Ciudad de México, junio 2, 2025 09:12
Opinión Oswaldo Barrera Revista Digital Mayo 2025

Aniversarios de peso

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Estos aniversarios en ocasiones son temidos, no sólo por lo que representan, sino por la constatación de que el tiempo ha seguido su marcha y que de repente nos encontramos anclados todavía en la pena y el desasosiego”.

POR OSWALDO BARRERA FRANCO

Es casi la víspera de un aniversario que para mí, más que implicar un festejo, se convierte en una remembranza que tiene que ver con las pérdidas y el término de las relaciones de pareja, en mi caso, un final que ocurrió hace ya casi un cuarto de siglo. ¿Y por qué tenerlo todavía presente cuando, por lo general, los aniversarios debieran ser un motivo más bien de alegría? ¿Para qué seguir rumiando el recuerdo de dicha pérdida? Claro, exceptuando los aniversarios luctuosos, o incluso éstos en ciertas ocasiones, las celebraciones o conmemoraciones asociadas con alguna efeméride nos mueven a traer los mejores recuerdos que los años han guardado y que se revelan con cada onomástico.

Sin embargo, considero que también es importante tener presente las fechas en que algún suceso aciago trajo consigo un cambio relevante que, una vez manifestados el dolor y la angustia iniciales, ha quedado marcado en nuestros trayectos y nuestra historia. Y para estas fechas, estos aniversarios de gran peso para cada uno y para comunidades enteras, también recurrimos a ciertos rituales que nos ayudan tanto a no perder de la memoria su significancia como a darles su justo lugar, y que a su vez nos conminan a la aceptación y superación de lo ocurrido.

A veces pueden no estar relacionados con una fecha específica, si acaso con un mes o un año en particular, ya que el recuerdo puede ser tan doloroso o vago a la vez, debido a ese dolor, que preferimos pasar por alto el día y diluirlo en un lapso mayor, lo que a mí me pasó con el inicio del encierro por la pandemia de Covid-19. Pero hay otros que traen una doble carga de duelo y consternación, como nos ocurre a los capitalinos cada 19 de septiembre desde 1985 y que se intensificó con el sismo de 2017, justo el mismo día que su predecesor.

La fatalidad que podemos asociar con ciertos aniversarios en los que el duelo se hizo presente se transforma con el tiempo en una suma de emociones, desde la natural melancolía hasta la expresión de un profundo coraje cuando lo que ocasionó el hecho que lamentamos no ha sido satisfactoriamente resuelto. Entonces vienen críticas, vociferaciones y reclamos, más que justos, como muestra del desahogo colectivo. Pero lo que en este caso me motiva más es la introspección que los aniversarios de hechos lamentables traen consigo, la muy personal búsqueda de los motivos y las razones que sirven para explicarnos lo ocurrido y, si es posible, cerrar con ello el ciclo que, muy importante, es una constancia de que lo hemos perdonado o sorteado, pero no olvidado.

Estos aniversarios en ocasiones son temidos, no sólo por lo que representan, sino por la constatación de que el tiempo ha seguido su marcha y que de repente nos encontramos anclados todavía en la pena y el desasosiego. Por ello la importancia del ritual que, como primer paso, reconoce lo acontecido, lo acepta como aquello que no podemos cambiar, pero de lo que algo hemos aprendido, y después, en un acto de contrición o catarsis, nos hace soltar las emociones que se aferran a ello, para que podamos liberarnos de la carga que a veces nos agobia como culpa, penitencia o frustración.

Y este tipo de aniversarios están presentes todo el tiempo, no hay forma de negarlos. De forma colectiva, familiar o individual, tenemos el registro de situaciones o experiencias que, aunque hubiéramos preferido evitar, aun así fue importante encontrarnos frente a ellas, afrontarlas lo mejor que pudimos y con lo que entonces teníamos a la mano, dejar en ellas la pena que en ese momento nos abrumó y aprender cómo sanar y prepararnos para lo siguiente que tuviéramos que afrontar. Son tan válidos y formativos como aquéllos que nos remiten a ocasiones más dichosas y placenteras. Nos permitieron conocernos mejor y vincularnos con otras personas a partir del dolor y la zozobra, para encontrar otras formas de comunicarnos y dejar atrás los apegos innecesarios, y con ello forjar vínculos que necesitaremos en otras circunstancias.

Por supuesto que recordar puede ser tan liberador como atemorizante, aun cuando lo hacemos desde una postura de tolerancia y renovación. Es cansado dejar que los recuerdos nos invadan, invertimos mucha energía en evocaciones que sólo llevan a una sensación de impotencia y vacío, pero es justo este espacio desocupado lo que necesitamos para volverlo a llenar con nuevas vivencias.

Tengo, por supuesto, mis rituales para ocasiones como las que he descrito. A veces son muy sencillos y no requieren más que algunas palabras de agradecimiento para concluir lo que quedó pendiente. En otras, han implicado viajes y textos de cierre llenos de emociones por mucho tiempo contenidas. Finalmente, voy reconociendo que cada uno de esos aniversarios que alguna vez consideré fatídicos representan sólo una parte de lo tenía que afrontar para tener otros motivos de celebración en una vida que ha tenido un poco de todo y que ahora puedo festejarla por ello.

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