenarias. Yo no he visto ningún otro evento en que se revele tal fenómeno, y vaya que he dejado correr el tiempo para saberme equivocado.

Y en ese maravilloso mar de pulpos y calamares urbanos, cuyas identidades se enmarañan en los siete foros dispuestos para la ocasión, en días lluviosos y con vientos fríos que le juegan la trampa a la inminente primavera, entre la rebeldía rocanrolera y el mercantilismo exacerbado, inevitable, hay una línea trazada a lápiz con punta suave que borra el mito de la contracultura pero da un espacio a una de las partes más significativas de la vida: la resignificación del dolor.

Y allí aparece Leiva, con sus seguidores también doloridos y dolientes, incluidos los hombres que le piden que les haga un hijo como si en aquel anochecer de un sábado en el Escena Indio, el segundo foro más importante del Vive, ya cuando el cielo se ha despejado apenas unos minutos atrás, todo fuese posible. Él lo documenta cuando aparece con su característico sombrero y sus pendientes que cuelgan de ambas orejas y que se mueven al modo del contoneo de su flacura cubierta con un saco blanco, que echa la cabeza hacia atrás y abre los brazos como alas entre su guitarra:

Sí, me está fallando la meditación
A menudo estallo y tengo vértigos
Si lo intento y tú nunca recibes la señal

Voy volando bajo mi reputación
Me salió muy caro perdonártelo
Mentiré porque tú me lo pides de verdad

Duele el dolor de Leiva, efectivamente, porque es el de un involuntario budista que no se niega a la verdad. Así como Leonard Cohen y su amado Joaquín Sabina, que lo ha descubierto en su propio reto ante la impermanencia no solo como productor sino como coautor de sus nuevas canciones.

Un destello de The Future de Cohen surge en su ya clásico Breaking bad, donde Leiva suelta toda su intensidad existencial al paso del Metro elevado a sus espaldas:

Nadie tenía razón
Amante de las causas perdidas
Creías que sería el mejor
Cuidado con las expectativas

Cocinaremos cristal en el desierto
Creeremos un ratito en Dios
Estuve unos segundos muerto
Es demasiado grande mi amor

De su último disco, Cuando te muerdes los labios, realizado completamente a dúos con 14 mujeres, canta sin desperdiciar una sola vocal del alma y quitándole las comas al miedo:

Si me miraras por un agujerito
Morirías de pena
Pero eso nunca pasa
Me imaginas abriendo las alas
Mareando detrás
De los brazos de alguna cualquiera

Leiva le ha comido el mandado a Léon Larregui, su sucesor en el escenario en un horario más estelar. Seis, siete, ocho mil personas ante las que recuerda agradecido aquella noche de hace tres años en que su banda se quedó varada en Madrid por la pandemia y se encontró solito en el Vive con su guitarra, justo a “dos o tres días” de que cambiara el mundo para siempre; cuando la chica y yo, por cierto, nos copiamos el llanto del amor.  

Esclavos de la fragilidad
Se nos ahogaba la máquina
Cuando había algún ostión de realidad
Me arañabas la cara
Empapados en vino
Yo sabía que no ibas a aguantar

No me das miedo
Lánzame hacia ti, dame de lleno
Haz el esfuerzo
Déjalo fluir, hazte con ello

José Miguel Conejo Torres, que es su nombre verdadero, es oriundo del barrio de Alameda de Osuna, al noreste de Madrid. En 1999 formó con Rubén Pozo la banda Pereza, con la que grabó seis discos hasta el 2011. Hoy como solista –con cinco producciones más– es un fenómeno de estadios en España y ya asoma su estrellato en México –siguiendo los pasos de su mentor– al anunciar su primer concierto en el Auditorio Nacional en octubre próximo.

Su parecido con Joaquín Sabina cuando era joven, “con ese aspecto de faquir”, según describió el gran Luis Eduardo Aute, provoca que el “genio de Úbeda” le insista a Leiva en actuarlo en lo que será su bioserie. Álvaro Luengo los entrevistó juntos en diciembre de 2020 para la revista Squire:

“Éramos amigos de respetarnos y vernos de vez en cuando, no como ahora”, dijo Sabina sobre Leiva. “Pero un día, después de un concierto mío, me escribió un mail que yo conservé: ‘No debería morirme sin producirte un disco’, decía. Y en un momento en el que mi discográfica estaba muy caliente conmigo, diciéndome esas cosas que dicen ‘tenemos a los músicos de Bob Dylan esperando para grabar contigo, nos tenemos que ir a Los Ángeles…’, me acordé de aquel mail. Y dije: ‘Vale, hago el disco… pero con Leiva’. Y le llamé”.

El requinto de Leiva persigue su tono de voz alto y estilizado y suena espectacular, “lo más rocanrol de por aquí”, como dice su Lady Madrid, con la que ha cerrado el mejor concierto, no por los brincos, no por la euforia, sino por el recuerdo del llanto para no sufrir. Enciende y duele con estrofas agridulces y la advertencia de que nada es para siempre. Porque la verdad es lo único más verdadero que el amor.

Solo un poco antes de ese final, un poquito antes, lo advierte:

Ya se ha dormido la ciudad
Y quedamos los de siempre
Sólo un sobresalto
Me recuerda que soy de verdad

Me salgo de mi propio cuerpo
Hablo de una forma extraña
Odio al tipo del espejo
Unos siete días por semana

Casi ya no veo el puerto
Sólo hay una cosa clara
Fuimos demasiado lejos
Y ninguno se cubrió la espalda

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