Ciudad de México, mayo 1, 2024 20:17
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Las amigas… ese nirvana de la vida

“A veces dejamos de vernos por mucho tiempo e incluso de platicar digitalmente. Pero cuando nos reencontramos, los códigos se activan con la facilidad de quien retoma el viaje consentido en bicicleta”.

POR IVONNE MELGAR

Entre la frondosidad de los amores, indispensablemente apasionados y nunca exentos de los agobios domésticos, una encuentra el alivio en las amigas cómplices.

Como en el principio de la vida, cuando las descubrí en la escuela primaria pública de niñas de San Salvador, ahora que disfruto la plenitud del quinto piso -en tiempos del ácido hialurónico- no hay plan más emocionante que un aquelarre con mis indispensables acompañantes.

Vienen de diversos momentos y recovecos de la existencia. Mas todas tienen el compromiso de la profundidad en la escucha y en el interminable intento de comprender.

Son amigas que saben escombrar el alma, mirar tras la rendija de los detalles y conciliar siempre entre el vaivén que somos y las netas que nos unen.

Desconozco el paradero de aquellas con quienes compartí la primaria, enfundadas en el uniforme blanco perfectamente planchado, con un escudo azul bordado en el pecho. Pero fue ahí donde aprendí el deleite de la convivencia que deliberada y abiertamente busca la armonía de sabernos complementarias.

Aun cuando la mía era una escuela que formaba en la competencia, como supongo dictaría la pedagogía de la época, fue en su patio y en sus salones donde recuerdo haber percibido el mandato de la concordia.

Acaso porque la mayoría de las niñas eran humildes, pronto supe que la mía era una condición privilegiada como hija de maestros, con un cuarto repleto de libros que hacía las veces de biblioteca en nuestra casa y el piano en la sala. Mas nunca pesaron de manera adversa -o al menos en mi memoria no existe registro- esas diferencias.

Y aun en el gozo de las buenas calificaciones y el denodado buen desempeño del que éramos rehenes, jamás hubo alguna de esas modalidades del triste y penoso acoso escolar contemporáneo.

Pronto, apenas cumplidos los 13 años, dejamos El Salvador para convertirnos, ya inscritas en la secundaria pública técnica número 17 de Coyoacán, en las niñas que hablaban raro, “como veracruzanas”.

No voy a omitir en este recuento el impacto que padecimos con el peculiar modo mexicano de bromear que desconocíamos y que se expresaba en reiteradas preguntas comparativas sobre nuestro destino de origen y aquella nueva residencia que -en medio del choteo por el peculiar acento y el asombro de “extranjeras” por lo desconocido- fue de brazos abiertos.

Tampoco ahí, sin embargo, hubo maltrato ni aislamiento. Todo lo contrario: manos e invitaciones extendidas de las que surgirían lazos de cariño que aligeraron con prisa la nostalgia del destierro, una condición que además fortaleció la amistad filial con mi hermana Gilda e inauguró la bitácora de los entrañables planes con amigas y el inicio de las lealtades eternas.

A pesar de que la competencia es parte intrínseca del periodismo, o acaso por eso, los hilos que se tejen en el cariño entre reporteras son de oro filigrana, invaluables, preciosos, únicos por la comunión en los afanes maternos, pendientes eternos, satisfacciones y glorias efímeras.

Porque si el helado en La Siberia, las películas en Plaza Universidad y el desayuno en el Vips de Pacífico alborotaron la alegría de nuestra recién estrenada vecindad como defeñas adoptadas, la incursión a la cultura universitaria se tornó en paraíso terrenal en el CCH Sur cuando con las aliadas de entonces, que también son de ahora, experimentamos la certeza de tenernos para reír, soñar, llorar, berrear, imaginar, sufrir, bailar, cantar, enamorarnos y soltar…

Y si como aquel regalo de la existencia no fuera suficiente, vino enseguida, con pase automático incluido, el nirvana de la amistad en Ciudad Universitaria, en la vieja y en la entonces nueva Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuyas esquinas están marcadas de los mejores días de la bitácora con ellas, las imprescindibles.

En ese tramo se fusionaron causas, fiesta, entusiasmo, amores, novelas, poemas, libros, confesiones, audacia y esa sensación compartida de que estaríamos unidas en el verso, el acompañamiento y las palabras.

Eran los años ochenta, con la transición política asomando sus narices y el orgullo de haber sido del CEU y de la huelga del 86. Fue en esas horas en que el amor entre mujeres alcanzó su cenit en una convivencia en la que cabíamos mi madre Candelaria Navas, mi hermana, las amigas del CCH y las de Ciencias Políticas.

Faltaba aun el carnaval de la amistad del oficio, el bullicio irrepetible de las redacciones en los noventa y buena parte del arranque del milenio. Y es que, a pesar de que la competencia es parte intrínseca del periodismo, o acaso por eso, los hilos que se tejen en el cariño entre reporteras son de oro filigrana, invaluables, preciosos, únicos por la comunión en los afanes maternos, pendientes eternos, satisfacciones y glorias efímeras.

Hubo otras convergencias que la crianza de los hijos maceró, pariendo una amistad cuyo kilometraje tiene la tilde en el corazón de madres que se abren de capa y fluyen bajo las premisas y los hechos comunes.

Con los años, las causas del oficio, la comunicación, el feminismo, la política, la resistencia democrática, el vino y la conversación me han unido a tantas otras mujeres con quienes el cariño y la confianza, la intimidad y el resguardo están garantizados.

A veces dejamos de vernos por mucho tiempo e incluso de platicar digitalmente. Pero cuando nos reencontramos, los códigos acuñados -en los días que nos tocó ser cotidianamente afines- se activan con la facilidad de quien retoma el viaje consentido en bicicleta.

Gracias, bellas y amadísimas amigas: Magdalena, Adriana Gato, Iraís, Adriana comadre, Paty, Sabrina, Lilia, María Luisa, Isaura (+), Sara, Rosa Elvira, Nashiely, Gilda, Candy, María Paula, Maya, Madrinita Miriam, Lety, Fabi, Ache, Vianey, Diana, Denise, Gaby, Mónica, Lupita, Laura, Ceciazul, Ceci Tazmy, Marcela, Margarita, Vero, Marisa, Lorena, Lovera, Olamendi, Martha, Jose, Xóchitl, Dulce María, Ximena…

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