Ciudad de México, abril 27, 2024 16:22
Opinión Patricia Vega Revista Digital Febrero 2024

DAR LA VUELTA / Amistad, ese don inefable

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

“Me he topado con esas gemas que llamamos amigas o amigos: Las he resguardado como un tesoro con la ¿ilusoria? esperanza de que no se diluyan ante la desnudez de nuestros verdaderos yo”.

POR PATRICIA VEGA

Me invitan a escribir sobre el significado de la amistad. Acepto ese enorme reto a sabiendas de que hay millones de palabras y líneas –mucho mejores que las que están ahora leyendo— dedicadas a ese generoso e inefable don con el que la vida a veces nos premia, pocas y raras veces.

Sin embargo, vivimos con la ilusión de que podremos hacernos de amistades a la vuelta de la esquina, como si fueran maná caído del cielo. O serlo nosotras mismas para otras personas. Y sí, a veces caen o caemos al lado, nos acompañan o acompañamos. Provienen, provenimos, del espacio exterior. Son, somos, extraterrestres. Seres celestiales.

Releo el numeral nueve de la parte “Cascarón Roto” del libro, del mismo nombre, de la muy querida y admirada poeta y narradora Tedi López Mills, quien, por cierto, vive por estos rumbos de la colonia del Valle. Sigue tan caminadora como lo fue su marido, el apreciado y talentoso narrador Álvaro Uribe quién, desde el 2 de marzo del 2022, ya no vive aquí, en este plano del planeta. Extraño enormidades el topármelos caminando por los trayectos en los que coincidimos muchas veces. Y más aún, leer sus respectivos libros de manera paralela, saltar de uno a otro de ida y vuelta.

Vuelvo al meollo de estas líneas. Podría citar de manera completa esa joya que para mí es el “Cascarón roto” de Tedi, sin embargo, me detengo específicamente en esa parte que me marcó hondo y que transcribo aquí como una provocación, como una invitación a leer ese libro, editado al alimón por la UNAM y Almandía, de pe a pa:

“Estoy convencida de que, si uno carece de estrategias, pierde a sus amigos. En este sentido, el regaño de Sócrates a Hipotales (no hay que entregarse antes de vencer) también debe aplicarse a la amistad, no solo al amor. Tendría que ser un juego de seducción en el que nunca se baja la guardia. Habría que manejar las virtudes morales de la amistad –la entrega, la sinceridad, la confianza, la igualdad, etc.—como naipes, y nunca mostrarse uno del todo, una relación más bien implícita que explícita en la que se ocultan las debilidades porque el amigo o la amiga podría usarlas en algún momento como armas. Quizá la regla de oro, la estrategia máxima para la amistad, sea no revelar lo que uno “es”. Por lo tanto, en este esquema la mero amistad sería la superficial. Uno toca temas coyunturales, discute cortésmente acerca de política (nunca lo he logrado), habla sobre los intríngulis de su gremio, se ríe, se despide y regresa a su casa sin huella alguna.

Pero sí hay huellas. Para empezar, la suposición de que uno mismo sabe lo que uno “es” no atañe a la razón, sino a la imaginación y aquella identidad nítida, ese “yo” secreto y dominado por no sé qué otro “yo” que lo reconoce, deja de ser estable tan pronto entra en contacto con alguien más. Las previsiones son inevitables. ¿O seré yo la que crea pequeñas utopías alrededor de una mesa? Habría que admitir que el “yo” secreto sube a la superficie cuando está con otra persona, y no necesariamente baja a su recoveco sin los lastres de ese encuentro dizque ideal por poco ambicioso. La dicotomía es ingenua: la forma sería la superficie, el fondo sería uno, esa fatalidad que se llama “yo”. Los amigos y las amigas se difunden en otras vidas paralelas. Yo los espero. Invento los escenarios”.

Gran dilema, ¿coinciden con Tedi López Mills y, por lo tanto, conmigo?

Creo, sin embargo, que por imposible que parezca me he topado con esas gemas que llamamos amigas o amigos: Las he resguardado como un tesoro con la ¿ilusoria? esperanza de que no se diluyan ante la desnudez de nuestros verdaderos “yo”. Son las cuentas de un delicado collar que terminaré de enlazar cuando llegue el último de mis días.

Estoy convencida de que la amistad en su estado más puro se da solamente en nuestra primera infancia, cuando las diferencias que existen no las tomamos como tales sino como hechos que son y no requieren de mayor explicación. Años después surgirán las comparaciones, la conciencia de la otredad y puede ser que reprobemos el examen que la vida nos empieza a poner enfrente. Durante la adolescencia y la primera juventud surgirá la necesidad de competir, ganar y demostrar “qué…”. Rumbo a la madurez habremos invertido tanto en ser “yo” que, si tenemos suerte, habrán sobrevivido algunas de las viejas y nuevas amistades. Y cuando alcanzamos nuestro pico más alto para empezar el imparable descenso, tal vez, caigamos en la cuenta de que en el camino nos han dejado y hemos dejado joyas que se han desperdigado. Entonces, cerraremos los ojos para percibir los rastros de ese aroma con la certeza de que existió, aunque se nos haya escapado.

Y llegará la inevitable caída. Y con ella, la certeza de que las amistades que perduran existen, pero son extraterrestres.

Raros dones, caídos del cielo. Personas tan imperfectas como lo somos nosotros.

Así, la vida.

¡Celebremos!

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