POR LA LIBRE / Amigos
Arnoldo Cuéllar, Gerardo Galarza, Elías Chávez y Francisco Ortiz Pinchetti. Foto: Especial
“Es bueno hacer un repaso como éste, pienso. No es frecuente. Al hacerlo como ahora, en ocasión del llamado Mes del Amor y la Amistad, lo valoro: es verdaderamente importante…”
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
Nunca he sido muy amiguero. Me recuerdo de niño como un tanto retraído, tímido. Realmente mis únicos amigos eran mis primos, con los que convivía y jugaba frecuentemente. De hecho, con ellos he tenido amistad durante toda la vida, hasta la fecha. Aunque ahora ya no nos frecuentamos como sería deseable.
En la escuela tuve algún amigo, aunque creo que más bien pasajero, coyuntural. No recuerdo ningún amigo que lo haya seguido siendo a través del tiempo. Difícilmente, el nombre o el rostro de algún compañero de la primaria o la secundaria. Con excepción, repito, de mis queridos primos. Las circunstancias de la vida misma impiden muchas veces mantener esas relaciones.
Esas amistades se dieron no solo en torno de la escuela. También en relación con el deporte, particularmente el beisbol. Gran parte de mis relaciones amistosas de mi adolescencia tuvieron que ver con el juego de los bates y las manoplas.
Por supuesto que entre mis mejores amigos están mis cuatro hermanos, tres de ellos menores y una menor que yo. En orden: José Agustín, Humberto, Margarita y Yolanda, la chiquita. Con los cuatro he tenido no solo la relación fraternal que es natural en la familia, sino también de amistad. En cada caso, diferente. Con algunos o algunas de ellas, como ahora se dice, de ellos más cercana, con otro más intensa. Claro, a estas alturas pienso que me hubiera gustado que nos frecuentáramos más, que compartiéramos más vivencias.
He tenido por fortuna muy buenos amigos a lo largo de mi carrera profesional. Compañeros no sólo de oficio, sino también de vocación, de causa. Varios de ellos, por desgracia, han fallecido en el camino, de manera prematura. Demasiados, diría yo. Alguna vez llegué a suponer que era víctima de alguna jettatura, en función de que estaba condenado a perder sin remedio a mis amigos. Así de golpe recuerdo a siete, todos periodistas.
Tengo en cambio amigos que han permanecido en alguna medida como parte de mi vida a través de varias décadas. Con varios de ellos he vivido aventuras inolvidables, emociones intensas, experiencias inolvidables. Y el aprecio que les tengo se ha acrecentado con el tiempo.
He tratado siempre de ser amigo de mis hijos, lo cual no es nada sencillo. Mi hijo y mi hija, también mi nieta ahora. A final de cuentas creo que lo hemos conseguido, más por mérito de ellos que mío. Por supuesto, esa es la amistad más firme y desinteresada de todas. Esto no la libra sin embargo de riegos y contradicciones, pero creo que a final de cuentas el amor la blinda.
Algo sumamente enriquecedor de esa amistad-amor ha sido su evolución a través del tiempo. Ser amigo de mis hijos pequeños es prácticamente imposible, porque antes que nada debí ser padre para ellos. Eso cambió paulatinamente durante su adolescencia y su juventud. Actualmente los dos son personas en edad madura. Y es ahora que siento que somos más amigos. Amigos. Con mi nieta, hoy ya una joven mayor de edad, tengo una relación que me encanta, diferente, porque desde mi posición de abuelo siento que tengo mucho más que aportarle. Me empeño por hacerle sentir todo mi apoyo y por ganarme su confianza.
Una de las más grandes satisfacciones que puede uno tener en la vida es la de recuperar a un buen amigo. Yo he vivido esa experiencia en dos ocasiones. En la primera de ellas, reencontré una amistad que no había muerto a pesar de nueve años de ausencia. Y bastaron tres, cuatro palabras para resarcirla. Lamentablemente, el fallecimiento de ese amigo, apenas tres años después de nuestro reencuentro, le puso el punto final definitivo y sin remedio a esa historia, de la que guardo el mejor recuerdo. En la segunda, el plazo de la lejanía fue todavía mayor: 20 años. En este caso ni siquiera hubo necesidad de aclarar nada. La relación había sido tan importante y la razón de su ruptura tan endeble y absurda, que finalmente bastó con un abrazo, sin palabras, para reanudarla como si nada hubiera ocurrido. Y debo decir que me he recuperado con esa amistad un tesoro.
Recientemente, ya mayor como soy, gracias a ese segundo amigo recuperado he encontrado a un grupo de nuevos amigos que han resultado para mí toda una revelación. Son gente buena y generosa, curtida ya por la vida y por la edad. En ellos he encontrado afinidades sorprendentes, no sólo por ciertos temas profesionales y aun políticos que nos son afines. También por su calidad humana. Y su calidez, que disfruto en todos nuestros encuentros semanales.
Es bueno hacer un repaso como éste, pienso. No es frecuente. Al hacerlo como ahora, en ocasión del llamado Mes del Amor y la Amistad, lo valoro: es verdaderamente importante. Y no sólo por el cúmulo de recuerdos que uno descubre al escudriñar en los recuerdos, sino porque aun ahora, tanto tiempo después en algunos casos, puede uno encontrar rasgos de solidaridad, de nobleza, de camaradería que en su momento tal vez no sopesamos debidamente. Me parece que esa es una forma hermosa de celebrar esta efeméride, a la que por cierto nunca he sido muy afecto.